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Una vez en la calle, Isobel detuvo un taxi, le dio el nombre del hotel y se dejó caer sobre el respaldo del asiento con un suspiro tembloroso. Quizá hubiera debido esperar a que Lester Miles se reuniera con ella, pero la verdad era que prefería que nadie la viera en ese estado.
-¿Se encuentra usted bien? -preguntó el chófer, mirándola por el espejo retrovisor.
¿Realmente tenía tal aspecto de encontrarse mal?, se preguntó Isobel. Sí, estaba demacrada y sufría temblores arrítmicos. Cualquiera podría dar- se cuenta de que no estaba en su mejor momento.
-Sí, gracias -mintió, entornando los ojos.
Se sentía como si fuera una fulana. ¿Cómo había sido él capaz de tratarla así? ¿Había ella dado a entender de alguna manera que estaba dispuesta a recibir un trato semejante? «Has ido buscando guerra», le dijo una voz interior. «Pretendías castigarlo por su infidelidad y, sin embargo, has sido tú la que te has llevado la peor parte». Se tocó el dedo anular desnudo y nuevas lágrimas resbalaron por sus mejillas. No sabía si estaba ofendida por el trato que había recibido o, peor aún, si aún estaba enamorada de ese bruto. Era algo que venía preguntándose desde que había oído el nombre de Diantha Christophoros unido al de Harry.
Se dio cuenta de que sus sentimientos se dividían entre el amor y el odio, tan intensos el uno como el otro. Sin embargo, ese hombre solo sabía hacerla sufrir.
El taxi se detuvo junto a la acera, delante del hotel. Isobel buscó unas monedas y pagó el trayecto, antes de salir al sol del mediodía, que caía a plomo. Subió a su habitación, se dio una ducha refrescante y se puso unos pantalones de deporte y una camiseta de algodón de color verde caqui. Se sentía mejor, la ducha había borrado los signos de humillación y su pensamiento había vuelto a funcionar con rebeldía y firme determinación, como siempre. Si necesitaba un recordatorio de por qué había abandonado a Harry hacía tres años, la escena vivida con él de la sala de reuniones bastaba. Lo mejor sería aceptar las condiciones del divorcio, cualesquiera que fueran, y terminar con todo cuanto antes para que Harry pudiera desposar a la hermosa e inteligente Diantha y tener un montón de hijos de ojos negros y cabello oscuro.
«Yo hubiera podido darle un hijo», pensó. El dolor de la vieja cicatriz amorosa era insoportable y decidió salir a dar un paseo para despejarse y recobrar la calma.
Se ató el cabello en una sencilla cola de caballo, se echó la cámara al hombro, se puso una gafas de sol y se dirigió al vestíbulo del hotel. Dejó una nota para su madre en la mesa de recepción y el destino quiso que Lester Miles entrara al hotel justo cuando ella se disponía a salir.
-¿Te han presentado ya los papeles? -preguntó irritada.
-No -repuso él con el ceño fruncido-. El señor Styles abandonó el edificio justo después que usted.
¿Para ir a visitar a su futura esposa?, se preguntó Isobel con amargura.
-Entonces, ¿qué es lo que hay que hacer?
-Yo estoy a la espera de recibir instrucciones, por ambas partes.
-Bien, puesto que he sido yo la que te ha contratado, puedo permitirme la libertad de darte la tarde libre. Haz un poco de turismo, la ciudad es preciosa.
-Pero, señora Styles, tenemos un avión reservado para mañana por la tarde. Realmente, deberíamos estudiar los términos del...
-No quiero quedarme con nada -lo interrumpió ella-. Pero si la única manera de acabar esta historia consiste en quedarme con la mitad de todo, lo haré igualmente. Estoy prácticamente segura de que mañana por la mañana recibiremos una nueva propuesta. Firmaré lo que sea y volaremos de regreso a Londres.
«Para no volver nunca más«, se dijo mientras se despedía del abogado con un ademán, dejándolo plantado en estado de profunda consternación. En cuanto salió a la calle, tuvo que afrontar los rigores del sol mediterráneo sobre su delicada piel. Aún no sabía hacia dónde dirigir sus pasos. Al puerto de El Pireo, decidió, finalmente. Ese lugar le traía buenos recuerdos: las suaves olas del mar chocando contra el malecón, los barcos pintados de todos los colores posibles, el agradable restaurante local donde tantas veces se había parado a tomar un café Harry acababa de aparcar su coche cuando vio a Isobel abandonar el hotel. Parecía decidida a dar un paseo para olvidar el mal rato que había pasado en su oficina. Estuvo a punto de salir corriendo hacia ella, pero se contuvo. Prefería seguirla. ¿Adónde iría? ¿Por qué no estaba en su habitación llorando como una loca? ¿Dónde estaba su amante? No era la primera vez que la veía alejarse con la cámara al hombro, generalmente después de una de sus infructuosas peleas, recordó con culpabilidad.
No había sido fácil convivir con él, reconoció, saliendo de su elegante Ferrari rojo, mientras se quitaba la chaqueta y la corbata, que decidió abandonar dentro del coche. Luego, pensó en seguirla, pero se acordó con ira del amante. La presencia de ese amante lo atormentaba, se dijo mientras cerraba la puerta del coche de un golpazo. ¿Tendrían una cita? Isobel desapareció por detrás de una esquina y Harry tuvo que tomar una decisión. La seguiría, el resto del mundo carecía de importancia.
Caminar le sentó bien a Isobel. Era gratificante sentir cómo la tensión de su cuerpo se desvanecía con el ejercicio físico. Tomó el metro hasta la estación de El Pireo y, una vez allí, se bebió un refresco mientras paseaba por el puerto, deteniéndose de vez en cuando para tomar fotos de los pescadores delante de sus relucientes barcas. Incluso llegó a sentirse vagamente halagada y divertida cuando uno de ellos le lanzó un pícaro piropo en griego, al cual respondió con una flamante sonrisa.
Una hora más tarde, llegó hasta el puerto deportivo, donde se alineaban decenas de yates de lujo. Varios restaurantes le llamaron la atención, deseosa como estaba de protegerse durante un rato del sol. Escogió uno al que solía ir cuando aún vivía en Atenas, se sentó en la terraza cubierta y pidió un café solo mientras observaba en la lejanía las pequeñas islas que moteaban la superficie del Golfo Sarónico.

Fuego en dos Corazones - Harry StylesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora