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—Le he echado un vistazo a los menús de esa nueva empresa de catering —anunció Louie—. ¿Seguro que vas a emplearlos? ¿Kate? —chasqueó los dedos—. ¿Estás en trance?

Kate, que tenía la vista clavada en la página con números que había ante ella, se sobresalto con gesto culpable.

—Lo siento, Lou. Pensaba en otra cosa. ¿Qué decías?

—Estos menús, cariño —los miró consternada—. Suprema de pollo en salsa de champiñones, chuletas de cordero a la menta, estofado de carne. ¿Acaso damos premios a la originalidad?

—Pensé que podríamos recurrir a ellos para la cena de jubilación del mes próximo —suspiró—. Según su esposa, el invitado de honor tiene el estómago delicado, y sólo le gusta la comida sencilla.

—Está la comida sencilla y la abiertamente horrible —gruñó Louie—. Debemos pensar en nuestra reputación —palmeó a Kate en el hombro—. Pero tú sabes lo que haces.

«Me pregunto si lo sé», pensó con amargura.

—Sugiero que probemos con ellos una vez a ver qué pasa —dijo. Alzó la vista y observó que Louie la miraba con los ojos entrecerrados por encima de las gafas.

—Tienes el aspecto de alguien que ha sido lavado, estrujado y dejado a secar. ¿Has sido afortunada y no has dormido?

—No, nada de eso —se ruborizó un poco. No podrías estar más alejada de la realidad, pensó, y contuvo una mueca de dolor. Se obligó a sonreír—. En realidad creo que ayer pasé mucho tiempo bajo el sol, y me ha dado un ligero dolor de cabeza.

—Pensé que tenías una naturaleza de lagarto —Louie se mostró sorprendida—. Que te echabas sobre una roca y te asabas lentamente todo el día.

—Al parecer ya no es así —decidida, se concentró en su trabajo.

—¿Seguro que estás bien? —insistió Louie—. Das la impresión de ser una mujer con problemas.

En silencio Kate maldijo la percepción de su amiga. Tuvo la tentación de contarle todo, desde la carta anónima, pero algo la retuvo, advirtiéndole de que en cuanto ese genio escapara de la botella no podría volver a encerrarlo.

Si había una crisis en su matrimonio, era algo de lo que tendría que ocuparse sola, a menos que llegara a la fase en que resultara imposible seguir ocultando la verdad.

Si Harry la dejaba, por ejemplo, pensó, y sintió que un dolor le retorcía las entrañas.

—No puedo engañarte, ¿verdad? —exageró la expresión—. Ayer me tocó almorzar con los suegros. Aún me estoy recuperando.

—Creía que te caían bien —Louie frunció el ceño.

—Y así es... en serio. Pero eso no impide que me sienta como alguien de fuera cuando estoy con ellos mucho tiempo —a Kate le extrañó la intensidad que notó en su voz. Era consciente del día anterior, en que flotó como una sombra; y de la noche anterior.

—¿Sabe Harry lo que sientes?

—En este momento Harry y yo tenemos ligeros problemas de comunicación —se encogió de hombros y soltó una risa frágil—. Tengo entendido que son corrientes, y que los experimentan hasta los mejores matrimonios.

—Bueno, sin duda tú tienes uno de los mejores matrimonios —aseguró Louie—. Así que deberías saberlo. Aunque yo me cercioraría de que se trata de algo momentáneo —le dio otra palmada en el hombro y se marchó.

«Era un buen consejo», reflexionó echándose atrás en el sillón cuando la puerta se cerró. Pero, ¿cómo podía comunicarse con alguien que al parecer se había rodeado de una muralla de cristal? Y no es que se hubiera peleado con ella, ni siquiera que le hubiera dicho que no tenía por qué seguirlo, ni hecho un comentario airado. Sencillamente, y de un modo extraño, había estado inalcanzable.

Bajo Sospecha - Harry StylesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora