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«Esta», decidió Kate al cruzar el vestíbulo vacío del hotel, «ha sido definitivamente una mañana salida del infierno».

Se dejó caer en una silla junto a la ventana y se quitó los elegantes zapatos negros bajo el cobijo de la mesa; con discreción se masajeó el talón de un pie dolorido contra la pantorrilla de la otra pierna.

En el exterior, en el jardín iluminado por el sol, desmantelaban con rapidez y eficiencia la bonita tienda de rayas rosas y blancas.Al recordar todas las horas y llamadas de teléfono que se habían necesitado para conseguirla, Kate observó la operación con auténtico pesar.

En el resto del hotel habían cesado todos los preparativos del menú cuidadosamente seleccionado para doscientas cincuenta personas; el champán se devolvía a la bodega, junto con el clarete y el chablis; y los teléfonos sonaban a medida que a los decepcionados invitados se les informaba de que, después de todo, su presencia no sería requerida.

Kate suspiró, abrió la carpeta que tenía ante sí y pasó un dedo por la lista redactada a toda velocidad. Preparar una boda era algo tedioso y complicado.Cancelarla el día mismo en que se iba a celebrar era casi igual de complejo, y probablemente el doble de caótico.

«Maldita sea Davina Brent», pensó con irritación, mirando las facturas delos subcontratistas. «¿Por qué no pudo decidir un mes o una semana antes, incluso ayer, que no quería pasar por ello?»

Aparte del drama y de las molestias de las últimas horas, también le habría ahorrado a su aturdida familia algunos gastos enormes, pero inevitables.

Era la primera vez desde que Kate y Louie, su amiga de los tiempos de la universidad, inauguraron Ocasiones Especiales que una novia se había negado a casarse la mañana de su boda. De hecho, en los tres años que llevaban funcionando, habían tenido muy pocos apuros en la organización de las fiestas,recepciones y acontecimientos especiales de otra gente.

Y ciertamente no hubo ninguna indicación de que la hermosa Davina iba a reaccionar de forma tan espectacular en el último minuto.

Durante las charlas preliminares que Kate mantuvo con ella y con su desgraciado prometido, había parecido muy enamorada.

Pero, pensó con un encogimiento mental de hombros, ¿cómo podía saber qué pasaba por la vida o la cabeza de otras personas?

Durante un momento se quedó muy quieta, consciente de un extraño hormigueo por la espalda. «Un ganso caminando por mi tumba», pensó. «O un ángel que pasaba por encima».

Y se sobresaltó cuando delante de ella depositaron una copa. Si no se equivocaba, era un martini tal como le gustaba, muy seco, muy frío y con una pizca de limón. Sólo que no lo había pedido.

—Debe tratarse de algún error —comenzó, girando en la silla para mirar al camarero. Pero se encontró con el rostro serio de Peter Henderson, el padrino, que en ese momento vestía de manera informal con unos vaqueros y un jersey.

—Ningún error —indicó con sequedad—. Da la impresión de que necesitas una copa. Yo sé que la necesito —señaló el whisky que sostenía.

—Gracias por pensar en ello —le concedió una sonrisa fugaz y formal—. Pero tengo por norma no beber alcohol mientras trabajo.

—Pensé que en estas circunstancias ya estarías fuera de servicio.

—Aún quedan unos cabos sueltos que atar —Kate señaló la carpeta abierta.

—¿Puedo acompañarte o te estorbaré?

—Claro que no. Siéntate... por favor —bajo la mesa Kate buscó el zapato descartado.

Bajo Sospecha - Harry StylesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora