Un chico sin miedo

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Aquella noche era especial

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Aquella noche era especial. Era sábado lo que significaba que al día siguiente León no tendría que ir a trabajar; pero además simbolizaba un nuevo paso en su vida, en nuestra vida. Nos preparábamos para festejar su ascenso. Me había dicho que muchos de sus compañeros estarían allí y que estaba deseando presentarme en sociedad como su novio. 

Aquella palabra resonaba en mi cabeza desde que sus labios la habían pronunciado. Apenas habían pasado dos meses desde que desperté en la playa de arena fina que se extendía más allá de su casa, cuyas olas bañaban con su humedad y su sonido cada momento de nuestros días. Cuando conocí a León, pensé que era el hombre más guapo del mundo, y a medida que vivía con él, descubrí que no solo era bello, sino también amable y que tenía buen corazón. Ya no me importaba saber quién había sido antes de conocerle; ahora solo quería saber en quién me convertiría a su lado. 

Sentado en la cama, con mi vestido negro de flores, observaba a aquel hombre refinar los últimos toques de su atuendo. Había elegido una chaqueta y pantalones de traje, pero con una camiseta de rejilla que dejaba ver su espectacular torso, que aún me maravillaba y sorprendía cada día.

Desde que la semana anterior estuvimos en el centro comercial, nuestra relación había crecido exponencialmente. Ahora no sentía vergüenza al tocarle, al mirarle, al explorar su cuerpo con mis labios o con mis manos. Lo deseaba a todas las horas del día, y el parecía desearme de la misma manera. Solía hacerme el amor todas las noches, antes de arropar mi cuerpo con el suyo. Me quería solo para él y me poseía con fuerza y arrogancia para hacérmelo saber. No había mejor sensación en el mundo que la de sentir su intimidad, dura y ardiente, hundiéndose en mi interior, uniendo nuestras almas y nuestros cuerpos.

Negué con la cabeza, no podía seguir pensando en aquellas cosas, al menos si quería salir a la calle sin una erección. León me miró, curioso y me planteé si podía leerme los pensamientos. No, era imposible. Incluso si era un dios, no podía tener aquel tipo de poderes. Me sonrió.

-¿Estoy guapo? -me preguntó levantando las solapas de su chaqueta y ofreciéndome una mejor vista de su cuerpo, que me hizo sonreír.

Me levanté de la cama y me alcé de puntillas para darle un beso.

-Estás precioso -le contesté mientras observaba sus ojos grises como la plata.

León pasó sus manos por mi espalda, revolviendo la fina tela de mi vestido, hasta alcanzar mi culo y propinarme una sonora nalgada. Sonrió pícaramente.

-Tu también, mi vida -volví a besarle.

León me tomó de la mano y salimos de su casa. Me apreté a él, quizás algo nervioso por no saber lo que nos depararía la noche; pero no tenía miedo, no creía que volvería a experimentar aquella horrible sensación mientras siguiera a su lado.

Caminamos por el paseo marítimo atrayendo la mirada de los viandantes, quizá por el cuerpo apolíneo de León, o tal vez por el mío. Me daba igual lo que pensasen los demás, pero ver a otras personas deseando al mismo hombre que yo me daban seguridad al pensar que había elegido al correcto. 

Bastión de TormentasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora