Capítulo 16

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Sarah

Limpio el sudor de mi frente y me empino una botella de agua sedienta, tenía más de tres meses sin hacer ninguna clase de ejercicios, bueno, anteriormente los fines de semanas en la mañana salía a correr, pero algo es algo ¿No?

No pude evitar entrar al cuarto de gimnasio, tampoco es que antes tenía la posibilidad de comprar alguna máquinas de esas para, por lo menos, ejercitarme en casa. Y pagar un gimnasio no estaba en mi presupuesto. Había engordado mucho para mí gusto durante el encierro, puesto que lo único que he hecho es tragar como puerca la comida que me llevan a la habitación.

No les voy a mentir..

Otra de las razones por la cuál decidí encerrarme aquí, fué para evitar pensar en ese psicópata, ni mucho menos recordar la noche de ayer cuando no tuve la valentía de simplemente alejarme de él. Me desvelé pensando en ello y llegué a la conclusión de que el secuestro ya estaba comenzando a afectar mi cerebro, pero lo ignoré y he estado evitando a toda costa su presencia. Tampoco es que me gustaría desarrollar el dichoso síndrome Estocolmo.

Se me erizan los pelos de los nervios al sólo pensar en eso.

Sacudo la cabeza y salgo en busca de un poco de comida. No había rastros de la vieja amargada y era raro, esa señora vivía en la cocina. Aunque he de admitir que cocina delicioso.

Me decido por una manzana y miro a través de una de las ventanas- blindadas, claro- hacia el exterior con añoranza, como extraño respirar aire fresco y sentir el sol en mi piel, boto lo que queda de la manzana pero una hoja plateada y brillosa me deja estática por un segundo.

Un cuchillo.

Siempre estuve concentrada en hallar una salida, pero ahora que lo pienso, nunca antes se me había ocurrido atacar, no soy la clase de persona que esté acostumbrada a hacer daño, realmente no tolero la violencia.

No obstante, hay situaciones que la requieren..

Cojo el cuchillo y me lo guardo en la parte baja de mi espalda cuando oigo pasos acercándose. Bertha entra a la cocina con su expresión habitual y se me queda viendo al percatarse de mi presencia, sus manos viajan por un momento a mis manos y entrearruga sus cejas.

—¿Qué haces aquí?— pregunta, expectante. Con que no es muda ¿eh?

—Estaba haciendo ejercicio y me dió hambre— respondí señalando la basura dónde yacía la manzana mordisqueada. La vieja amargada asintió lentamente y sin más, me señaló la salida dejándome en claro lo que quería; que me largara, por supuesto.

Trago hondo y le sonrío como si no hubiese ocurrido nada, aprovecho que se da la vuelta y salgo de allí lo más rápido posible. Subo las escaleras con el cuchillo en mano mirando a todos lados paranoica y entro a la habitación respirando agitadamente.

Dejo el peligroso objeto en la mesita de noche y me lanzo a la cama mirando hacia arriba con las manos en mi regazo. Necesito idear otro plan.

Tocan la puerta repetidamente y me alarmo.

¿A caso se dieron cuenta que..?

—Sarah, ¿Estás ahí?

La voz del enmascarado. Sonaba pasivo, no creo que sepa que me traje un cuchillo de la cocina, lo guardo en el cajón lo más rápido posible y me acomodo el cabello tratando de no verme sospechosa.

Inhalo hondo y abro un poco la puerta. Él estaba allí parado, con su habitual ropa negra y máscara ahora del mismo color.

—¿Qué quieres?— pregunto tratando de sonar normal.

El Enmascarado.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora