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      Durante todo el juicio que se llevó a cabo por la participación en mi suicidio, el juez Dunellet, con sus grandes ojos grises observo detenidamente cada movimiento de los acusados Sophia Jones y Ryan Richmond. Necesitaba dar un veredicto, dejar como culpables o inocentes a unos adolescentes que no dejaban de emanar miedo de su cuerpo. Sin embargo, al final de todo, él ya tenía claro lo que haría.

—Habiendo escuchado los testimonios de la señorita Sophia Jones y del joven Ryan Richmond, además de los jueces de ambos lados y los testigos a favor de los imputados. Dicto que... —unos segundos de silencio dramático pasaron antes que él continuara— Ambos jóvenes de 19 años, son condenados a cumplir condena en sus respectivos hogares, con libertad condicional, sin derecho a salir de la ciudad o del país hasta que se finalice la investigación y quede claro para la familia, los abogados y para mí que ellos no tuvieron participación alguna en la muerte de la señorita, de la misma edad, Lea Parker

      Dio el respectivo golpe con su martillo de madera y el veredicto ya no podría cambiar. La cara de Sophia se iba desfigurando mientras escuchaba detenidamente cada palabra que salía de la boca del juez. Su primera reacción fue de impacto, al igual que todo el resto del público presente, ya que no había pruebas explícitas en contra de mi suicidio, luego, solo hizo falta el gran sonido que hizo la puerta que fierro que se cerró tras el hombre gordo que acababa de hablar para que el ambiente cambiara a lágrimas y enojo.

—Nosotros sabemos la verdad —le consoló Ryan.

—Lo sé —dio uno de esos suspiros melancólicos y repitió—: Lo sé

—Tranquila

—Nosotros estamos aquí chicos, nosotros sabemos que no tuvieron nada que ver —llego diciendo Austin

—Siempre con ustedes, lo saben —comento Madison.

—Sé que nuestra relación es asquerosa Sophia, pero en esto, tienes todo mi apoyo

—Gracias Trenton


     Todos tenían claro cómo sería el camino de vuelta a sus casas, sabían lo incómodo y silencioso que sería y sabían que finalmente Ryan se alejaría de ellos, como lo había empezado a hacer desde mí incidente.

      Los chicos acompañaron a Sophia a su casa para que, luego de días, se alimentara como debía ser, mientras Ryan se iría a su casa por su cuenta. Todos aceptaron.

      Excepto yo.

      Él se encontraba en su cama mirando fijamente el techo. Me hubiera encantado saber que pensaba mi novio justo en aquel momento. Si pensaba en los grandiosos momentos que habíamos pasado juntos como la vez que nos escapamos a una cabaña fuera de la ciudad solo para estar solos, y beber, o si pensaba en cosas como mi cuerpo pálido y muerto adornado con un vestido blanco junto a una corona de flores.

—Tú sabes que yo no lo hice —susurró.

Lo sé, mi amor, confió en ti —respondí como si pueda escucharme. 

      Y lo hacía, enserió confiaba en él. Tanto como él ni naddie podrían imaginarse.

—Te necesito aquí conmigo —dio un golpe a la cama que hizo que mi débil cuerpo saltara.

Todo estará bien, tranquilo

      Luego de pensarlo, y con mucho miedo, fui acercando mi mano a su cabeza. Era lo más típico entre nosotros, incluso antes de ser novios esa siempre fue nuestra forma de demostrar que estábamos cerca del otro para todo, en lo bueno y lo malo.

      Era lo nuestro.

      Como era de esperarse, las lágrimas no tardaron en salir de mis ojos. No creí que tocar su cabello funcionara al estar muerta, pero lo hizo y sentir su cabello era algo de otro mundo, puedo jurar que en ese momento, solo con ese pequeño roce que me permitía la línea de la vida y la muerte, me sentí más viva que nunca.

      Comenzó a cerrar los ojos como si pudiera sentir esa pequeña caricia.

      Y como si pueda oírme, de un momento a otro los abrió.

      Y salto de su cama.

—¿Qué? Tú... No —repitió las mismas preguntas tantas veces que perdí la cuenta luego de la séptima.

      Y me di cuenta que podía verme, y que no tenía ni idea que hacer en ese caso. No lo había deseado, al menos no es voz alta, y podía escuchar la charla molesta de Max que me llevaría.

—Buuu —dije. Haciendo la peor imitación a un fantasma posible, quise hacer de ese momento aterrador algo cómico.

      No funcionó, claro.

—¿Sophia tenía razón? —susurro sin dejar de mirarme de pies a cabeza— No, no puede ser real

      Pasó sus manos por sus ojos con mucha fuerza, esperando que al quitarlas yo no estuviera ahí.

No, no lo hagas, no me veas comencé a desear pero la ganas de vernos mutuamente era, sin duda, mucho más potente que cualquier miedo.

      Sabía que me estaba metiendo en serios problemas de nuevo, pero ya lo había hecho y no lo desperdiciaría.

      Así que me acerqué.

      Su rostro estaba más delgado de lo que recordaba pero sus rasgos claramente seguían siendo los mismos del chico que me enamoré. 

      Todo se veía más bello y colorido al estar tan cerca de él. 

      Quiso decir algo, sin embargo volvió a cerrar sus labios, respiro de forma pesada tratando de convencerse y cerró sus ojos. 

Lo siento —susurre antes de acercarme lo máximo que me permitía mi estado de fantasma.

      Juro que eso se sintió igual que un beso, aunque no haya existido contacto físico alguno.

      Juro que pensé que al abrir los ojos despertaría de este horrible sueño. Pero eso no pasó.

Ella no se suicidó.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora