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«Mentirosa», se acusó Isobel a sí misma. «Querías decir lo que él supuso con lo de la cita. Lo que no esperabas era su contrarréplica». Constató con alegría que él no la estaba siguiendo, lo cual significaba que el encuentro había quedado en tablas. «¿Por qué dejo que ese hombre me manipule?» Lo normal sería que, después de tres años de separación, las emociones se hubieran aplacado.
El hotel estaba cerca, pero mientras se dirigía hacia allí, sintió los primeros síntomas de un fuerte dolor de cabeza y deseó meterse en la cama. Así que se llevó una tremenda decepción al encontrarse a Clive Sanders, a Lester Miles y a su madre cómodamente sentados en las butacas del vestíbulo.
-¿De dónde vienes? -preguntó Silvia en cuanto la vio-. He estado muy preocupada por ti.
-Te dejé un mensaje en recepción -repuso ella con el ceño fruncido mientras avanzaba para reunirse con ellos.
-Leí el mensaje, Isobel -dijo su madre con impaciencia-. Pero no creo que ese «He salido un rato a tomar el aire» pueda explicar una desaparición de tres horas.
-Lo siento -murmuró, inclinándose para besar a su madre en la sonrojada mejilla.
Todos parecían acalorados, pensó Isobel. Clive estaba sudando y Lester Miles se había quitado la chaqueta y la corbata, y se abanicaba con una revista. De pronto, se dio cuenta de que el aire acondicionado no funcionaba y de que hacía más calor dentro del hotel que en la calle.
-Está estropeado -explicó Clive, ante su interrogativa mirada.
No era sorprendente que su madre estuviera irritada. Isobel le había prometido llevarla a un hotel con aire acondicionado.
-A ver. ¿Qué os parece si subimos todos a nuestras habitaciones y nos damos una ducha refrescante? Luego podríamos irnos a...
-Tampoco podemos subir a las habitaciones -intervino Lester-. No hay electricidad, los ascensores no funcionan. Al parecer, sucede muy a menudo.
-y ahora dime, Isobel, ¿cómo piensas que puede una mujer impedida escalar cuatro pisos para darse una reconfortante ducha fría?
«No lo sé», pensó ella, con ganas de tirarse al suelo y ponerse a llorar. Nada estaba saliendo según lo planeado. Deseó no haber viajado hasta Atenas. Deseó estar cómodamente instalada en su piso londinense, viendo llover por la ventana, haciendo planes para su próximo reportaje fotográfico. No deseaba volver a posar los ojos sobre Harry porque ese hombre siempre se las arreglaba para hacerle perder los nervios.
-Los hombres pueden subir a sus habitaciones para refrescarse. Mi madre y yo buscaremos...
-Hazme caso Isobel -intervino Clive-, estamos en el lugar más fresco del hotel.
-Es un hotel de mala muerte -anunció Silvia con desprecio.
-Lo siento -repitió Isobel, ciertamente al borde de las lágrimas-. Dame cinco minutos y buscaré otro hotel a donde podamos trasladamos para...
-¿Pasa algo? -intervino una voz profunda y masculina-. ¿Hay algún problema?
El ánimo de Isobel decayó aún más si eso era posible. Harry no parecía acalorado. al contrario. se lo veía fresco y dispuesto a ayudar. Era tan tentador...
-¿Qué haces tú aquí? -preguntó Silvia con furia.
-Yo también te saludo. Silvia -repuso Harry con una sonrisa, pero sin apartar los ojos del pálido rostro de Isobel-. ¿Qué pasa? -volvió a preguntar amablemente.
La amabilidad pudo con ella, su boca empezó a temblar y dejó que las lágrimas corrieran por sus mejillas.
-Yo... -inició la explicación, pero no podía hablar. No era justo que ese hombre pudiera alterar su habitual serenidad de ese modo.
Harry extendió la mano en dirección a ella e Isobel se dio cuenta de que pretendía devolverle la cámara que se había dejado olvidada en El Pireo. Hizo intención de recoger la cámara, pero le falló la mano y, de repente, se encontró asida a una fuerte muñeca masculina. Él no dudó un momento y la atrajo hacia sí, dejándola que se apoyara sobre su hombro, sin importarle lo que pudieran pensar los sorprendidos espectadores. Con una mano la sostenía por la nuca y, con la otra, por la cintura. Ella se agarró al cuello de su camisa, reconfortada por un familiar apoyo masculino que no deseaba sentir. Oyó cómo alguien sollozaba y se dio cuenta de que era ella misma.
-Todo esto es culpa tuya, Harry -dijo Silvia.
-Sin duda -aceptó él caballerosamente-. Señor Miles, ¿podría usted hacerme el favor de decirle al recepcionista que el señor Styles desea hablar con él?
Isobel salió de su trance al oírle hablar.
-¿Qué piensas hacer? -preguntó.
-Algo que alguna vez me dijiste que se me daba bien, resolver los problemas ajenos.
-Puedo hacerlo yo misma -repuso ella con el orgullo herido.

Fuego en dos Corazones - Harry StylesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora