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«Vete al infierno, Harry», se repitió de nuevo quince minutos más tarde cuando sus ojos se cruzaron, por primera vez en mucho tiempo, al llegar a la imponente sala de reuniones.
Harry Styles reinaba en el mejor despacho del edificio del grupo empresarial que había pertenecido a su familia durante generaciones. Alto, musculoso, moreno y tan arrogante corno siempre. Un hombre hecho para romper corazones, pensó Isobel.
Llevaba un traje gris marengo, cortado a medida, con una inmaculada camisa blanca y una corbata gris perla. No había cambiado en absoluto; su apostura, su encanto y su dominio seguían allí, al igual que esos ojos castaños tan dulces como la melaza, y esa boca propia de un seductor nato.
Deseó acercarse a él y estamparle una bofetada en plena cara. Quería desahogarse a puñetazo limpio sobre su musculoso pecho. La furia y el dolor corrían sin freno por sus venas. Se sentía como si los tres largos años de separación no hubieran existido; en realidad parecía corno si lo hubiese abandonado el día anterior. Pensó en Diantha Christophoros, la mujer con el corazón roto que, según se decía, su familia se había tenido que llevar a los Estados Unidos para que se recuperara del golpe recibido cuando Harry llegó a Atenas recién casado con ella.
¿Pensaba Harry que ella no estaba enterada .de sus próximos planes de boda? ¿Que no sabía que durante esos tres años él había viajado varias veces a Washington para visitar a su ex novia?
«Te odio», le dijo con la mirada, sin pronunciar palabra. Se miraron durante unos instantes en un silencio tenso. Allí estaba su tío y padrino Takis, que se negó a saludarla. Lester Miles procuraba pasar desapercibido detrás de Isobel, hasta que pasara el primer momento de inevitable tensión. Harry no movió ni un solo músculo al verla y resultó evidente que no pensaba acercarse a saludarla. Al contrario, sus ojos la miraban con tanto desprecio como si se tratara de una víbora.
«Bien, esa mirada lo dice todo», pensó Isobel con frialdad. «Al final se ha doblegado ante las presiones de su familia».

Harry se había quedado prácticamente paralizado al ver entrar a la mujer que llevaba cuatro años casada con él. Sus piernas seguían siendo sensacionales, admitió con amargura, recordando el alivio que había sentido al enterarse de que no era ella, sino su madre, la que estaba confinada en una silla de ruedas. Aunque también lo sentía por Silvia Cunningham. Su suegra había sido una mujer muy hermosa, de rasgos idénticos a los de su hija, llena de vida y sentido del humor. Estaba muy impresionado por su desgracia, pero había llegado el momento de hablar cara a cara con esa adúltera mujer de cabello rojo e intensos ojos ver- des que tenía delante. Aunque unas horas antes hubiera estado dispuesto a tratarla con amabilidad, en esos momentos su pensamiento se concentraba en cómo hacerla pedazos.
Durante cuatro años, esa mujer había continuado alojándose en su corazón como un dolor sordo, pero persistente. Se sentía culpable y triste, por eso había decidido no comentarle sus planes de volver a casarse, como signo de respeto, al menos hasta que hubieran firmado los papeles del divorcio. Pero luego había descubierto que podría ahorrarse semejante cortesía, puesto que ella misma se había traído a su alto y rubio amante a Atenas. ¿No era capaz de pasar un par de días sin él? ¿La habría llegado a conocer tan íntimamente como él? ¿La hacía gemir e implorar en la cama hasta llegar a la cima del éxtasis?
La miró con una llamarada de furia acerada en los ojos. Iba vestida con un traje de cuero. ¿Por qué de cuero? ¿Quería demostrarle que podía permitirse el lujo de comprar ropa cara con su propio dinero? ¿O se habría vestido así para complacer a su amante?

-Llegas tarde -dijo finalmente con tono incisivo, recorriendo las perfectas curvas del rostro de la que todavía era su esposa, pero ya pertenecía a otro hombre. Se imaginó la posibilidad de volver a tocarla, de hacerla temblar de pasión... .
-El tráfico estaba imposible -repuso Isobel, entornando sus bellos ojos verdes.
-Eso no es ninguna excusa. El tráfico en Atenas siempre es así. Me figuro que no lo habrás olvidado, aunque lleves tres años fuera. Toma asiento, por favor.

Harry se dejó caer sobre una silla con violencia, haciendo caso omiso de la mirada de reprobación de Takis mientras analizaba al abogado de Isobel. ¿Cómo era capaz de presentarse con un joven recién licenciado sabiendo que tendría que enfrentarse con el maduro y reputado Takis Konstantindou? También cabía la posibilidad de que fuera un segundo amante, pensó con irritación mientras empezaba a golpear rítmicamente la mesa con su pluma estilográfica. Takis estaba estrechando la mano de Lester Miles con la máxima cortesía, mientras Isobel atravesaba toda la sala para tomar asiento frente a Harry. El traje de cuero acariciaba su magnífica figura a cada paso. Allí debajo estaban los largos y sedosos muslos y los bien formados y protuberantes senos. ¿Por qué llevaba la chaqueta abotonada hasta el cuello? ¿Llevaría algo debajo? ¿Pretendía que él se hiciera todas esas preguntas?
Isobel tenía la barbilla alzada y su piel era tan blanca y suave que parecía irreal. Finalmente, tomó asiento frente a él, tan lejos como el diseño de la mesa permitía. Harry se divirtió pensando que un simple beso experto en el lóbulo de la oreja la haría perder por completo el sentido, incapaz de resistirse a la tentación de derretirse como la miel bajo el sol del verano. La conocía, conocía sus más íntimos secretos y todas sus zonas erógenas. Al fin y al cabo, él había sido su maestro en el amor. Sabía cómo obligarla a suplicar y sollozar, gritando su nombre, hasta el paroxismo del clímax. Era capaz de derrumbar esa estatua de hielo en un par de minutos. Pero volvió a recordar la existencia del amante, o los amantes, y toda su fantasía erótica desapareció como por ensalmo, dando paso de nuevo a la irritación.
Ella acababa de dejar el bolso en el suelo, junto a la silla, y levantó la vista para mirarlo directamente a los ojos con hostilidad. El pulso de Harry se aceleró al ver cómo esos ojos verdes le declaraban la guerra sin cruzar palabra. Pero no sabía cuál iba a ser el motivo de la discordia, puesto que llevaban tres años sin verse y, sin duda, el divorcio que él había propuesto parecía la solución más razonable. ¿Por qué se mostraba ella tan hostil?
«¿Qué piensas sacar de todo esto, bruja infame!», preguntó con la mirada, en actitud desafiante. «Espero que estés preparada para luchar porque yo sí lo estoy».
Ella puso las manos sobre la mesa, acariciando la pulida superficie y mostrando sus preciosos dedos con las uñas lacadas en color rosa. El cuerpo de Harry reaccionó de inmediato ante esa actitud tan sensual. Ella se dio cuenta y le dirigió una mirada despectiva.
Takis se sentó al lado de Harry y Lester Miles junto a Isobel. Ella se giró hacia su abogado y le dedicó una sonrisa capaz de derretir un iceberg. Pero, según pudo observar Harry, el joven abogado no estaba acostumbrado a recibir ese tipo de trato, puesto que había enrojecido hasta las orejas. Quedaba descartado como amante, pues. Sin embargo, Miles le devolvió la sonrisa a Isobel con un ademán que quería decir: «No hay por qué preocuparse, todo está bajo control».
El león que Harry llevaba dentro volvió a rugir de ira al observar ese gesto de complicidad.
«Voy a acabar contigo», pensó el magnate con acritud cuando ella volvió a mirarlo.
-¿Podemos empezar? -preguntó Takis mientras abría un cartera azul. Isobel colocó las manos sobre el regazo y Harry volvió golpear con impaciencia sobre la mesa con la estilográfica-. Isobel -prosiguió Takis-, quiero empezar por decirte que queremos que todo el proceso de divorcio se desarrolle de manera civilizada y justa.
-Hola, tío Takis -dijo ella, creando un instante de tensión. Takis y Lester Miles se quedaron petrificados. De hecho, el anciano y reputado Takis Konstantindou se sonrojó antes de poder recuperar la compostura.
-Acepta mis disculpas, Isobel. No sé cómo he podido llegar al extremo de perder las buenas maneras.
-No importa -repuso ella, apartando la vista para volver a mirar a Harry. «¡Maldita bruja!», pensó Harry.
Isobel respondió al inaudible insulto alzando una ceja que quería decir: «Puede que tengas razón, pero al menos no seré tu bruja por mucho tiempo» .
La tensión se podía cortar con un cuchillo.
-Como iba diciendo -atacó de nuevo Takis, aclarándose la garganta-, teniendo en cuenta los intereses de ambas partes, he redactado, a petición de mi cliente, un primer documento de propuestas para que ustedes puedan examinarlo -dijo, deslizando los papeles hacia Isobel, que ni siquiera se molestó en mirarlos. Sin embargo, Lester Miles se incorporó ligeramente, tomó el documento Y se puso a leerlo atentamente-. Como deseamos terminar rápidamente con estos trámites, hemos hecho una propuesta económica muy generosa, dadas las circunstancias.
-¿Qué circunstancias? -preguntó el abogado de Isobel.
-Nuestros clientes no se ven desde hace tres años –contestó Takis con la mirada alzada y desafiante.
«Tres años, un mes y veinticuatro días», rectificó Isobel en silencio, deseando que Harry parara de dar golpecitos en la mesa con la pluma. La estaba mirando como si fuera una asesina convicta y parecía evidente que deseaba quitársela de en medio cuanto antes.
Esa mirada le hizo daño, aunque ella sabía que a esas alturas ya debería ser completamente inmune a las ofensas de ese hombre.

Fuego en dos Corazones - Harry StylesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora