A Isobel le costó un gran esfuerzo recorrer los metros que separaban el coche de la casa y, cuando Harry abrió la puerta de par en par, sintió unas ligeras náuseas. La cálida temperatura de la calle se vio sustituida por el agradable aire acondicionado en el gran vestíbulo de entrada. Las paredes aún lucían aquel elegante tono gris azulado. Los muebles eran los mismos y el resultado final encajaría perfectamente en una revista de decoración.
Una mujer desconocida, vestida de negro y con cofia blanca, se presentó para saludarla.
-Esta es Alisse, nuestra ama de llaves -explicó Harry-. Alisse, esta es mi mujer, Isobel.
Se preguntó con una sonrisa qué habría pasado con Agnes, la cotilla empedernida que la madre de Harry había colocado en la casa para mantenerlos controlados.
-Hérete, Alisse. Es un placer conocerla.
-Bienvenida, kiria -repuso el ama de llaves educadamente-. Las visitas los esperan en la terraza. ¿Preparo un té inglés para todos?
Isobel se sintió extraña al darse cuenta de que Alisse se dirigía a ella para tomar las decisiones domésticas. Agnes solía preguntarle a Harry.
-Sí, gracias -repuso temblorosa. Una vez el ama de llaves hubo desaparecido, se volvió hacia Harry-: ¿Qué ha pasado con Agnes?
-Se marchó poco después de que tú te fueras -contestó él con un tono de voz que dejaba bien a las claras que la despedida no había sido demasiado amistosa.
Pero Isobel no tenía ganas de seguir hablando del tema, deseaba ver a su madre cuanto antes y comprobar que se encontraba bien. Además, necesitaba contar con su opinión. Silvia la había visto salir esa misma mañana dispuesta divorciarse de Harry e Isobel no sabía cómo iba a encajar la idea de que pensaba darle una nueva oportunidad a su matrimonio. Se dirigieron directamente hacia la terraza y, tras cruzar unas puertas acristaladas, se encontraron de nuevo con la suave luz de poniente. La primera persona a la que vieron fue a Silvia, cómodamente sentada sobre los cojines de un sillón de anea pintado de color azul, con una sonrisa en la boca. Lester Miles estaba también allí, pero se puso en pie con el ceño fruncido en cuanto los vio aparecer.-Hola -dijo Silvia, encantada de verlos-. Ya empezábamos a preguntamos dónde estaríais.
De pronto, se levantó otra persona que había quedado medio oculta entre las sombras del jardín. Era una mujer pequeña, pero preciosa, con el cabello y los ojos negros. Isobel adivinó inmediatamente de quién se trataba, antes de que se hicieran las presentaciones formales. Se trataba de Diantha Christophoros.
-Justamente ahora le estaba explicando a Diantha lo amable que has sido al ofrecemos alojamiento en tu casa para que pudiéramos salir de ese horrible hotel, Harry-añadió Silvia con toda la inocencia del mundo.
-¡Qué sorpresa, Diantha! -exclamó Harry con tensa y fingida cortesía-. No recuerdo haber hecho planes para vemos hoy -dijo, dándose cuenta de que no había sido una intervención afortunada.Isobel dio un paso atrás.
-Lo sé. No deseaba entrometerme -repuso Diantha con tono contrito-. Alisse debería haberme informado de que tenías una visita imprevista y yo me hubiera quedado en casa tranquilamente.
-No digas eso, Diantha, has sido de gran ayuda -intervino Silvia, sin percibir aún la tensión-. Espero que no te importe, Harry, pero para evitar las escaleras, Diantha me ha ayudado a instalarme en el anexo de la planta baja.
-Ha sido un placer, señora Cunningham -repuso Diantha con una sonrisa afable-. Espero que saboree de veras su estancia en Atenas. Harry-añadió volviéndose hacia él-, necesito hablar un momento a solas contigo. Tu madre...
-Más tarde -la interrumpió secamente el dueño de la casa.
-Isobel, cariño, estás muy pálida -comentó Silvia con preocupación-. ¿Te encuentras bien?
No, Isobel no se encontraba bien, pensó Harry enfurecido. Creía que Diantha era su amante. Pero no estaba dispuesto a presenciar una escena de celos. Y, además, Diantha no tenía la culpa de lo que Isobel creyera.
-Es verdad, estás pálida -intervino Diantha con amabilidad mientras se dirigía hacia ella con la mano tendida-. Espero que te acuerdes de mí, Isobel, nos vimos en una ocasión, durante una fiesta familiar, aunque no tuvimos oportunidad de conversar.
Harry estaba fuera de sí, sabía lo que se avecinaba y deseaba evitarlo por todos los medios posibles.
Isobel se dio la vuelta y volvió a entrar en la casa, dejando a todo el mundo con una exclamación de asombro en la boca. Abrió una puerta y se encerró en una de las múltiples salitas de estar que tenía la casa mientras escuchaba cómo Harry se deshacía el disculpas con su amante.
-¡Lárgate de aquí! -gritó Isobel cuando Harry consiguió localizarla-. ¡No tengo nada que hablar contigo, rata adúltera!
-Ya veo que no has perdido el temperamento -repuso él perezosamente.
Ella le dio la espalda y siguió mirando por la ventana, con los brazos cruzados bajo el pecho.
-Lo que has hecho es una grosería –puntualizó él.
«Típico», pensó Isobel. Harry siempre prefería atacar, antes que pedir disculpas. ¿Cómo se suponía que debía reaccionar una esposa al encontrarse a la amante de su marido tomando decisiones en su propia casa?
-Lo he aprendido de un auténtico maestro. Odio esta casa.
-¿Tanto como me odias a mí?
-Sí.
Aún no comprendía cómo se había dejado seducir y arrastrar hasta esa casa que le recordaba los peores momentos de su convivencia. Tenía que tratarse de un ataque de locura temporal. Todo el día había sido un completo disparate, desde el mismo momento en que se había montado en el taxi con Lester Miles.
-Pienso marcharme tan pronto como llegue mi equipaje -anunció en un susurro, mientras él suspiraba e iniciaba el camino para acercarse a ella.
-Es típico de ti, Isobel, apartarte y salir corriendo en cuanto se presenta un problema -dijo él con tono contemporizador.
Ella se volvió para enfrentarse con él cara a cara y se quedó impresionada al ver lo pálido que estaba. Parecía cansado y necesitaba afeitarse. En realidad, presentaba un aspecto completamente lamentable. Lamentable, colérico y frustrado, se dijo. ¿Cómo podía un hombre cambiar tanto en un par de minutos? Era la casa, decidió, esa horrible y odiosa casa.
-No te atrevas a comparar el día de hoy con mi pasado -sollozó ella.
-No es solo tu pasado, es nuestro pasado, pero lo que estamos discutiendo ahora es el presente, y sobre tu tendencia a escapar de los problemas que te hieren en vez de afrontarlos.
-No estoy herida, estoy enfadada -insistió ella con ojos relampagueantes.
-Diantha...
-Diantha se siente tan cómoda en esta casa, que se permite el lujo de dar instrucciones al personal de servicio.
-Tiene un temperamento organizador.
-Justo lo que tú necesitas -le espetó-. Porque está bien claro que yo ni siquiera soy capaz de organizar un té con pastas.
Él rió con ganas.
-No me casé contigo por tus aptitudes como anfitriona -le recordó con voz ronca. De vuelta al sexo, pensó Isobel con furia-. Me casé contigo porque eres maravillosa y muy atractiva, y porque, pase lo que pase, soy incapaz de apartar mis manos de tu precioso cuerpo.
Isobel se estremeció. Conocía a su marido y sabía que esas palabras eran una advertencia de que pensaba tocarla sin mayor dilación.
-Busca a tu amante para que satisfaga tus necesidades.
-Diantha no es mi amante.
-¡Mentiroso!
El suave contacto de sus masculinos dedos sobre la piel desnuda de sus brazos la hizo suspirar. Estaba tan cerca, que Isobel tuvo que contenerse para no rendirse a su poder de seducción:
-Solo es una buena amiga de la familia, eso es todo.
Isobel resopló incrédula y él le acarició la espalda hasta hundir los dedos en su espesa mata de cabello rojo. Un ruido les llamó llamó la atención y ambos se asomaron a la ventana. Una furgoneta del hotel Apolo estaba aparcando delante de la casa.
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Fuego en dos Corazones - Harry Styles
RomanceMuerto de deseo por su mujer... El magnate griego Harry Styles se casó con Isobel arrastrado por la pasión de su romance, pero en menos de un año su matrimonio se vino abajo. Tres años después, Harry quería el divorcio, o al menos creía que lo querí...