Capítulo Diecinueve: Explicaciones

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Capítulo Diecinueve: Explicaciones

Mi mente se pone a trabajar a toda velocidad, entendiendo, por desgracia, el significado de esas palabras. Y la verdad revelada no es lo peor, lo peor es dirigir una mirada esperanzada a Hugo y no recibir más que silencio y unos ojos que no me miran,  que se mantienen en el suelo.

―No… ―digo. No puede ser verdad.

―Sí ―me contradice el Presidente―, es así. ¿Para qué querría yo engañarte, Jenna? Preguntémoselo a Hugo si no me crees. ¿Hugo? ―pregunta, pero éste no responde―. Ya lo ves. ¿Sabes también quién se lo pidió?

―Los androides ―contesto en voz queda en mitad de la turbación que ocupa mi cabeza.

―No, querida. Me refiero a la mano que mueve todo el sistema de engranajes, por así describirlo. ¿No sabes quién es esa mano?

Le miro unos instantes a esos ojos azules tan claros, del mismo color que cruza la mente en primer lugar al pensar en el más intenso frío. Parece estar divirtiéndose con esto. Niego lentamente con la cabeza, y sonríe.

―La tienes delante ―responde―. Aunque no soy un ególatra, y prefiero verlo como un trabajo en equipo; nosotros.

 Esto sí que me pilla desprevenida. ¿El Presidente Caden Harrison… es un androide?

―¿Cómo? ―pregunto incrédula―. No es posible, tú… ―Comienza a dolerme la cabeza de la confusión.―. Tienes expresiones y, tu voz es… ―Busco la palabra apropiada y me arrepiento al instante de decirla.― diferente.

Para mi sorpresa, se ríe.

―Pues claro que sí. Si puedo mostrar expresiones tanto con el rostro como con la voz es porque soy precisamente diferente a los otros, ¿no crees? ―dice ladeando la cabeza. Ríe de nuevo y mira de soslayo a Hugo― No te buscaste a la más lista, desde luego.

No sé si la habitación está dando vueltas o soy yo la que me siento mareada. 

―No entiendo nada.

―Ya veo. Entonces tendré que explicártelo. ―Se acerca al escritorio y se apoya sobre su superficie, cruzando los pies, así obtiene una vista mejor de ambos, de mí, que me encuentro a la espera de una explicación, como Hugo que le da la espalda, sin inmutarse.― Todo se remonta a  unos cuantos años atrás, en la ciudad donde Hugo vivía sin ningún problema que pudiese interrumpir su preciada adolescencia dorada. Era feliz, le concedían todo lo que pedía su boca de niño de trece años, salvo una cosa que nadie pudo darle: la cura de la enfermedad de su madre. Ella murió a los pocos meses de diagnosticarle una enfermedad desconocida hasta la fecha. ―Veo como Hugo se tensa visiblemente y frunce el ceño.― Su padre se hunde en una profunda depresión de la que parece no ser capaz de salir, ni con medicamentos, ni con el tiempo que todo parece curar, ni por sus hijos. Pocos años después, ¡PUM! ―dice Caden Harrison, haciendo chocar sus dos manos―, su papá se mata en un trágico accidente de coche. 

Un momento, su padre… ¿murió? ¿No vivía con él en su casa…?

―Oh, espera, ¿fue un accidente realmente? ¿O era lo que él quería? Respóndeme, Hugo, de verdad que la duda me está matando ―dice haciendo un sutil énfasis en esta última palabra. Los puños de Hugo se aprietan con fuerza y me da la impresión de que de un momento a otro le golpeará, y no sin razón, le está torturando―. No importa, el caso es que con apenas diecisiete años se quedó huérfano. Él, y su hermanita pequeña. ―La niña que vi en la foto de su cuarto.― Espera, ahora viene lo mejor, es como esas telenovelas que tú no puedes ver ―me dice a mí―. Pronto fueron avisados de que un asistente social les enviaría a ambos a un centro de menores huérfanos, donde esperarían a que alguien adoptase a uno de los dos, si es que ocurría. Naturalmente, ninguno de los dos quería que eso sucediera, y se dejaron caer desconsolados en los brazos de la primera persona que se los ofreció: yo. Les acogí en un hogar pequeño a las afueras de la ciudad donde podrían vivir ellos dos solos tranquilamente. Era relativamente legal, se supone que yo sería su tutor. El único inconveniente de esta gran oportunidad para ellos era que debían permanecer en el interior de esa casa todo el tiempo posible; no podía permitirme que les viesen por la ciudad solos y la gente hiciera demasiadas preguntas.

Los monstruos del mañanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora