Capítulo Once: Demasiadas coincidencias

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Capítulo Once: Demasiadas coincidencias

Sus palabras me dejan totalmente desconcertada y boquiabierta.

―¿¡Cómo dices!?

―En verdad llevo aquí un poco menos de medio año.

―¿Cómo…? ―¿Qué quiero preguntar exactamente?― ¿Por qué…?

―Calma, te lo explicaré. ―Me siento totalmente desorientada. Me dirije una breve mirada y se permite el lujo de sonreír―. Pero cierra la boca.

Lo hago, pero no he podido evitarlo. La noticia me ha soprendido demasiado.

―En realidad nací en una ciudad no muy lejos de esta, más allá de las vayas de El Estado. Era una ciudad grande, con muchos coches por las carreteras y vecinos ruidosos y molestos por todos lados. La gente de allí hablaba a gritos, no porque estuviesen enfadados, era su forma de ser. Pero todos parecían divertirse mucho casi en todo momento. Ahora viene lo quizá más te sorprenda; ― Hace una pausa dramática.―  allí no había ni un solo androide. 

―¿No había androides? 

―No. De hecho, comparada con esta ciudad, aquella era primitiva. Teníamos nuestros aparatos electrónicos, sí, alta tecnlogía incluso. Pero no contábamos con androides domésticos que hicieran las labores por nosotros, ni realizaban ningún empleo. Porque no había, nunca hubo, y confío en que no haya aún.

Contengo una pregunta que me está abrasando la boca y que amenaza con escaparse en cualquier momento. «¿Y cómo vivías?»

―Mi familia y yo no nos podíamos quejar, teníamos una vida en la que no nos faltaba nada. Todo era un constante dicho y hecho. Probé varias aficiones porque quería encontrar una en la que emplear mi tiempo, tenía prácticamente un conjunto distinto cada día. Y, modestia aparte, yo era muy popular en mi insituto ―dice con una sonrisa que pretende ser arrogante. Pretende, pero no funciona del todo, conserva un brillo tímido en los ojos―. Tenía muchos amigos, y amigas―añade con una pequeña sonrisa traviesa―, todos los caprichos que quería, puedes hacerte una idea.

Siento ganas de pegarle un puñetazo en el brazo por presumir de todos esos lujos, porque es lo que me parece que está haciendo. Dándome a entender que su vida era fántastia y sin embargo la mía no. Pero no es eso lo que intenta, no. Me doy cuenta cuando, de pronto, mira al frente, a la estantería, pero sé que no la está viendo en realidad, sus ojos se pierden entre los libros y su rostro adopta una expresión de dolor.

―Pero, ¿de qué te sirve tener todo lo que puedas pedir cuando tu madre se ha ido para siempre? ―dice, y se le quiebra la voz al final de la frase. Algo me golpea en el estómago―. Mi madre murió cuando yo tenía trece años. No era más que un niño a pesar de todo, un niño que echaba de menos a su madre, que deseaba volver a verla. ¿Te puedes creer que a pesar de todos los adelantos murió por una enfermedad totalmente desconocida? Nadie fue capaz de encontrar una cura porque ningún doctor pudo dar un diagnóstico. La enfermedad acababó con ella en unos meses. Avanzaba poco a poco, dejándola cada vez más y más débil, hasta que casi no podía moverse. Lo sé porque yo estaba allí con ella, todos los días. Incapaz de afrontar que mi madre marchaba. Insistieron en que no debía verla en ese estado, pero a pesar de lo duro que fue para mí ahora me alegro de haberlo hecho. Fui… ―Hace una pausa.― …fui la última persona que vio mi madre antes de irse. ―Tose, intentando aclararse la voz.― ¿Para qué quería yo conocer a tanta gente, tener tanta tecnología, tantos trastos, cuando mi madre no iba a voler? ― Guarda silencio durante unos segundos, segundos en los que soy incapaz de articular palabra. Me encuentro muda por la dureza de su historia. Entonces continua su discurso.―  Fue entonces cuando aprendí a darle la importancia necesaria a todas las cosas de la vida, a no darle tanto valor a tonterías como solía hacer yo, y a abrir los ojos a lo que de verdad importaba, a los verdaderos problemas y a las verdaderas alegrías. Y sobre todo a disfrutarlas, a disfrutar de todo,  siempre; nunca sabes cuando te lo van a arrebatar. ―No creo haber escuchado tanto dolor en unas palabas jamás.― Mi padre no volvió a ser el mismo, y se refugió en el trabajo. Se encerraba en su despacho y salía horas más tarde para comer. Fui yo el que tuvo que encargarse de la casa y… de lo demás. ―Me pregunto a qué se referirá con eso, pero opto por seguir guardando silencio.― Poco tiempo después mi padre y yo nos mudamos a El Estado por su trabajo. Hicieron una excepción con él al ser uno de los mandamáses en su trabajo y le concedieron un traslado. Y aquí estoy yo, eso es todo hasta ahora.

Los monstruos del mañanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora