Lo último que recuerdo es el color azul, azul profundo como la inmensidad del mar; azul brillante como el cielo en un día soleado; azul como un rayo que azotaba la tranquilidad de una noche de verano. Lo único que había en mi interior era miedo, quería pensar en otras cosas, quería decirme a mi mismo que todo estaría bien, pero era difícil hacerlo frente a aquel temor monstruoso que me corroía las entrañas.
Recuerdo nadar, quizá durante horas, quizá durante días, para mí era imposible saberlo; solo había conocido el azul frío del mar y el calor abrasante del cielo celeste mientras intentaba mantenerme a flote para salvar mi vida. Me dolían los brazos y las piernas, me dolía la cabeza y tenía sed pero nada me preocupaba tanto como aquel horrible dolor en mi pecho, el dolor de saber cuán cerca había estado de la muerte; pero sabía que no era el mar lo que temía sino el dolor que me producía el color azul.
Sentía que debía haber tenido una vida, un nombre y una historia, pero mi mente se hallaba completamente vacía de recuerdos. Frente a mí solo había lo que había conocido, el mar, furioso, y el cielo que se ocultaba en un nubarrón oscuro. Un ruido atronador surcó los alrededores, y una fuerte ráfaga de luz y viento agitó las aguas del mar. Otro rayo. Temblé. Metí mi cabeza entre mis rodillas y temblé. Odiaba los ruidos fuertes, pero sobre todo odiaba las tormentas.
Cuando recobré la confianza conseguí mirar a mi alrededor. Me encontraba en una playa de arena amarillenta. Mis pies se hundían en la tierra con cada ola, que progresivamente se acercaban al resto de mi cuerpo, la marea estaba subiendo. La playa parecía desierta, solo un gran arco de piedra se atrevía a perturbar la paz de aquel entorno A mis espaldas, quizá a medio centenar de metros se erigía una enorme casa, sustentada en el aire mediante vigas que sustentaban una terraza con una barandilla de cristal. Una chispa de luz llamó mi atención, y descubrí a una figura vestida de blanco que fumaba un cigarrillo. Quizás me miraba, quizás no, no podía saberlo, pues mi visión estaba borrosa.
Otro rayo y sus ruidosas consecuencias agitaron mi entorno, quise gritar pero no pude, solo podía tiritar. La figura de blanco se alzó de un salto sobre la barandilla de cristal y cayó al suelo, por un breve momento pensé que se había tirado para acabar con su vida, quizás tan asustado de la tormenta como lo estaba yo; pero no tardé en descubrir que había caído de pie y se acercaba a pasos agigantados hacia mí. Quise levantarme, quise huir, de aquel hombre de camisa blanca y de su cigarrillo prendido, pero mis piernas no reaccionaron como debían. Apenas conseguí levantar la mitad de mi altura para caer de nuevo sobre la arena mojada. Antes de que pudiera reaccionar el hombre se hallaba frente a mí.
-¿Estás bien, chaval? -me preguntó con una voz profunda y dulce.
No conseguí contestarle, ni siquiera sabía si podía hablar, solo sabía que podía pensar y que tenía mucho miedo. El hombre se alzaba cerca de los dos metros de altura, llevando una camisa blanca con los dos primeros botones desabrochados, y una corbata de color negro desanudada que caía cerca de su corazón. La camisa estaba bajo unos pantalones oscuros y un cinturón apretado que marcaba su amplia cintura. Sé que se me quedó mirando, pero no pude ver su rostro por lo borrosa que estaba mi visión, solo pude distinguir el color dorado de su cabello.
-Estás llorando, ¿qué te ha pasado? -me dijo.
Como si hubiera sido capaz de invocar a los elementos, lágrimas de lluvia fría comenzaron a caer del cielo oscuro, y con rapidez nos empaparon.
-¡Mierda! ¡No tengo ropa limpia para mañana! -exclamó mirando al cielo y dejando que su rostro se llenara también de las lágrimas del cielo-. Venga vamos a mi casa, no puedes quedarte aquí con esta lluvia y el frío que hace, te vas a poner malo.
El hombre se giró, y comenzó a caminar. No podía saber qué intenciones tenía, pero la dulzura de su voz y la promesa de un refugio frente a aquel temporal eran suficientes para mí en aquel momento. Intenté de nuevo fútilmente alzarme y caminar, pero mis piernas volvieron a fallarme. El desconocido se giró de nuevo y me tendió su amplia mano.
-¿Qué pasa? ¿No puedes moverte? ¿No puedes levantarte?
Con las últimas de mis fuerzas conseguí negar con la cabeza. El hombre se agachó para acercarse a mí y en aquel momento, la lluvia comenzó a caer con más fuerza. Limipió las lágrimas que caían por mi rostro y frotó con delicadeza mis párpados dejando a las últimas de ellas resbalar entre sus dedos. Y en aquel momento descubrí la delicada y agresiva belleza de su rostro cortante y sus ojos azulados. Mi corazón se aceleró, incapaz de apartar la mirada de sus dulces labios rosados y la suave barba cobriza que cubría su rostro. Su pelo mojado dejaba caer gotas por su rostro, y aunque aquellas lágrimas del cielo debían haber hecho su expresión triste, sonrió para mí.
-Soy León, y bueno... no soy demasiado interesante, trabajo en una empresa como contable e informático -no sabía lo que algunas de esas palabras significaba, pero tampoco le di importancia, embelesado por su belleza inaudita-. No sé qué te habrá pasado, pero no quiero hacerte daño, ¿sí? -asentí-. Vale, ¿puedes intentar levantarte para poder caminar hacia mi casa?
Alcé mi mano cubierta de arena y tomé la suya, cálida pese a la lluvia, y tan amplia que cubría toda la mía. León se levantó poco a poco tirando de mí, y conseguí ponerme en pie. Tomó mi brazo y rodeó su espalda con él, era tan cálida como su mano, y no pude evitar caer ligeramente sobre él; escuché como se reía ligeramente. Ayudado por León comencé a caminar, con la promesa de encontrar un lugar de refugio alejado del aterrador mar y sus tonos azulados.
Bueno, voy a hacer un soliloquio cortito. Llevo un tiempo preparando esta obra y la verdad es que he puesto todo mi esfuerzo sudor y lágrimas en ella para sacarla lo más pronto posible, así que cada voto, cada comentario y cada mensaje de verdad, me llega al alma y me hace querer seguir escribiendo.
No voy a hacer soliloquios en cada capítulo porque se hace un poco pesado, así que lo último que tengo que añadir es que: ¡por favor! El chico tiene entre 18-23 años y León entre 25-28, así que que el personaje del chico esté algo infantilizado solo es para resaltar la dinámica de poder; no quiero que nadie me acuse de pedófila ni nada por el estilo.
Ahora sí, os dejo con Bastión de Tormentas 🙏
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Bastión de Tormentas
RomanceEn algún lugar de España, donde las tormentas son tan comunes como las mareas bajas, se refugia el antiguo dios del cielo y de la tierra: Zeus. Ahora bajo el nombre de León y viviendo una vida tranquila, tendrá que hacerse cargo de un chico sin memo...