Me remuevo en las sábanas, las cuales se pegan a mi trasero como si tratasen de formar una segunda piel. Sudoroso y acalorado termino por incorporarme e impactar las manos en mi rostro, dejándolas resbalar hasta que quedan inertes sobre mi regazo. Acto seguido vuelvo a tirarme en cama, cerrando los ojos y escuchando el sonido de los pájaros que llega a través de mi ventana abierta.
El aire huele a verano. Esta definición inexacta puede que a muchos se les escape, pero para mí todos los veranos tienen un olor que los define. Por supuesto, en el pueblo es más fresco y limpio que en la ciudad en la que vivía, pero aun así tiene ese matiz característico que define a la estación llena de un verdor más maduro que en la primavera.
Si pudiera diría que me gusta más el verano por el tiempo libre que un adolescente sano dispone, sin embargo, no soporto las tormentas que traen consigo lluvia repentina y con ella los malos recuerdos que intento evitar.
Por fin, tras un gran esfuerzo, consigo levantarme algo tambaleante y arrastrarme somnoliento hasta la persiana para dejar que la luz del sol caliente mi cuarto.
En cuanto la abro me encuentro con Alain a punto de ponerse una camiseta y dos cosas suceden.
Primero: entreabro la boca como un besugo en pleno mar y recuerdo que ahora él es mi vecino.
Segundo: él me mira con gesto hastiado desde su posición y termina de vestirse mientras me lanza una mirada desafiante.
—Alain —me atrevo a decir con la boca pastosa.
Él se limita a entrecerrar sus ojos azul hielo, ignorándome por completo y saliendo del cuarto.
Lanzo un suspiro de frustración y me rasco la cabeza para ver el desorden de mis cajas esparcidas por toda la habitación. No me apetece recogerlas el día de hoy, por lo que bajo a ver a mi abuela, ya que escucho como trastean en la cocina.
— ¿Quieres que te ayude? —pregunto, tomando en mis manos una de las fresas que hay en un recipiente de cristal bastante bonito. Me la zampo sintiendo el sabor dulce que tanto me gusta. Mi abuela niega con la cabeza mientras se afana en quitar las hojas de lo que parece una coliflor mutada-espacio-dimensional.
Me acerco para lavar los platos que hay en el fregadero, algo incómodo.
—Clara ha pasado esta mañana para darnos unas cuantas coliflores que ha plantado su hermana —comenta ella mientras yo pienso en la radioactividad que puede tener ese campo—. Me ha preguntado si quieres acompañar a Alain, ya que van al lago todos sus amigos.
Lo que me faltaba, meterme en medio de los nuevos amigos de Alain para que me odien todos a la vez. Aunque quiero hablar con él. Necesito hacerlo.
—Preguntaré a ver si le parece bien que me una —digo mostrándole una sonrisa. En el fondo también quiero pincharle un poco por ser tan borde.
Termino las tareas rápido y me visto con lo primero que encuentro por delante, poniéndome al cuello la púa de plata que llevo desde hace dos años. Todavía no sé por qué la conservo, pero me siento mejor con ella puesta.
Salgo al camino con el sol abrasador dándome en la nuca y acaricio al gato negro de mi abuela un rato. Al levantarme, mi nariz impacta con un pecho duro como una roca.
— ¡Joder, puta piedra! —me quejo, frotando mi nariz y alzo la vista para ver a Alain que lleva una mochila colgada.
—Aparta.
—No. Es una vía pública, no me sale de los huevos —rebato.
Alain se encoge de hombros y se mueve para seguir su camino. Yo lo imito, avanzando a su lado sin tener ni la menor idea de a dónde nos dirigimos.
—Qué estás haciendo, Leo —dice él al cabo de un rato. Yo me limito a meter las manos en los bolsillos.
—Me dijeron que podía ir contigo y tus amigos a dónde quiera que vayáis.
Él se lleva la mano a la frente.
—Mira, voy al lago norte a nadar. Solo —me dice, poniéndome un dedo en la frente para empujarme hacia atrás —Y creo recordar que tú no sabes nadar.
— ¡Eso era cuando tenía siete años! —contesto inmediatamente. Lo cierto es que no me atrevo a nadar y que las grandes cantidades de agua me hacen sentir impotente—. Déjame ir contigo.
—No, vete a casa —se para en seco—. Y deja de intentar ser mi amigo, porque no quiero.
Esa frase me deja algo dolorido, pero si hay algo que me define es la tozudez. La obstinación mueve montañas, hace que el mundo cambie y que las personas se vuelvan mejores amigos. O eso espero.
—Bueno, pues resulta que yo voy a ir en la misma dirección que tú, así que te callas. Como ya he dicho, esto es una vía pública —hablo con orgullo mientras pateo una piedra con todo el rencor que tengo dentro.
Alain decide no inmutarse y ambos caminamos en silencio hacia el sendero que lleva al bosque sur que hay en Faraway, lugar al que nunca he ido. Sin embargo, mi corazón comienza a palpitar erráticamente, sintiendo la ansiedad instalarse de forma permanente en mi estómago.
Los bosques traen a mí recuerdos de un tiempo pasado. Un tiempo en el que éramos niños y los juegos en el bosque formaban parte de nuestro día a día. Un tiempo en el que la fría y oscura lluvia se llevó lo más hermoso para nosotros, dejando que la sangre se escurriese por las piedras del arroyo.
Me detengo de golpe, respirando con dificultad. A veces pienso que estoy loco. Quizá así sea.
Termino por arrodillarme allí mismo, en medio del camino terroso, con el sudor escurriéndose por mi cara. Para mi sorpresa Alain se detiene también y avanza hasta mí.
—Leo —pronuncia mi nombre con suavidad, colocando las manos sobre mis hombros— ¿Qué pasa? ¿Calor?
Me debato entre asentir o negar. Admitir que estoy teniendo un ataque de ansiedad por el mero hecho de entrar en un bosque sería como decir que me han arrancado las pelotas por lo que termino por asentir.
Alain saca un termo de su mochila y vierte un poco de agua fresca en mi nuca, haciendo que me estremezca ante el contacto.
—Si nos apartamos del camino, no tendremos que lidiar con el sol.
Si nos apartamos del camino estaremos inmersos en el bosque. Es lo primero que pienso antes de levantarme y darle la espalda.
—Creo que me voy a casa, no tiene sentido intentar estar al lado de alguien que no me soporta ni quiere hablar conmigo. —Me escudo antes de marchar camino abajo.
Escapando.
Porque es lo mejor que sé hacer.
ESTÁS LEYENDO
El arroyo de los cardenales rojos (BL 🌈 Completa, editada sin corregir)
Любовные романыEl pequeño y dicharachero Leo tiene un gran problema. Ese gran problema mide aproximadamente 1.81, tiene el pelo negro revuelto y los ojos azul hielo más hermosos que ha visto en su corta vida. Y lo que es peor, lo odia hasta la saciedad. En el pueb...