Capítulo 1: Un encuentro fortuito.

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El sol caía a plomo sobre el camino. La hierba se mecía con la brisa cálida, y las abejas zumbaban entre las flores de abril llenando la llanura de una dulce y somnolienta quietud. Bajo un árbol solitario, reposaba William Redd. No era tarea fácil la que el Rey Wilfred de Lucenna le había encomendado; la princesa Lucille, heredera al Trono de la Torre de Lys, había caído presa de unas extrañas fiebres y nadie conocía la razón. El Rey había enviado a diez caballeros a encontrar una cura, y William era uno de ellos.


Había viajado durante varios días hacia el Gran Norte, buscando las colinas verdes del sur de Norgon Hillen, y estaba cerca de la ciudad fronteriza de Beren. Allí mostraría su salvoconducto a los guardas de la frontera y viajaría a través de Norgon Hillen en busca del antiguo Templo de Hillen Mornen, donde las Mórnidas, las Sacerdotisas de la Noche, le ayudarían en su propósito.William era un caballero joven, no llegaba a los 25 años de edad. Era la primera vez que le encomendaban una misión tan seria y tan cargada de responsabilidad; y la ansiedad le corroía. ¿Y si fallaba en su empeño? ¿Y si caía en los páramos del Gran Norte? Mil dudas atenazaban sus pensamientos, pero la suerte estaba echada.


Arrancó una brizna de hierba, y la observó detenidamente. Casi podía sentir la corriente de Celt deteniéndose en ella, y se sintió apesadumbrado. Con un suspiro se levantó, montó sobre su caballo alazán y comenzó a cabalgar mientras la tarde avanzaba perezosamente.


La luna remontaba el cielo cuando en la taberna bullía la gente y la algarabía. Beren, una de las ciudades más antiguas de Lucenna, estaba en la encrucijada entre dos de las rutas de comercio más importantes de Ithefawn, el Gran Camino del Norte y la Senda del Comercio Enano.Frente a una enorme jarra de cerveza, una figura embozada en una capa oscura observaba el contenido de un paquete. Por los bordados de su capa negra se podía ver que pertenecía a uno de los antiguos clanes de Norgon. Sopló, y una voluta de humo surcó el aire, proveniente de sus labios.-No me convence... ¿Dices que es una tela áurica de las Hadas?Ante la figura embozada, un pukkle retorcía un sombrero de fieltro raído.-S...sí, señora. ¡De los Bosques de Berethin!La figura se adelantó, saliendo de las sombras. Bajo la capucha, unos rizos rojos enmarcaron un rostro ovalado y serio. Dos ojos verdes miraron fijamente al nervioso pukkle, que agitaba sus feéricas orejillas cómicamente.-Dame una prueba- dijo la comerciante, entrecerrando los ojos.El pukkle tragó saliva. Apagó la vela que iluminaba tímidamente la mesa. La comerciante sacó una esquina de tela del paquete, que brilló débilmente.La comerciante resopló.-Humm... La luminiscencia parece correcta...El pukkle aguantó la respiración, expectante.-...Pero no hay flujo continuo de Celt. Contiene Oro de Hadas, sí, pero no es cien por cien áurica. Lo siento, pero no te puedo pagar lo que me pides.El pukkle resopló, airado.-¡¡Pero si se la compré a un semielfo de Berethin!! Un tal Edmund, llevaba un arpa... ¡Un arpa mágica!La comerciante sonrió, con su larga pipa en los labios. Se desabrochó la capa mostrando un jubón negro, surcado por ondas de color verde brillante. Las líneas emitían una luz constante, fluyendo como agua verde en la roca, como luciérnagas en la noche. El pukkle abrió los ojos como platos, mientras su tela palidecía frente al jubón élfico de la comerciante.- Y con su canción, el semielfo te engañó. Típico de los Bardos. ¿Ves? Esto es una tela de las Hadas, una tela celtérea. Y no es una tela áurica, sólo es un terciopelo de esmeralda. La tela áurica auténtica brilla como el sol. Si quieres puedo comprarte la pieza por... digamos... dos monedas de plata.El pukkle agachó la cabeza, mirando su pieza de tela. Suspiró.-Hecho.La comerciante sonrió, y sacó dos monedas de plata de una limosnera.-Toma, es un placer hacer negocios contigo.El pukkle se alejó de la mesa, farfullando, y salió de la taberna.La joven se levantó, con el paquete aún en la mano. Plegó la brillante tela de nuevo y cerró el papel de estraza. En ese momento, se fijó en un joven caballero de cabello corto y oscuro que bebía a solas en otra de las mesas. Se acercó con el paquete.-Hola, chico, ¿te gustaría una bonita tela semiélfica para tu novia?El joven caballero levantó la vista.-No- respondió, secamente. Y siguió bebiendo.La joven resopló, y se sentó frente a él.-¿Y unos pendientes de topacios? Seguro que a tu chica le encantarían...El caballero volvió a mirar fríamente a la comerciante. Sus ojos oscuros casi atravesaron a la joven. Su mandíbula pareció crisparse.-No tengo chica. Me debo a mi rey.La insignia de la Guardia de la Torre de Lys brilló en su pecho.-Ah... Vaya.- La comerciante tragó saliva.- ¿Misión especial?- Sonrió, mostrando una dentadura perfecta. El caballero dio un trago a su cerveza, impasible. La comerciante continuó hablando, esforzándose por entablar conversación.- Si quieres, puedo ofrecerte objetos mágicos... Ya sabes, potenciadores de fuerza, y esas cosas... Directitos de Hillen Mornen.-¿Eres una Mórnida?-Preguntó el caballero, intrigado.-No, comercio con sus objetos, con sus productos, ya sabes. Soy comerciante.-Entonces no me molestes.- El caballero pareció perder interés por ella, y se mesó la corta perilla que lucía en su rostro, perfectamente recortada.-...Aunque... Puedo ayudarte a encontrarlas, si quieres. Sé dónde está Hillen Mornen. El Templo Perdido del Norte.El joven guardia la miró, con renovada curiosidad.-Me llamo William de Redd.-Yo soy Norna McCloverend.Norna y William siguieron conversando durante toda la noche, contándose alguna que otra historia y anécdota del largo camino que habían recorrido hasta entonces. Norna, una comerciante experta, había recorrido varias veces las sendas de Ithefawn y conocía a la perfección las diferentes gentes que lo poblaban. Baphs, Nicoladrim, elfos y semielfos, pukkles y diversas razas recorrían el continente; desde las estepas pantanosas del norte de Norgon Hillen hasta las costas y acantilados de Lucenna del Sur, nido de piratas y navegantes. William, un caballero inexperto, escuchó atentamente sus historias interesándose por las tierras de Norgon.-Así que buscas el Templo de las Cuatro Lunas, ¿eh?William asintió con la cabeza.-Debo entrevistarme con las Mórnidas; es de importancia vital.La comerciante se sonrió. Le convenía llevar al caballero a su lado, sería una especie de guardaespaldas.-Las Mórnidas no suelen gustar de visitantes extraños. Envuelven sus tierras de una niebla similar al Velo de Elfawn, confundiendo a los viajeros y alejándolos del Templo. Sólo dejan pasar a los miembros de los Clanes. –Norna miró al caballero, sonriendo para sí.-Entonces... Tú eres una mujer de los Clanes.-Así es.- Norna sonrió de forma encantadora.- Ahora conoces a alguien que puede llevarte allí. Pero antes... Tendrás que ayudarme.William resopló, impaciente.-¿Ayudarte a qué?-Tendrás que acompañarme en un negocio.- Norna le guiñó un ojo.

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