Tanjiro pensó mucho en Kanao como una flor.
Tan delicada y hermosa. Aunque discreta y tranquila siempre resaltando en su vista por sobre todo, dondequiera que se encuentre, con un aroma suave y agradable, fresco y floral.
Y sin embargo, por el contrario, tan fuerte, habilidosa y valiente. Porque ella no era solo una bonita decoración de mesa, porque ella fue una guerrera, una mujer talentosa, una doctora dedicada.
Con una risa tal como el sonar suave de una campana, con grandes ojos violetas en los que podría perderse sin contar el tiempo, con una sonrisa encantadora y labios rojos que lucen tan suaves.
Era una mujer realmente preciosa.
Y él un hombre codicioso.
Porque pasó mucho más tiempo del que se sentiría orgulloso de admitir imaginando lo suave que se sentiría su cuerpo contra el de él, bajo su toque, porque quiso oír más de su linda risa, sentir más ese aroma tan adictivo, ver sus distintas expresiones. Quería causarlo todo, que sea solo de y para él, ser completamente de ella a cambio.
Un pensamiento tan egoísta, tan tonto y fantasioso.
Exhaló una pequeña risa áspera al encontrarse pensando en ella de nuevo solo con la mención de su nombre por Nezuko, quien dijo que quizá podrían adelantar su cita mensual por una vez.
Su hermanita realmente se asustó con ese ataque de tos que tuvo.
Nezuko decía que el cambio de estación estaba haciendo de las suyas, que la pelusa de los árboles hacían picar su garganta y nariz, pero todos sabían bien que más que una explicación era un consuelo para ella misma, el mismo con el que su madre calmaba a sus hermanos cuando el estado de su padre era más delicado de lo usual.
Tanjiro sabía que su cuerpo era cada vez más débil.
Podía, sobre todo, notarlo. El hacha que a sus trece años era perfectamente manejable le causaba problemas ahora, la gran canasta de carbón no completamente llena lo dejaba exhausto a media montaña, ya había pasado por dos gripes en un mes.
Comparado al cuerpo fuerte y tan poco propenso a enfermarse con el que nació, era un cambio significativo. Como si no fuera lo suficientemente complicado tratar de adaptarse a vivir con un solo brazo y sin la visón de un ojo. Sentía su equilibrio y la percepción de la distancia descarrilarse más veces en un día de las que le agradaría. A veces incluso rompía más cosas de las que reparaba, y era frustrante.
Pero por supuesto, ni Nezuko, Zenitsu o Inosuke se quejaron de eso.
Podía notar también la forma en que Kanao fruncía el ceño al llenar su informe del mes luego de revisarlo, de ver que su temperatura no bajaba, que su presión sanguínea se había vuelto un tanto más débil, que se veía más delgado con cada mes que pasaba.
Con el pasar del tiempo, Kanao se había vuelto mucho más expresiva. No solo el disgusto y preocupación, también en ella se reflejaban vívidamente la alegría, la incomodidad, tristeza y vergüenza. Un abanico repleto de opciones que se manifestaban no solo en sus expresiones, sino también en su cuerpo y aroma.
Cómo jugaba con sus pulgares, mordía sus labios o desviaba la mirada, cómo sus abrazos se sentían más estrechos cada vez y sus movimientos más suaves y abiertos, más seguros y menos tímidos.
También había cierto aroma en ella, tan particular. Agridulce, suave, hacía cosquillear su nariz de alegría, siempre acompañado de sus mejillas coloreadas y una sonrisa tierna llamando su nombre emocionada al verlo.
Y le encantaba, porque aunque siempre le han dicho que es demasiado inocente, no es estúpido. Sabe de qué se trata y que se dirige a él.
Y mentiría si dijera que no siente en su pecho una inmensa felicidad cuando está con ella, cuando un mal cálculo del espacio por su mala vista la hace acercarse un poco demasiado, cuando la divierte y puede disfrutar del timbre tranquilo de su voz riendo.