Sexta parte : Tortura

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¿Quién era Uchiha Sarada?

A simple vista una chica común como cualquier otra adolescente del pueblo de Konoha. Al menos esa era la impresión que siempre buscó dar. Lejos de conseguirlo ahora era el centro de atención, todos apuntaban contra su persona y la amenazaban con irse de allí para siempre. Y llegaba a la conclusión de que era lo mejor, ya que ¿para qué quedarse en un sitio donde no era aceptada?

La única que se sentía apenada por aquella repentina partida era Sumire Kakei. Una chica que era todo lo opuesto a ella: popular, tímida a pesar de lo contradictorio que sonaba, y una de las chicas más congraciadas del instituto. Sarada no tenía nada de todo eso. Y no sentía envidia. Ni siquiera le importaba. Sabía que no necesitaba la aprobación de nadie para sentirse bien consigo misma. En realidad necesitaba una terapeuta, clases particulares y una vida alejada de ese pueblo. ¡Lo más lejos que pudiera!

Y de eso intentaba convencer a Boruto hasta el cansancio. El rubio no dejaba de insistirle en que no era una buena decisión y que todo el asunto del asesino se resolvería pronto. Que era normal que todos la acusaran sabiendo la relación que tenía con Chouchou y que solo debía esperar a que se calmaran las aguas. Pero no...ella no quería quedarse. Y no lo haría para complacerlo.

—Lo siento, pero prefiero mi felicidad y mi paz mental. ¿No puedes entender eso?

El hizo una mueca disgustado. A modo de respuesta le resopló mostrándose decepcionada por su juicio empático. ¿No podía dejar de pensar en él un segundo? Sarada le cerró la puerta en la cara por enésima vez en la semana. ¿Es que no se cansaba de visitarla todos los días con intenciones de sobornarla? Pues al parecer no. Sus sentimientos hacia ella comenzaban a verse algo tóxicos.

—¡Sarada!—le gritó desde la puerta.

—¡Ya vete, Boruto! ¡Quiero tener paz!—le respondió molesta y subió a su cuarto.

Miró de reojo por la ventana hasta que el chico, después de dar tantas vueltas por la residencia, decidió marcharse. Ya era de noche y empezaba a hacer frío. La pelinegra soltó un suspiro y se arrojó a la cama. Remojó sus labios al recordar el último beso que se habían dado antes de que decidiera marcharse definitivamente de Konoha. Había sido una experiencia bonita. Boruto seguía siendo un chico insistente y molesto. Sacudió la cabeza.

—No, no te enamores de él—ordenó un Sara—. ¿Imaginas si él le dijera a medio mundo sobre nosotras? ¡Serías un bicho más raro todavía!

Meneó la cabeza.

—No, eso no ocurrirá. Nos iremos antes de que eso suceda. La directora no puede revelar mi situación psiquiátrica.

—Es la excusa perfecta para cerrar un caso, ¿no crees?—le respondió Salad—. Solo recuerda cuando tus uñas se aferraron a su carne regordeta. ¡Fue tan placentero destruirla!

—¡Cállate!—la obligó Sarada.

Su mirada se posó en el techo, con líneas irregulares y de madera, con una lámpara que apenas iluminaba la habitación. Contempló el techo por varios minutos, con los ojos en blancos y los pensamientos girando en su mente, la culpa, el remordimiento y el deseo de irse de allí, la torturaban. No tanto como lo había sufrido su mejor amiga. Pero era una tortura.

Una lágrima se deslizó por su rostro y luego otra, y otra, y el llanto le nubló la vista. Todo era aguoso y entonces se ahogó por su mismo gemido. Se restregó las mejillas con los puños y se maldijo. Maldijo a Sara por herirla y a Salad por intentar matarla. Las odiaba. A ambas. Se odiaba con todo su ser. Su lucha interna era implacable.

En un intento de salvar se delirio, se aferró a las sábanas y contuvo un grito desaforado, lo soltó debajo de la almohada y entonces se quedó en silencio, respirando entrecortado y aminorando sus palpitaciones. Cuando se tranquilizó, miró su teléfono y buscó el número de los padres de Chouchou. Sus dedos temblaron y marcaron al número, el cual comenzó a sonar y alguien atendió del otro lado, era el padre de su amiga.

Corazón Perdido (BoruSara)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora