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Las clases pasaron muy rápidas para mí, tal vez sea porque no le presté atención a nada. Esforzándome para darte las tareas que los profesores dejaban cuando faltaban se había vuelto una rutina que dejé de haber cuando me enteré de todo.
El camino a casa se volvía extenso y solitario. Lo que era mi rutina de felicidad se volvió en lo peor del mundo.
Cada que me veía en el espejo lloraba. ¿Qué había pasado conmigo? Ojeras, labios secos, mirada decaída, cabello grasosos, cuerpo débil y cara pálida. Parecía un fantasma.
Mi celular sonaba y sonaba. Esos dos únicos tonos especiales que les puse a cada uno ya me resultaba aburrido, pero la melodía era tan dulce que me negaba a detenerla. Cada melodía seguida de un mensaje de voz.
Era tuyo o de MinHo. Siempre los dos.
“Creo que ya te enteraste... Perdóname, JiSung. No fue la manera de haberte dado aquella delicada noticia. Me siento un perdedor. Siento mucho si acabaste llorando, pero no culpes a MinHo, el de la idea fuí yo, no él. Yo lo detenía cada que el tomaba fuerzas para decírtelo. Yo lo detenía cada vez que quería invitarte a casa. Detenía a papá. Los detenía a todos. Porque soy un cobarde, y este cobarde no estaba listo para verte llorar”.
Las noches se volvieron más solitarias. Siempre te comenté que me daba miedo la oscuridad, que necesitaba de tus abrazos y que al menos me digas un aquí estoy para sentirme seguro. Ahora no quería nada de eso. Quería que la soledad me abrace, quería que ella me cante, que ella sea quien me acompañe. Ya no le tenía miedo. Me gustaba. Aprendí a sobrellevarlo desde que te volviste distante.
“Sunggie, lo lamento. Por favor, perdóname. Fuí un idiota al ocultarte algo tan importante. No puedo culpar a nadie aquí, soy un cobarde, lo soy. Me autoproclamo el ser más cobarde de este miserable mundo. Está bien si me odias, pero por favor, al menos déjame explicarte, acompáñame a ver a Felix, no lo dejes solo, y menos en esta situación. Quitando de lado su antigua relación, somos mejores amigos. Prometimos estar al lado del otro sin importar el qué. Por favor, contéstame”.
Ambos se nombran cobardes. Ambos quieren verme. Ambos quieren saber cómo estoy. Ambos son mis amigos después de todo...
—JiSung, regresaste— mamá me recibió con un cálido abrazo y beso.
—También te quiero mamá.
La comida de mamá siempre fue deliciosa y aunque no tuviera tanto apetito lo vimos. No me gusta despreciar la comida de mí mamá.
—Felix vino.
Escuchar eso fue como si fuera Colón descubriendo América. Tan sorprendido del hecho, tan afortunado de sentir que al menos te hayas puesto los pantalones de venir a mí casa. Estaba sorprendido, pero también decepcionado.
—¿Y qué te dijo?
—Nada... Sólo me preguntó por ti, le dije que no estabas— dejó de comer y me miró—. Está muy delgado y se ve más pálido de lo normal.
Sonreí, debí imaginarlo.
—Deberías traerlo a la casa, hace mucho que no viene. ¿Pelearon o algo?
—Terminamos.
El silencio se extendió
—Oh... JiSung.
—Iré a mí habitación.
No fuí a mí habitación. Salí. Corrí. Lloré. Hice de todo menos ir a mí habitación. Me escapé.
Esa noche marcaban las once, yo estaba exhausto. La luz de tu habitación estaba prendida, la sombre tuya me ayudaba a ver lo que hacías.
Guardabas tus cosas en unas cajas.
No creo que seas un cobarde, Lix. Creo que eres el chico más fuerte de todos.
—Dulces sueños, amigo.
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es corto este capítulo, pero ahí donde lo ven, me costó escribirlo porque me caía del sueño
