Un chico sin preocupaciones

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Miraba por el cristal de la barandilla del balcón tranquilo, disfrutando de la agradable brisa del mar, que parecía refrescar mi cuerpo

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Miraba por el cristal de la barandilla del balcón tranquilo, disfrutando de la agradable brisa del mar, que parecía refrescar mi cuerpo. El verano estaba lentamente llegando a su fin, y con él el periodo de tormentas. Ya no me asustaban los rayos y los ruidosos truenos, incluso sentía que las echaría de menos; que ya no tendría esa razón para agarrarme con tanta fuerza al cuerpo de León, que ya no tendría una excusa para protegerme y resguardarme del mundo. Sabía que aquello no cambiaría nada entre nosotros, pero quizás disfrutaba más de aquel cuento de hadas en el que él era el príncipe que me salvaba de todo mal y yo tan solo una inútil princesa que no sabía hacer nada más que llorar y resguardarse en su hombre. Negué con la cabeza. Seguiría viviendo en aquel cuento, seguiría viviendo aquella vida perfecta siempre y cuando permaneciese a su lado.

Levanté la vista para mirar a León, que se hallaba a unos pasos de mí, con su camisa abierta que volaba con el viento. Siempre me había parecido tan perfecto como varonil y aquella ilusión con la que le miré el día en el que nos conocimos aún no había desaparecido de mi pecho. Fumaba tranquilo, dejando el humo escapar de entre sus labios. Aquel día estaba algo más nervioso de lo normal, aunque se negaba a decirme por qué.

Me levanté del suelo, y Luna comenzó a seguirme, le abracé y el pasó su brazo por mi cuerpo hasta atraerme y hacerme descansar contra su pecho. 

-¿Qué te pasa, gordi? -le pregunté en un susurro que fue arrastrado por el viento hasta sus oídos.

-¿Recuerdas algo que sucediese antes de conocernos? -negué con la cabeza, nunca había recuperado la memoria, aquello tampoco había cambiado-. Yo tengo la sensación de que había algo más. Algo que he olvidado; que no siempre fui un contable, que no siempre trabajé para Marcia...

-Pero cada vez que lo pienso, solo obtengo más recuerdos de esa vida -continué yo por él-. Es lo que dices cada dos días.

-Ya lo sé -dijo y chasqueó la lengua. Apagó el cigarrillo y se alejó de mi, para dejar la colilla en el cenicero-. Pero siento que es verdad, aunque tú me mires cómo si estuvieras loco.

-No creo que estés loco -le contesté intentando aparentar seguridad-. Pero incluso si es verdad, no podemos hacer nada al respecto, ¿no?

León hizo una mueca y suspiró, extendió los brazos y me acerqué a él para abrazarle con todas las fuerzas de las que era capaz. Dejé un beso sobre su torso y levanté la mirada hasta alcanzar sus ojos.

-¿Nos duchamos y damos una vuelta por la playa? -asentí.

No tardamos mucho en ducharnos y coger la correa de Luna, que saltaba contenta frente a nosotros. Paseamos tranquilamente por la orilla tomados de la mano, mojando nuestros pies descalzos y mezclándolos con la arena húmeda de la playa. Disfrutábamos de los últimos días de verano, sin más preocupaciones que planear nuestras vacaciones. Aquella vida era perfecta y planeaba en nunca dejarla ir.

Bastión de TormentasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora