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El agotador zumbido del silencio reinaba en el entorno, envolviéndonos en una incómoda situación que había estando queriendo evitar desde hace semanas. Pero Tae-Hyung era Tae-Hyung, y él siempre, tarde o temprano, le hacía frente a los problemas sin miedo alguno, como si no temiera perder nada, o más bien, como si no tuviera nada.
El descanso, que usualmente duraba menos de media hora, se sentía eterno y sofocante. Pareciera que, por esta ocasión, hubieran aumentando horas en el receso, porque sentía que llevábamos en aquella situación al menos una hora. Una larga, dolorosa y asfixiante hora.
-¿Y me dirás entonces, qué es lo que tienes? -preguntó finalmente, con un tono de voz más serio que de costumbre. Aquello, sólo consiguió aumentar mis nervios, y lo que era un simple golpeteo rítmico y lento de mi talón contra el suelo de cerámica, se convirtió en un arrítmico "clac, clac, clac" que evidenciaba totalmente el estado en el cual me encontraba.
Estaba nerviosa.
Tragué fuertemente, sin saber qué decir. Porque la verdad, la respuesta era más estúpida cuando intentaba decirla que cuando simplemente lo hacía, así, sin más.
-Pues... Nada -dije, mirando mi regazo a sabiendas que él miraba directamente a mis ojos sin titubear.
-¿Nada? -inquirió, aparentemente en calma-. ¿En serio quieres que lo dejemos ahí? -y esta vez, su cuestionamiento me alarmó, porque en su voz noté enojo y tristeza, y jamás oí a Tae-Hyung hablar de aquella forma; tan dolida, tan tan herida, decepcionada. Y obviamente me dolió a mí también.
No. No quería, en absoluto.
Nuevamente tragué, sintiendo un nudo en la garganta. No quería llorar, pero es como si mi cuerpo, más inteligente que yo, supiera que había muchas cosas que quería no sólo decir, sino gritar. Me picaba la lengua de las terribles ganas que tenía de decirle que me gustaba, mínimo, para que tuviera más empatía cuando me hacía bromas inapropiadas, o cuando actualmente me hablaba de su novia, o sólo, por si yo también pudiera gustarle y que se fijara en mí; pero eso ya era mucho pedir y yo me conformaba con poco pero que fuera con él.
Y cuando estuve a nada, y de verdad que a nada, de decir la verdad, mi estúpido cerebro se retractó a último segundo y me cambió tan rápido la jugada, que no tuve ni tiempo de procesar la tontería que había dicho.
-Soy... Soy muy insegura, y a veces eso alcanza a las personas que me rodean y hago eso -Jesús, ¿por qué le estaba diciendo esto?-, huyo de lo que me da miedo, en vez de enfrentarlo. Y bueno, no lo sé, creo que me da miedo confiar en alguien más, porque nunca lo había hecho, y no sé porqué te estoy diciendo esto, pero creo que me da más miedo... O pánico, o ambas, que me dejes a decirte cómo es que funciona mi cabeza.
La buena noticia era que no había dicho una sola mentira, pues de hecho, había sido mucho más honesta de lo que conscientemente me hubiera permitido; pero, también era cierto, que no tenía mucho que ver aquel dato con la verdadera razón del porqué habíamos llegado a aquel punto.
