1. Grand Prix de las lágrimas

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―... Y ya que estamos hablando de los resultados sorpresivos del GPF. ¿Alguien notó la increíble capacidad de Katsuki Yuuri para pasar vergüenza en el torneo?

―En efecto Yurima-San. Muchos tenían su fe depositada en Katsuki, quien creían que iba a llevarse su primera presea del GPF a casa. Pero lo cierto es que Katsuki llegó, patinó, tambaleó, se cayó y desapareció.

―Sí. Todos estamos de acuerdo en que no fue una de sus mejores performances...

―Al contrario, yo diría la peor.

―Quizás la presión por ganar después de una temporada tan buena lo apabulló.

―Si se deja ganar por la presión tan fácilmente dudo mucho que volvamos a saber de él.

―Bueno, Tameki-San, quizás tendría más éxito en alguna de esas películas americanas de Marvel...

―Sí, probablemente le iría bien como el hombre invisible, así se evitaría la vergüenza de que el público vea sus espectaculares caídas (risas)..."

...

Yuuri no tuvo deseos de escuchar más esos comentarios radiales que alguien se había tomado la molestia de reunir en un solo video de Youtube, con una fotografía de él en el momento de su caída más aparatosa como fondo. Quizás en otro momento no hubiera tenido problemas con las palabras de sus detractores, después de todo ya estaba acostumbrado a ser criticado por la prensa. Pero ese no era un momento cualquiera. Lo que más le dolía era el que esa hubiera sido la última imagen que el público tendría de él sobre el hielo.

Yuuri sabía que su actuación en el primer GPF de su carrera había sido desastrosa.
Y también sabía muy bien que ya no tendría oportunidad de resarcirse porque esa carrera se terminaba ese mismo día, sentado en un asiento de clase turista camino a Japón.

De pronto sintió un conocido dolor en el pecho y suspiró. Sabía que la nostalgia quería volver a llenarlo de dudas, pero decidió hacerle frente dando un vistazo a través de la ventana a su lado. El avión, sumergido en medio de la noche, le hizo recordar la razón por la que su vida estaba a punto de tomar un rumbo lejos de las cuchillas, los reflectores y los trajes con mostacillas. A su mente venía aquella llamada de madrugada de parte de su hermana Mari quien, con voz firme, le dijo que ya no pensaba seguir callando sobre la salud resquebrajada de su padre. Yuuri había quedado sorprendido, no sólo por la enfermedad de Toshiya, sino también por las palabras duras y directas de Mari, la cual le exigió regresar a Hasetsu y honrar el trabajo y sacrificio de su familia.

Esa fue una decisión muy difícil de tomar al principio. Dejar todos sus sueños, así, sin previo aviso y para siempre, no era algo que él se podría imaginar con alegría. Sí, por un lado sabía que su familia lo necesitaba pero, por otro lado, también quería que su corazón se mantuviera egoísta porque era consciente de todo lo que había pasado para llegar hasta donde estaba.

Había entrenado los últimos cinco años en Detroit para convertirse en un mejor patinador y había conseguido una beca parcial para terminar sus estudios de periodismo deportivo en la universidad estatal de Michigan. Había dedicado mucho tiempo y esfuerzo para mantenerse a flote en el estudio con una nota que le permitiera mantener esa beca y Celestino, además, había pulido su estilo, lo había ayudado con la mejora de sus rutinas y lo había hecho enamorarse de su salto bandera, el triple axel.

Yuuri no era el mismo chico que había llegado con miedos a esa fría ciudad de Estados Unidos, era un patinador hecho con el tiempo, con ganas de demostrar que todo sacrificio había valido la pena. Poco a poco, Yuuri Katsuki se había preparado para hacer historia, pero una historia muy diferente de la que parecía escribirse ahora.

Realizó muchas llamadas a Japón, lloró solo en su cuarto, peleó con su hermana y deseó tener una vida sencilla y favorable para sus sueños. Pasó muchas noches pensando en cómo hablar con sus padres para seguir entrenando en Detroit, pero ni siquiera necesitó convencerlos de que su futuro seguía estando en el hielo y no en un pequeño hospedaje con aguas termales en una ciudad olvidada del sur de Japón. No lo necesitó porque, cada vez que lo intentó, escuchó a sus padres apoyándolo para seguir su carrera deportiva, a pesar de no poder seguir sosteniendo solos el negocio.
Jamás se quejaron, ni una sola vez, ni siquiera cuando Toshiya lo saludó por la cámara demacrado y sin cabello a causa de su primera quimioterapia. Eso fue lo que lo hizo reaccionar. Allí estaban, diciéndole que siguiera con su camino, a pesar de que él se los debía, a pesar de que por ellos había comenzado con esa vida. Hiroko lo había llevado a clases de ballet por años sin descanso, Toshiya le había comprado sus primeras cuchillas y había pagado cada traje, cada instructor y cada viaje que había hecho a causa de su carrera.

A su familia le debía todo y él no les había dado nada. Había sido egoísta toda su vida. ¿Cómo podía seguir siéndolo bajo esas circunstancias?

No. Yuuri no podía darse el lujo de ser egoísta, no con las personas que le habían dado alas para volar. Había llegado lejos con esas alas, más lejos de lo que había imaginado llegar y así, con mucha determinación y fortaleza, decidió que acabaría con su carrera después de graduarse, siendo su último objetivo el Grand Prix Final del 2016...

―Señor, ¿prefiere pollo o carne para su cena?

La azafata rompió aquella burbuja de dolorosos recuerdos. Sin ganas de probar bocado, Yuuri declinó amablemente la propuesta y siguió apreciando aquel cielo fosco donde parecían diluirse un poco sus penas.

Al principio de la temporada, Yuuri había sentido una corazonada. Estaba convencido de que sería un buen año para él. Se preparó arduamente cada tarde, muchas horas al día, probando saltos, piruetas y secuencias de pasos. Con la compañía de su amigo Phichit salió a correr y se escabulló hacia la pista para seguir entrenando, aunque Celestino le repitiera muchas veces que no debía sobreexigirse.

Pero a Yuuri no le preocupaba eso. Tenía las ganas y la fortaleza física para caer y levantarse del hielo muchas veces más que el resto. Era necesario y hasta adictivo seguir estimulando esa parte de él que le decía que ese era su año de triunfos. Sentía que estaba poco a poco acercándose a un final honroso.

El trofeo de Canadá llegó y Yuuri se quedó con la presea de plata. No había podido ganarle a JJ, pero había dejado a Georgi Popovich deseando cambiar la medalla de bronce que le había dejado.

Después llegó el NHK y, el sentirse presionado ante sus compatriotas, le pesó. Logró, sin embargo, una presea de bronce y todos los aplausos del público, que le dieron la seguridad que faltaba para alegrarse por su entrada a la Final del Grand Prix.

Con esos resultados tenía grandes posibilidades para conseguir una medalla. Si daba por terminada su carrera allí, sin retrasarse por más tiempo, podía despedirse del hielo que tanto amaba con honor. Celestino lo convenció, le dijo que ya era un grande, que estaba entre los seis mejores patinadores de la temporada y que había llegado hasta donde siempre había soñado. Si ese iba a ser el final, era un buen momento para ello.

Teniendo eso en mente, Yuuri dedicó su cuerpo y mente al hielo. No bastaron las largas horas de entrenamiento por la mañana, ni las escapadas al rink sin permiso de Celestino para seguir trabajando. No bastaron las caídas, los golpes, los arañazos ni las heridas. Todo su ser lo entregó a su próxima actuación en el GPF y a la oportunidad más clara que había tenido en toda su vida para patinar junto a él, junto a Víctor Nikiforov, la leyenda viva del patinaje, aquel hombre a quien secretamente le dedicaba todos sus triunfos. Para él, cada una de sus victorias también lo eran de Víctor, aún si el ruso no lo supiera. Yuuri miraba el hielo a través de su ídolo, se enamoraba de él una y otra vez, se entregaba con todo lo que tenía porque eso era exactamente lo que hacía Víctor, amar al hielo, dejar su vida y su corazón en él, así como Yuuri quería hacerlo.

Todo pareció andar bien al principio, pero pronto, una nube negra cubrió el alma de Yuuri y lo empezó a atormentar, trayendo al más grande y antiguo de sus amigos consigo: su ansiedad.

El saber que el GPF sería su última competencia y también su última oportunidad para patinar con Víctor le dio a su entrenamiento cierta solemnidad que, con el pasar de los días, empezó a preocuparle. Todo alrededor era decisivo, todo se convertía en una presión: sus últimas prácticas con Celestino, sus últimos exámenes en la universidad y el último patinaje en aquella pista que había pisado cinco años atrás emocionado. Yuuri se había sentido dentro de una olla de presión a la que le estaban añadiendo más y más cosas que él sabía estaban a punto de hacerlo explotar.

Sigo siendo YuuriDonde viven las historias. Descúbrelo ahora