Capítulo 10 | El proyecto

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Especial 1/2

Especial 1/2

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Asher

«No duele» murmuro mentalmente, «No duele ésta derrota llamada vida...».

La derrota es la contraparte de la victoria. En sí la palabra es la misma que utilizamos todos en conceptos. Mientras que la gente lamenta la derrota de una elecciones, de un partido de un deporte, yo lamento no haber llegado a eso.

Mi caminata se convirtió lenta cuando sabía que faltaban pocos metros para llegar a mi casa. Mis manos se ocultaban en los bolsillos de mi pantalón, y cuando llegué a casa y miré a mi padre frente a mí con un par de cajas de píldoras en la mesa reclamandome, me sentí igual que siempre: agotado.

—¿Se puede saber por qué encontré estos botes de pastillas vacíos en tu habitación?

—¿Puede ser porque los utilicé? —le respondí con desdén. El hombre frente a mí peinó su cabello hacía atrás, su cabello era un desastre, lo más probable es que se haya mantenido desde hace mucho tiempo repitiendo esa acción desde hace unas horas, porque normalmente siempre está arreglado perfecto con gelatina.

—Hijo —su rostro se suavizó—. ¿Estás bien? Estas pastillas no llevan mucho tiempo que las compré —me hace saber lo que ya sabía—, además que quería preguntarte por qué no has vuelto a casa desde hace dos días.

Suspiré antes de hablar.

—Estaba haciendo lo típico de un chico de diezcisiete años: respirar —digo pasándole por un rápido, y su mano atrapa mi antebrazo. Internamente suelto un bufido de irritación porque desde el momento que salí del hospital solo pensaba en llegar a casa, no encontrar a mi padre y acostarme en mi cómoda cama.

—¿Sabes qué puedes contarme todo, no? Estuve muy preocupado todo este tiempo que...

Reí.

—¿Estuviste preocupado por mí en el tiempo dónde mamá todavía no había muerto? —solté.

Su expresión se volvió lamentera.

—Tu siempre has sido mi hijo, y yo...

—Sin mucho párrafo tú discurso, por favor —le corté y me zafé de su agarre, pasándole por un lado para dirigirme a mi habitación, antes de pasar el umbral de la cocina, me giré hacia él, quién no me estaba dando la espalda—. Por cierto, tú preocupación hacía mí puedes dejarla para tú otra familia, a mí no me hace falta, y como sabes, a veces debemos ser generosos hasta con quiénes les sobra las cosas —ahora sí me dirigí a mi habitación.

La habitación simple y monótona fue lo más agradable que me pudo suceder. Tanto había planeado mi muerte que había decidido ordenar mi habitación y eliminar cualquier cosas que no sea necesario en mi habitación. Supongo que no debí hacer eso.

La generación del por qué ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora