Cuarta Parte : Delirio

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La había visto desde abajo y justo en ese momento comprendió que sería peligroso dejarla sola. ¿Cómo una chica tan inteligente y bonita podía pensar en el suicidio? Así lo entendía Boruto y seguramente se le habría pasado por la mente a otra persona también. Ni bien visualizó la escena no pudo evitar soltar un grito exasperado, ahogado y afligido por el desenlace que podría haber ocurrido.

Parecía que su grito fue tan fuerte y claro que la pelinegra se sobresaltó al distinguir su voz y le bastó segundos para bajar la mirada y encontrarse con sus ojos azules aterrados. Ella tragó saliva y se apresuró a presionar la cuerda. Boruto corrió hasta la puerta y se estampó contra ella para así poder abrirla. Obviamente estaba abierta, pero no le importaba romperla de ser necesario, tenía que llegar arriba tan rápido como pudiera. Subió las escaleras en dos zancadas y comprobó que la puerta de su habitación estaba trabada del otro lado. Golpeó la puerta con ambas manos y le rogó:

—¡Abre la puerta, Sarada! ¡Esto no tiene que acabar así! ¡Estoy contigo, por favor, no te lastimes, yo...!

Ella gritó del otro lado, emitiendo un gemido, un alarido desgarrador, y unas terribles ganas de azotar la cuerda contra la puerta. Miró hacia la puerta al notar que el rubio forcejeaba del otro lado y faltaba poco para abrirla. Gimoteó y ajustó más la cuerda. El aire le faltaba en sus pulmones y la presión que ejercía no le permitía pensar bien. Las voces de Sara y Salad la incentivaban a apretar la cuerda.

—Lo mereces, lo merecemos—dijeron en unísono acoplándose con los turbulentos pensamientos del fin. Así acabaría todo.

No lograría lastimar a nadie. No sería una molesta para su tío, ni para sus difuntos padres, ya no tendría que esperar en su tumba para decirle cuánto quería a su mejor amiga. Pronto los vería. Los haría compañía y estaría a su lado. El dolor pararía para siempre y nada podría hacerla sentir culpable. Ni mucho menos todo lo que había ocurrido aquel viernes por la tardes en sus últimas conversaciones. Ya no tendría que sentirse culpable por aquello. Gimoteó y sintió que se ahogaba con sus propias lágrimas.

Boruto se lanzó contra la puerta para abrirla y finalmente lo hizo. Producto de la inercia salió disparado hacia el suelto, pero alcanzó a frenar el impulso y tomar carrera para fundirla en sus abrazos. La acurrucó sobre su pecho y le susurró:

—Ya estoy aquí, todo está bien. No tengas miedo...—le decía, sanándola con su dulce voz mientras le quitaba la cuerda de alrededor de su cuello. Ella seguía ahogándose con sus lágrimas y no dejaba de gimotear. El rubio la rodeó con más fuerza cuando sacó la cuerda y la arrojó lejos—. Todo está bien. Estoy contigo. Tranquila...

Sarada trató de gritar y la voz no salía de su garganta, solo de su interior, en la que luchaba con dos seres tan horribles: su personalidad. Su verdadera personalidad. Quería arrancarse los cabellos y así lo hizo en su mente. Quería lastimarse, golpearse, torturarse, asesinarse...Irse de ese mundo para siempre.

—Todo es mi culpa, Boruto. Todo. Todo. Nadie me merece. No necesito estar aquí. Quiero morir, quiero irme....quiero alejarme de todos y dejarlos en paz—confesó atolondrando sus palabras.

El asintió en silencio y acarició su larga cabellera negra, enredando sus dedos en ellos y sobándola. Ella gimoteó con más fuerza y trató de soltarse, pero sus brazos eran más fuertes y no se lo permitía.

—Déjame morir, Boruto. Ya no quiero esta vida. Todo es mi culpa...

—No es cierto, Sarada—le respondió—. Tu no estabas allí.

Ella lo miró aturdida.

—Sí lo estaba, vi cómo la torturaba. ¿Entiendes? Por eso no merezco estar viva.

Corazón Perdido (BoruSara)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora