5

2.2K 85 0
                                    

Harry echó un vistazo a la habitación. El suelo era de baldosas grises que imitaban malamente el dibujo del mármol y los muebles debían de estar allí desde los tiempos de la Segunda Guerra Mundial. La cama tenía unas sábanas de color café y la colcha era acrílica y de color naranja. Pensó en el lujo de su propio dormitorio, en su gigantesca cama cubierta con las mejores sábanas de algodón blanco y con un edredón forrado de seda verde.
No tuvo que hacer ningún esfuerzo especial para imaginarse la silueta de Isobel en aquel dormitorio, sentada en el suelo escogiendo fotos, o en cualquier otro lugar. La imaginara como la imaginara, su belleza creaba un contraste magnífico con la decoración. La había echado de menos más de lo que podía reconocer. Y, además, había llegado el momento de preguntarse si su larga estancia en España no había tenido algo que ver con la ausencia de ella en Atenas.
Cuando oyó que la ducha se apagaba, salió de su ensoñación y puso en marcha sus planes.
-¿Qué se supone que estas haciendo? -protestó Isobel, sorprendida al encontrarlo todavía allí.
Él estaba completamente vestido y se dedicaba a meter la ropa de ella en la maleta. Sobre la cama había un juego de ropa interior limpia y el único vestido que Isobel había llevado consigo.
-Pienso que resulta obvio -respondió él fríamente.
-Pero ya te he dicho...
Él se incorporó para mirarla a los ojos.
-He reconocido el albornoz -anunció tranquilamente.
Ella se defendió instintivamente, cerrando las solapas sobre su garganta.
-Yo...
-¿Tú qué? -la interrumpió, observando cómo ella se ruborizaba-. ¿Te lo llevaste por equivocación al marcharte? ¿O lo robaste porque necesitabas arroparte con una prenda que había sido mía?
-Era cómodo, nada más -repuso ella con impaciencia-. Si quieres que te lo devuelva...
-Sí, por favor.
Sin el menor asomo de duda, Harry se dirigió hacia ella como si tuviera la intención de arrancárselo con sus propias manos. Ella dio un paso atrás y él la miró con una mueca burlona. Estaba seguro de que ella no quería desprenderse de esa reliquia íntima. Aún lo amaba.
-Me gustaría que abandonaras el tema y te fueras de una vez -murmuró ella, enojada.
-Mentirosa -le espetó él-. Lo que de verdad deseas es que te quite el albornoz para volver a la cama y hacer el amor otra vez.
-Me intimidas.
-No -refutó él-. Lo que pasa es que eres caprichosa y te gusta el melodrama -afirmó mientras acariciaba su labio inferior con el pulgar-. Lo que deseas es que te obligue a rendirte a mis pies. Deseas que te rapte y te lleve a casa por la fuerza para mantener a salvo tu preciosa rebeldía.

¿Tenía él razón? Sí, tenía razón, aceptó Isobel sombríamente. El cuerpo que aún cubría con el albornoz se sentía vivo en su presencia, sus pechos estaban tensos y la parte baja de su abdomen empezaba a latir con los primeros síntomas de la excitación sexual
Meneó la cabeza para deshacerse de la caricia del pulgar.
-Esa casa ya no es mi casa -anunció, con ese tono de terquedad que le era tan propio. Y, a continuación, traicionó el sentido de sus palabras humedeciéndose el labio inferior, recién acariciado, con la lengua.

Harry entornó los ojos al darse cuenta de lo mucho que revelaba ese pequeño gesto.
-Lo será -aseguró-. En cuanto te vistas con la ropa que he elegido para ti, nos iremos a casa, juntos, como hacen todos los matrimonios, y nos dejaremos caer sobre la primera cama que encontremos para terminar lo que hemos empezado aquí.
Una vez dicho lo cual, Harry se dio la vuelta y continuó recogiendo sus pertenencias, dejándola de pie, temblorosa y con un ligero sentimiento de frustración.
-¿Se unirá Diantha a nosotros para formar un trío? -preguntó con ironía-. ¿O prefieres que llame a Clive por si necesitamos un hombre extra?
-Diantha no cuenta -repuso él incisivamente-, ni ese Clive tampoco. Acabamos de volver a consumar nuestro matrimonio en esa cama y no hay cabida para nadie más -añadió.
Se miraron con ojos chispeantes de desafío, cada uno a su manera. Ella reconoció que su marido había madurado mucho en los últimos tres años. 'No tenía nada que ver con el hombre preocupado e irritable con el que había convivido. Se notaba que había conseguido superar las tensiones y dificultades derivadas de una herencia imprevista. Su padre, Aristotle, había muerto seis meses antes de su boda y su hijo mayor se había tenido que hacer cargo de un boyante grupo empresarial, lleno de directivos y consejeros que pugnaban por granjearse el favor del heredero y aumentar su poder. Harry había atravesado una época de estrés crónico, obsesionado por las grandes decisiones financieras, y sin tiempo para las nimiedades de la vida doméstica. Isobel no había comprendido sus problemas en aquel entonces, pero había pasado el tiempo y todo indicaba que el joven magnate había aprendido a sobrellevar la carga con mucha mayor soltura.
-¿Por qué? -se interesó ella-. ¿Por qué has cambiado de opinión con respecto a mí?
-Todavía te deseo -repuso él sin dudarlo-. y lo único que te pido es que aceptes que tú sientes lo mismo por mí para poder abandonar esta estúpida discusión de una maldita vez.
-¿Y si volvemos a hacernos daño?
-Si surge algún problema, lo estudiaremos y lo resolveremos -dijo él, volviéndose abruptamente para mirarla a los ojos-. y ahora, ¿podemos dar por terminada la discusión? Aún tenemos que hacer el equipaje de tu madre y me gustaría salir de este hotel antes de que vuelvan a cortar la luz.
No era una broma, reconoció Isobel cuando se apagaron de nuevo las luces y el frigorífico soltó un último estertor, aplacando sus tercos deseos de continuar la batalla verbal.
Sin mediar palabra, recogió sus ropas y se metió en el pequeño baño que carecía de ventana. Se vistió en la oscuridad, golpeándose contra los sanitarios, y cuando salió del baño se encontró a Harry esperándola con la puerta de la habitación abierta.
-Tenemos que marchamos de aquí mientras haya suficiente luz natural como para bajar las escaleras.
-Pero nuestro equipaje...
-El hotel se ocupará de enviárnoslo. Ya me he ocupado de ello -anunció él con su arrogancia habitual, tendiéndole la mano-. Antes de poder darse cuenta, Isobel se encontró bajando las escaleras a toda velocidad-. Hay cortes de luz periódicos debido a una huelga -explicó él, mientras descendían-, los obreros aprovechan que estamos en temporada alta para dejar sin luz a los hoteles, con la esperanza de que el gobierno intervenga a favor suyo. Los cortes de electricidad no están afectan-do a las áreas residenciales.
Isobel abrió la boca para soltar un comentario sarcástico, pero en ese momento resbaló y estuvo a punto de dar con sus huesos en las escaleras, si no hubiera sido porque Harry la atrapó justo a tiempo, aprovechando para arrinconarla contra la pared y mirarla a los ojos.
-Te quiero de vuelta en mi vida, en mi casa y en mi cama -declaró con ronca ferocidad-. No quiero que nos peleemos ni que volvamos a hacernos daño. Quiero que recuperemos al amor de nuestros primeros días, antes de que las dificultades de la vida se cruzaran en nuestro camino. Necesito volver a sentir toda la dulzura y la emoción de nuestros primeros días de matrimonio, y necesito que tú me digas que sientes lo mismo.
Aplastada contra la pared, Isobel apreció toda la pasión de sus palabras.
-Sí -murmuró-. Yo siento lo mismo.
Se produjo un momento de silencio, lleno de alivio y expectación. Pero ninguno de los dos había pronunciado aún las dos palabras definitivas: «te amo». Isobel se resistió a ser la primera en decirlas y él se dio cuenta.
-Maldita bruja cabezota -dijo él antes de posar la boca contra la suya.
Fue el beso más sincero que habían compartido jamás. Tuvieron que interrumpirse con renuencia al oír que alguien se acercaba subiendo las escaleras a toda prisa.
Una vez en el vestíbulo, el recepcionista escuchó imperturbable cómo Harry le repetía las instrucciones con respecto al equipaje de Isobel y Silvia. Luego, la agarró de la mano y salieron al exterior.
La vida había recobrado toda su belleza. Caminaron hasta el Ferrari de Harry y él la ayudó caballerosamente a acomodarse en el asiento del copiloto antes de rodear el vehículo para sentarse detrás del volante. El motor se encendió con un rugido ronco y prolongado, y las terminaciones nerviosas de Isobel vibraron al unísono con él. ¿Estaría Harry sintiendo lo mismo que ella? Probablemente, se dijo. El sol del atardecer bañaba el cielo de color rojo. Se incorporaron al denso tráfico de Atenas y, mientras atravesaban la ciudad, disfrutaron en silencio de una comunicación especial que no necesitaba palabras para expresarse. Cuando se detuvieron en un semáforo, él la miró con los ojos llenos de deseo y ella dejó que su corazón galopara desbocado, consciente del devastador efecto que ese hombre ejercía sobre su alma y su cuerpo.

Al cabo de un rato, abandonaron el centro de la ciudad y se adentraron en los lujosos barrios. Pasaron muy cerca de la casa de la madre de Harry, y luego por delante de la casa del tío Theron, que vivía con su nieta Eve. Esa había sido la única amiga con la que Isobel había podido contar en su primer año de matrimonio. Eran de la misma edad y ella se sentía medio inglesa por parte de madre, aunque se había educado en Atenas, junto a su abuelo, desde que sus padres habían fallecido en un desgraciado accidente.
-Eve se ha casado -comentó Harry, rompiendo el silencio.
-¿Se ha casado? -preguntó, asombrada, Isobel.
-Es una historia muy larga, pero creo que será mejor que te la cuente ella -dijo él con una sonrisa.
-¿Con quién se ha casado? Supongo que con algún griego de buena familia, ¿no?
-¿Para dar gusto a su abuelo? Ni hablar -repuso él con una sonrisa-. Se ha casado con un inglés llamado Ethan Hayes.
Isobel recordó, incómoda, a la familia de Harry, mientras el coche enfilaba el camino de entrada de lo que años atrás había sido su casa. No era tan grande como la mansión familiar de los Styles, que aún ocupaba su madre, pero sí se notaba que pertenecía a un hombre rico. Harry la había comprado al poco de llegar a Atenas, recién casado con Isobel, para intentar proteger su intimidad de las constantes intromisiones de su madre, para crear un espacio donde -ellos dos solos pudieran resolver las disputas que finalmente habían malogrado su convivencia, a pesar de todo.
Isobel suspiró, apenada, al recordar la tristeza y la impotencia de los últimos meses compartidos con su marido.

Harry oyó el suspiro, apagó el motor, y la miró con preocupación. ¿Le resultaba tan horrenda la visión de la casa? Recordó la ilusión con que la había comprado, esperando resolver todas sus cuitas. y también recordó el error que había cometido al encargar la decoración .a un reputado profesional. Ese era un tema que tendría que haber dejado en manos de Isobel. Había dado la impresión de que no confiaba en la capacidad de su mujer para convertir la lujosa construcción en un hogar acogedor para ambos. y todo había ido de mal en peor. Él había seguido trabajando casi las veinticuatro horas del día y ella se había dedicado a dar largos paseos a solas por la ciudad, con la cámara al hombro. Las noches habían estado llenas de peleas, hasta que Isobel había decidido separarse de él, para volver a Londres, junto a su madre.

Era extraño que él no se hubiera trasladado de nuevo a la casa familiar. Era sorprendente que hubiera aguantado todo un año solo, antes de decidir poner tierra por medio durante una larga temporada. ¿Había estado todo ese tiempo esperando que ella regresara?, se preguntó mientras la ayudaba a salir del coche. Admiró sus largas y bien formadas piernas y se fijó en que el correcto vestido azul marino se parecía mucho a uno de los preferidos de Diantha, el mismo que había llevado el día que decidió divorciarse a bordo del yate, frente a la bahía de San Esteban. Pero no existía ninguna otra semejanza entre ambas mujeres..., pensó, recordando con incredulidad cómo aquel día podía haber estado convencido de que prefería la calma organizada de Diantha a la fiera vitalidad de Isobel.
De pronto, observó que había un coche conocido aparcado frente a la puerta de la cocina y frunció el ceño. ¿Cómo se lo iba a explicar a Isobel? No había excusa posible. Estaba en apuros y lo sabía.

Fuego en dos Corazones - Harry StylesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora