Capítulo Quince: Rod

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Capítulo Quince: Rod

Me dejo caer en uno de los escalones de la escalera, abatida. Eso era lo que quería, echar al monstruo de mi casa. ¿Por qué siento entonces que he arrancado una parte de mí? Entierro la cabeza en las manos, dejándome llevar por la oscuridad. Siento una mano que se posa en mi hombro; mi hermana.

―¿Por qué has dicho que es él el culpable?

Levanto la cabeza.

―Porque lo es. Todo era perfectamente normal hasta que él llegó a esta ciudad. 

Hana frunce notablemente el ceño.

―Espera un momento, ¿hasta que llegó?

―Me contó que no siempre ha vivido aquí, que vino a El Estado hace menos de medio año, por el trabajo de su padre. Pero no le creo, estoy segura que este era su objetivo desde el principio.

Hana guarda silencio, mordiéndose inquieta el labio inferior.

―Pero hay un montón de agujeros en tu teoría, Jenna. ¿Por qué querría hacerlo?

―No lo sé, él es el de la mente perturbada no yo.

Pero tiene razón, sigo sin tener todas las respuestas que necesito para corroborar esa afirmación.

―Y, sobre todo, ¿cómo lo hace? ¿Él solo, un simple chico?

Esta vez no respondo. Necesitaría ayuda de alguien. A lo mejor tiene gente igual de enferma que le ayuda. Es el momento de contarle a mi hermana todo lo que he deducido hasta ahora. Tal vez juntas podamos resolver una incógnita más, no entiendo cómo no decidí contárselo antes a mi hermana mayor. Me escucha con atención mientras hablo.

―¿Crees que tiene sentido? ―pregunto al terminar.

―Desde luego ―responde. Nuevamente me sorprende el que no piense que es absurdo―. Está bien pensado.―Se da unos golpecitos con uno de sus largos dedos en la boca, pensativa.― Pero no tiene sentido tu afirmación de que Hugo está detrás. ¿Para qué querría él convertirnos en androides?

―Tal vez quiera crear un ejército de androides-humanos inteligentes para…una guerra, o algo parecido.

Mi mirada se encuentra con sus ojos grises, que parecen pedirme que siga pensando, tal y como lo hicieron los de Hugo.

―O un ejército de androides y androides-humanos que trabajen para él.

Hana asiente lentamente con la cabeza. Sigo pensando.

―O para él y para los androides.

 Todo lo que se me ocurre se dirige rápidamente al contenedor de mi mente que dice «absurdo». Y entonces, tras mi última propuesta, viene a mi mente una idea.

―O quizá… Quizá no sea él el culpable ―razono, y mi hermana parece emocionarse interiormente, como si estuviese absolutamente segura de que he llegado a la verdad―. ¡Tal vez sean los androides! Puede que quieran que seamos como ellos.

―Explícate ―dice Hana.

Sin embargo, la torre de piezas que estaba construyendo se derrumba. 

―No. No puede ser eso, ¿para qué querrían hacerlo?

―Puede que quieran… ―comienza a decir mi hermana.

Y una sola palabra, tan solo una se cruza por mi cabeza, haciendo encajar con un sonoro «clac» otra pieza.

―Vengarse ―digo.

Creo distinguir un amago de sonrisa en los labios rojos de mi hermana. Me pongo en pie.

Los monstruos del mañanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora