Capítulo 7 (Editado)

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Dicen que el primer día que vas a una nueva escuela los nervios te consumen

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Dicen que el primer día que vas a una nueva escuela los nervios te consumen. Creo que entro dentro de los clichés establecidos entonces. Si mi estómago pudiese ponerse del revés, estaría en esa posición cuando abro la portezuela de mi coche para dirigirme al enorme instituto, que por suerte solo tiene una planta.

Desde nuestro encuentro con las bandejas no he visto a Alain. Ni siquiera al tomar el camino al instituto. No lo veo en el aparcamiento y suspiro con una mezcla de alivio y frustración.

En mis auriculares resuena una canción de Coldplay, lo único relajante que tengo en mi repertorio. Saco los papeles para formalizar el registro en secretaría y paso por las puertas dobles con lo que solo podría definirse como cientos de ojos puestos en mí. Lo considero normal, siendo Faraway un pueblo bastante pequeño e insignificante en el condado de Washington, el típico sitio donde todos se conocen entre sí. Lo más probable es que haya asistido a primaria con muchos de los que ahora me miran extrañados, pero lo cierto es que nunca fui cercano con nadie que no fueran mis antiguos vecinos.

Marco las clases a las que deseo asistir, entre ellas matemáticas y biología, dejando el resguardo en manos de la secretaria, una mujer ciertamente enorme, la cual me pasa un papel con las aulas marcadas. Salgo del cubículo que conforma la secretaría y observo lo que va a ser mi cárcel el resto del año. Un simple y ancho pasillo se extiende con taquillas interrumpidas por las puertas de las aulas.

Me muevo con el papel como referencia, intentando encontrar mi taquilla y para cuando por fin estoy ante ella, suena el timbre por lo que me apresuro a poner la combinación y tirar mi mochila dentro con los libros que no necesito. Es al darme la vuelta rápidamente cuando mi cara da de lleno con algo mullido y suave. Me aparto de los enormes pechos y un poco más arriba encuentro el rostro con forma de perfecto corazón de una chica rubia de increíbles ojos zafiro.

Es preciosa. Y yo parezco una polilla tropezándome con todo lo que encuentro por delante.

Después de disculparme me deprimo ya que esa chica es más alta que yo sin usar tacones. Nunca he sido demasiado alto, pero parece que me he quedado estancado en el metro sesenta y cuatro, con un estúpido cuerpo que se niega a darme el condenado centímetro que me falta para llegar al metro sesenta y cinco.

—No pasa nada, chico nuevo —dice ella pasando a mi lado y abriendo la taquilla que queda a mi derecha. Su voz es bastante más grave de lo que esperaba, pero aun así no me desagrada. Me encojo de hombros y miro el papel para buscar la primera clase a la que he de asistir, la cual no parece encontrarse muy lejos de mi casillero—. ¿Qué clase tienes?

—Matemáticas avanzadas. —Contesto golpeando el libro con las yemas de mis dedos. A nuestro alrededor la gente se dirige a las aulas. Cuchichean y me miran. Incluso podría jurar que también hablan de la chica rubia que toma sus libros con brusquedad y cierra su taquilla de un golpe.

—Vamos juntos si quieres —sonríe con dulzura y me relajo instantáneamente. Es algo que no había sentido desde que llegué a este pueblo—. Soy Sabrina Di Áurea, pero llámame Áurea. Mi apellido me gusta más que mi nombre.

—Leo Lordvessel —nos estrechamos tontamente las manos. O al menos a mí me lo parece—. Mi nombre es más largo pero me da asco pronunciarlo, así que dime Leo.

Áurea ríe y por alguna extraña razón mis comisuras se elevan también. Supongo que le hace gracia que no me guste mi nombre al igual que ella. Cuando alcanzamos la clase los nervios vuelven a mí, golpeándome todo el cuerpo y dejándome paralizado en la puerta. Un total de veintidós personas se giran hacia mí.

Por favor, que venga un agujero negro y me lleve.

—Aparta. —Doy un respingo al escuchar la voz de Alain en mi nuca. Me muevo como si de fuego se tratase, empujando sin querer a Áurea, la cual sujeta con suavidad mis hombros para evitar que me caiga.

Atontado, espero demasiado y para cuando el profesor entra en clase, solo queda un asiento. Delante de Alain. Voy a ser perforado por esa mirada durante las siguientes dos horas.

Para mi sorpresa, mi nuevo profesor de matemáticas avanzadas no es otro que el hombre de la librería. Se ajusta las gafas presentándose como William Wackerly y expone un resumen de lo que daremos durante todo el año. Sus ojos se posan sobre mí durante unos instantes mientras tomo asiento y a mis oídos llega un resoplido de frustración.

Intento ignorar el hecho de que Alain tiene la mirada clavada en mi espalda abrasándome y anoto un montón de números que no tienen ni el menor sentido para mí. Al cabo de exactamente una hora y cincuenta, tengo claro de que en éste pueblo las matemáticas se harán una pesadilla constante para mí.

Suelto el aire contenido al término de la clase y me giro echándole un buen par de pelotas.

—Tenemos que hablar. —Alain saca la mano de su barbilla y cierra el cuaderno con un sonido seco. —Escúchame, por favor. Sabes que soy honrado. Prometí contártelo cuando me sintiese preparado.

Con una expresión insondable se acerca hasta que solo dos centímetros separan nuestras caras. Puedo percibir el aliento fresco y mentolado soplando con suavidad.

—No voy a escucharte. —Me espeta. — ¿Tus promesas? Solo mentiras. ¿Tu honradez? Es como un cuchillo que se esconde tras una espalda. Han pasado demasiados años, Leo. Es tarde. No quiero tener que repetirlo.

Nadie se mueve. Todos y cada uno de los presentes están atentos a los dos chicos que están en posición de darse un morreo. O matarse. O las dos cosas.

Alain pasa empujándome, saliendo por la puerta. De nuevo, me quedo con las palabras en la boca y los puños apretados.

El profesor me mira con lo que parece ser una muestra de compasión pintada en su rostro y me saluda cuando recoge sus libros.

— ¿Te está gustando el libro? —Me pregunta antes de salir por la puerta.

Meto las manos en mis bolsillos, mientras siento que la mochila se desliza sobre mi hombro.

—Sí, es interesante. Sobre todo el hecho de que nadie se percata de que el asesino está entre ellos, sonriendo con astucia. —Comento, mirando el lugar por el que Alain se ha marchado.

El señor Wackerly sonríe amistosamente.

—Suele pasar. —Dice, antes de marcharse también.

Miro el papel con el horario, deseando que la mañana acabe de una vez por todas.


El arroyo de los cardenales rojos (BL 🌈 Completa, editada sin corregir)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora