2- Palabras

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Las horas avanzaron entre presentaciones de profesores y cuchicheos con Lisa. Los nervios se fueron evaporando dejando una estela de alegría, pues estaba emocionada por lo que me depararía el curso. No tenía ni idea de cómo muchas cosas se transformarían y menos aún quién sería el responsable de ese cambio.

Logré no hacer el ridículo en el transcurso de las clases, aunque no puedo decir lo mismo de después de que acabaran.

—Vete yendo a la puerta del insti, ahora te alcanzo —le dije a Lisa.

—Vale, pero no tardes.

No solía ser muy puntual. De hecho era todo lo contrario, un desastre andante al que se le olvidaba todo. Se debía a mi muy mala percepción del tiempo.

Siempre que quedaba con alguien me empezaba a preparar con antelación, pero no había forma de que llegara a la hora.

Lisa me hacía muchas bromas sobre eso, pero sé que no se enfadaba de verdad. Esto era de agradecer porque me costaba mucho mantenerme estable en la realidad y concentrarme en esta sin vagar en mis pensamientos.

Mi padre me solía decir que era como si viviese volando en mi propia nube, pero que eso estaba bien. Me hacía ser quién soy y no debía dejar que nadie me pusiera los pies en el suelo.

Él era aquel tipo de adulto sabio al que acudir para recibir un buen consejo. Aunque también tenía su parte de niño, la divertida y soñadora.

Mi madre era más tranquila, prefería reírse de los chistes de papá que contarlos ella.

Después estaba Brais, mi hermano pequeño, un alboroto constante. Tenía las pilas recargadas todo el día.

Me gustaba mi familia, por muy rara o desastrosa que pudiera ser a veces.

—No, en cinco minutos estoy allí —le respondí.

Tenía que ir al baño urgentemente, puesto que el profesor de historia no me lo había permitido en clase. Me dijo que (inserto voz grave y seria) debería de haber ido en el recreo. Entonces tuve que aguantarme toda la hora.

Al entrar me di cuenta de que no había papel, así que me acerqué al de chicos. Desde fuera no se veía a nadie, pero para asegurarme peté en la puerta.

—¿Hola?

No recibí respuesta.

Pasé y me dirigí al dispensador de papel higiénico, que para mi maravillosa suerte (nótese la ironía), estaba atascado. Tiré con potencia para abrirlo, pero el exceso de fuerza provocó que se rompiera. Se desenganchó la pequeña puerta que tenía y me quedé sosteniéndola en las manos.

En ese momento escuché una risa sigilosa en la entrada del baño, a escasos metros de mí. Me giré hacia el sonido y ahí estaba él, el chico misterioso.

Se había pasado las clases en silencio, sin hablar con nadie, serio, por lo que me sorprendió que se dirigiera a mí.

—¿Debería preguntar? —cuestionó, divertido.

—Mejor que no.

Nos quedamos en silencio y giró el rollo de papel, ahora expuesto por la ausencia de la tapa del dispensador, de la manera correcta para que se pudiera extraer. Se acercó a mí y me puse algo nerviosa cuando rozó mi mano para coger con las suyas el cacho de plástico que yo había arrancado. Lo colocó con facilidad.

—Gracias —mascullé, avergonzada.

—No pasa nada, Salma.

Me sorprendió que supiera mi nombre y seguramente él notó mi desconcierto, por lo que aclaró:

—Vamos juntos en clase, soy nuevo.

—Sí, claro. ¿Te llamas Aitor, no?

Asintió con la cabeza y nos quedamos mirándonos en silencio.

Mentiría si dijera que aquel chico no me causaba curiosidad.

—Emmm, venía a... —indicó señalando uno de los cubículos—. No sé si tú...

—Ah sí, claro, lo siento. Ya me voy —dije rápidamente, sintiéndome aún más idiota por la situación.

—Nos vemos en clases —se despidió él de forma amable.

—Sí, adiós.

Salí del baño y luego retrocedí los pasos dados.

—Es que me olvidé del papel —le expliqué.

—No pasa nada —respondió Aitor, aguantándose una sonrisa.

Cuando llegué a junto de Lisa, que había estado esperándome en la puerta del instituto, empezamos a caminar para volver a casa y le conté lo sucedido. Ella se rio, restándole importancia.

—Eso es muy tú.

—¿Muy yo significa muy patético?

—No, quiere decir... —se lo pensó unos segundos, buscando la palabra— espontáneo. Eres espontánea.

—Pues creo que preferiría no serlo —bufé—. Mañana lo voy a ver en clases, qué vergüenza.

—Bueno, al menos no es César.

—Ya... —mascullé, sin estar muy segura de si el pretendiente adjudicado por mi amiga me interesaba.

—Por cierto, he hablado con Mark y quedamos con ellos dos este viernes —soltó ella a continuación, captando mi atención.

—¿Este viernes? ¿No es muy pronto?

—No voy a dejar que te lo pienses mil veces y acabes decidiendo no ir. Te vendrá bien salir, aunque después pienses que César no es el chico que quieres.

—Pero...

Pero no sé si estoy preparada.

Pero hay cosas en mi mente que me dificultan actuar como una adolescente normal en lo que a chicos se refiere.

Y no te puedo culpar por insistirme si nunca te he contado el porqué.

—No hay peros —me interrumpió antes de que tuviese la oportunidad de continuar mi frase—, tú solo déjalo fluír.

Se adelantó unos pasos y dio una vuelta sobre su cuerpo con los brazos extendidos.

—Así, dejando fluír las cosas.

Sonreí sacudiendo la cabeza.

—Vale —dije, no muy convencida.

—¿Vale de que sí? —exclamó emocionada.

—Voy a ir —afirmé, una decisión que más tarde lamentaría.

Os agradecería que compartierais la historia y le dierais visibilidad. De esa forma tendré más motivación y escribiré más.
Muchas gracias por leerme y nos vemos pronto ;)

Gracias a tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora