Un chico sin vida

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Aunque la noche anterior me había quedado dormido sobre el cálido pecho de León, cuando desperté me encontraba enredado en las sábanas

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Aunque la noche anterior me había quedado dormido sobre el cálido pecho de León, cuando desperté me encontraba enredado en las sábanas. Mi cabeza retumbaba con un ruido que no estaba allí, sino atrapado entre mis sienes. Me revolví, enterrando mi frágil cuerpo entre los intricados pliegues de la sábanas, rogando a un dios si es que lo hubiera, que me ofreciera un vaso de agua fría y una pastilla para paliar aquel profundo dolor. 

También noté que mi cuerpo hedía, a tabaco, a sudor, a frenesí. Abrí los ojos descontento y me incorporé, sentándome en la cama. La puerta de la habitación no tardó en abrirse, haciendo llegar algo de luz a aquel tétrico lugar. León traía una bandeja, con el desayuno y una botella de agua en la otra mano. Me tapé la cara y la enterré en la almohada, preocupado por que mi novio me viera en aquel estado tan desmejorado, y quizás también porque la luz del exterior había molestado profundamente a mis retinas, haciéndolas arder y propagando el dolor de cabeza por todo mi cuerpo.

León se sentó en el borde de la cama, y pasó su mano con cariño por mi pelo, a lo que reaccioné con un ruido entre un gemido y un quejido; el hombre rió ligeramente.

-Venga dormilón, ¿o es que estabas pensando no despertar hoy?

Negué con la cabeza y no le contesté, aunque realmente lo que hubiera deseado es que se hubiera tumbado conmigo hasta que el dolor cesase, y de habérselo pedido probablemente habría aceptado mi propuesta. Le miré, desafiante, pero terriblemente cansado, y él me devolvió una dulce sonrisa. 

-Te he preparado el desayuno -me dijo en un susurro, tras acercarse a besar mi mejilla.

-Ya lo sé, pero no sé si tengo hambre.

-Con todo lo que bebiste y lo que bailaste ayer, me extrañaría que no estuvieras muerto de hambre. ¿Qué te pasa? ¿Te duele la cabeza? -me preguntó comprensivo y yo asentí-. Es normal, pequeñín -mi corazón dio un vuelco irreparable y no pude evitar sonreír y cortar lo que iba a decir.

-¿Qué me has llamado? -pregunté intentando contener la risa, pero tan emocionado que se me había olvidado el dolor de cabeza y me incorporaba a la cama.

-Pequeñín -me repitió y estoy seguro de haberme sonrojado-. ¿Sigues borracho?

-Puede ser -dije y me acerqué a plantarle un beso sobre la mejilla a mi grandullón.

-Te he traído una pastilla para el dolor de cabeza, pero tienes que comer algo para tomártela o te sentará mal.

León ya me había hablado de las pastillas, y me había hecho tomar alguna en mis días más bajos. No les temía, y me ayudaban a encontrarme mejor, así que acepté su trato. Desayunamos unas tostadas y un café, y luego me ofreció la medicina que tomé con una gran cantidad de agua, porque sentía que mis entrañas estaban momificadas.

Después de aquello, León me ayudó a vestirme, con una camiseta y una falda; y aprovechó para besar mi cuello y pasear sus dedos por mi entrada. Aunque no estaba de humor para tener relaciones sexuales, su tacto nunca me incomodaba, siempre era cálido y agradable, y me ayudó a tomar aquel día con más ánimo.

Bastión de TormentasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora