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THE THERAPIST

Advertencia: Siguiendo con la primera parte del capítulo 9, esta parte no pertenece a la trama de la serie real.
Palabras: 587



—Se supone que esta es la calle —sentenció el primero.

—Y se supone que aquella de allí es la casa —declaró el segundo.

Bucky miró a Sam de soslayo, suspirando tenuemente. Ambos habían seguido las indicaciones que les había dado tanto la terapeuta de Barnes como una encorvada viejecita que paseaba a su perro por la calle, aparentemente vecina de la joven que estaban buscando.

<<Me alegra oír que __________ si tiene familiares. Es una chica muy reservada y casi nunca se deja ver. ¡Ni siquiera acude a las barbacoas de los domingos en casa de los Tomilson! Estos jóvenes de hoy en día...>>

Ambos caminaban por la acera, y fue Sam el primero en detenerse, mirando la casita verde lima de arriba a abajo. No era especialmente horripilante, a pesar del color. Tenía la fachada blanco crema, con frondosas enredaderas alzándose y enrollándose en los alféizares de las ventanas; también en la jamba de lo que parecía una puerta lateral que daba a un patio lateral, y probablemente también trasero. Tanto las vallas del jardín delantero como la puerta blanca eran del mismo color blanco, esta última flanqueada por dos columnas que conectaban una fachada menor con el suelo, hacia un par de escaleras principales.

—Esto no es lo que se dice no querer llamar la atención —río, ganándose la desaprobación de Bucky en una mirada.

—Voy a llamar. Tú quédate aquí quietecito. Esto es entre ella y yo.

Y dicho esto, Barnes subió los peldaños blancos de la entrada principal y llamó a la puerta, dando suaves golpes con los nudillos. Y esperó.

Esperó, hasta pasados 10 minutos. Y nadie le abrió.

Giró la cabeza hacia Sam, que lo miraba con una expresión entre sorpresa y frustración.

—No está, vámonos —dijo el castaño, bajando los peldaños trotando con desgana. En realidad, se lo esperaba.

Cuando se situó junto a Sam, miró de nuevo hacia la casa por última vez en una despedida silenciosa. Tendría que decirle a la psicóloga que no había sido posible contactar con ella, que tal vez ni siquiera fuera ella, que se habría equivocado de persona y que lo más probable es que ella estuviese muerta, por su culpa. Hubo realmente disparado, y tal vez solo su cerebro bloqueó ese recuerdo: el rostro inerte de la joven, con una agujero en el entrecejo borboteando sangre mientras se desplomaba finalmente en el suelo.
Bucky negó con la cabeza, intentando dispersar aquellos pensamientos, mientras se giraban para irse.

—¿Estás bien? —preguntó Wilson entonces, observando su rostro ensombrecido.

Pero Bucky no respondió. En su lugar, se quedo mirando como la cortina superior de la derecha de la casa parecía moverse débilmente, algo improbable, no notaba ninguna ráfaga de viento. Además, la cortina se movía por dentro.
Había alguien, y podía deducir quién era. Sam siguió la mirada de Bucky hacia arriba, y, contemplando el cristal, abrió y cerró la boca, balbuceando en un intento de decir algo coherente.

La cortina quedó apartada por completo por lo que parecía ser una mano joven, de mujer. A pesar del contrate de sombras y luces, Barnes percibió que un par de ojos lo contemplaban con detenimiento, asombrados, escrutando su rostro, como si fuera la primera vez que lo viera. Bucky aguantó la respiración, igual de estupefacto que quién poseía esos ojos. Era ella, la reconocería en cualquier parte. Absoluta y definitivamente era ella. Y ella parecía haberlo reconocido de igual forma.

Podría tachar su nombre de la lista de enmiendas aliviado.
Estaba viva. La había encontrado, y estaba en casa. A salvo.

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