Aunque no puedo decir que comprendiese muy bien el concepto de los fines de semana, me alegraba cada vez que llegaban. Me encantaban, especialmente los domingos, cuando León se podía quedar conmigo en la cama, hasta que nos levantábamos a desayunar. Me encantaba abrazar su cuerpo, posar mi cabeza sobre su duro pecho, y dejarme llevar por los latidos de su corazón, que se acompasaba al mío cuando sus dedos se hundían en mi corto cabello y lo revolvían.
Besé la línea que dividía sus pectorales y me esforcé para girar mi cuerpo y mirarle, me sonrió. Levanté una de mis piernas y la coloqué entre las suyas, mientras volvía a reposar mi cuerpo sobre el de León. Levanté ligeramente la rodilla para ponerme más cómodo, y noté como su intimidad, caía descubierta, tocando mi piel. Solo entonces recordé lo que pasó la noche anterior, y comencé a ponerme nervioso. No podía explicar aquel sentimiento, quizá era producto de necesitar más, pero no me dio demasiado tiempo a pensar, cuando noté como la mano de León se desplazaba lentamente por mi espalda hasta alcanzar mi culo y rodearlo. Me apretó, y salté ligeramente, haciendo reír al hombre.
Me coloqué a horcajadas sobre él y lo besé. León se incorporó y me besó de vuelta. Pasó su lengua húmeda y ardiente por mis labios, y luego su mano por mi sien, hasta alcanzar mi cabello. Me miraba fijamente, y no podía hacer más que sonrojarme y arrojarle una tonta sonrisa. El me sonreía de vuelta con aquella ridícula vergüenza que solo podía producir el amor.
León se levantó a prepararme el desayuno, mientras que yo me quedé unos minutos más en la cama jugando con Luna, que se negaba a parar de lamerme la cara, aunque era una sensación que no me gustaba. León se vistió con una camiseta de tirantes y pantalones cortos, aunque no hacía calor. Yo me puse mi sudadera naranja y finalmente salí de la habitación.
-¿Qué vamos a hacer hoy? -le pregunté mientras tomaba un sorbo de mi café.
A León le gustaba tener planes los domingos, algunos de ellos los pasábamos en casa viendo películas, pero también me había llevado al acuario en una ocasión y lo disfruté tanto que se lo pedí hasta que se hartó. Aún espero a que me vuelva a llevar.
-He pensado que podríamos ir a comprarte algo de ropa -dijo mirándome severo, esperando la respuesta que estaba a punto de darle.
-Sabes que no necesito ropa -dije reprimiendo mis ganas de gritar tanto que sonó como la pataleta susurrada de un niño.
León suspiró.
-Es importante, si me ascienden, tendremos que salir a celebrarlo con mis compañeros del trabajo, y no puedo dejar que vayas con una camiseta y un pantalón de chándal, Elio.
Suspiré impotente. Y acabé por aceptarlo.
El hombre salió a la terraza a fumar y yo me quedé jugando con Luna en el sofá, intentando ojear un libro del que había perdido el marcapáginas, y no conseguía recordar cuál era la última página que había leído.
ESTÁS LEYENDO
Bastión de Tormentas
Roman d'amourEn algún lugar de España, donde las tormentas son tan comunes como las mareas bajas, se refugia el antiguo dios del cielo y de la tierra: Zeus. Ahora bajo el nombre de León y viviendo una vida tranquila, tendrá que hacerse cargo de un chico sin memo...