3- Incógnitas

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Durante los siguientes días no volví a hablar con aquel chico... Aitor.

Lo veía en clase. Se sentaba siempre en el mismo sitio: detrás del todo. No le dirigía la palabra a nadie, ni siquiera parecía atender al profesor. Tenía un cuaderno que posaba encima del libro de la asignatura que tocaba y dejaba llevar su lápiz sobre las páginas.

En una ocasión, en medio del recreo volví nuestra aula. Normalmente la gente salía al patio o a la cafetería, así que no había nadie... salvo él.

Cuando me escuchó entrar levantó la cabeza y dirigió su vista hacia mí.

—Hola... —le saludé.

—Hola —respondió, esbozándome una sonrisa.

No entendía por qué, pero cuando estábamos a solas parecía alguien diferente: menos serio, más dispuesto a comunicarse con otro ser vivo.

Parecía que le agradaba mi presencia, pero yo no había hecho nada especial para ganarme eso.

Le continué mirando mientras él dibujaba. Mis piernas inconsciente trazaron pasos hacia él, haciéndome olvidar a lo que venía. Cuando se percató de que me acercaba, cerró su libreta.

—¿Qué tal llevas la incorporación a este instituto? —pregunté mientras me sentaba en una silla próxima a la suya, aunque a una distancia prudente, con miedo a invadir su espacio e incomodarle.

Se encogió de hombros.

—Creo que se ve que no soy muy extrovertido.

No, no lo era. Se encerraba en su propia burbuja sin mantener contacto con el exterior. Se pasaba las horas con la única compañía de su cuaderno, haciendo volar la imaginación.

Admiraba esa independencia, pues yo no me la permitía a mí misma. Me sentía constantemente en el deber de complacer a los demás, de llevar el papel que creía que me tocaba.

—Bueno, los otros llevamos siendo compañeros muchos años, es normal que te sientas apartado...

—No es por eso, siempre me ha costado adaptarme.

La clave para ser uno más de un grupo es fingir, en mayor o menor medida, y quien no esté dispuesto a hacerlo se queda excluído. Él prefería esa opción.

—¿Te has cambiado muchas veces de colegio? —me interesé.

—Sí, más de las que quisiera.

—¿Por qué? ¿Tus padres viajan mucho o algo así? —inquirí.

—Algo así. Pero de los institutos en los que he estado, este es en el que me siento mejor.

—¿En serio? —me extrañé. No se le veía muy contento en ese centro.

—Sí. Es mejor la indiferencia al odio—. Dicha frase llamó mi atención y pretendía averiguar el trasfondo de ella.

—¿Al odio?

—Es que, bueno... —empezó a explicarse, reparando en sus palabras más que antes.

—¿Salma, por qué tardas tanto? Mark y César nos están esperando —la voz de Lisa lo interrumpió.

Cuando ella nos vio conversando, puso una mueca de extrañeza.

—Sí, espera un momento —respondí. Miré a Aitor, quien parecía haberse tensado por la presencia de alguien más—. Continúa con lo que estabas diciendo.

—No pasa nada, ve con tu amiga.

Me levanté algo desilusionada, pues de verdad quería continuar con la conversación.

Gracias a tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora