III. Encuentro

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Cómo cada mañana desde hace ya un par de décadas atrás, sus rojizos ojos se abrieron sin más, dando un bostezo se puso de pie y miró hacia la ventana, observando el encantador cielo mañanero que hacía acto de presencia en ese día.

Frente a su melancólico y fatigoso mirar, sigue inmóvil aquel gris florero, que portaba orgulloso los pétalos marchitos de girasoles y margaritas, tintando sus apagadas retinas de un amarillo y blanco palidecientes ante la cruz de desdicha que yacía firmemente clavada en su ancha espalda.

Miró nuevamente hacia el cielo azul, ese que se hallaba deslumbrante y alegremente adornado con pacíficas y amorfas nubes de blancos recuerdos, que no hacían más que recordarle lo miserable que se había vuelto.

Algo en su mente centelleó y el recuerdo de su presencia invadió a su persona, su mirada, su esencia, su sonrisa, fue horriblemente arrebatada en el inicio de la tranquilidad de un rayo de sol y terminada fugazmente cuál suspiro del suave correr del viento.

Meneó su cabeza y se dispuso a retomar la tarea que postergó el día anterior, informar al señor Mingi acerca de la llegada de un nuevo clan cazavampiros. Anteriormente, los clanes que intentaron enfrentarse a ellos fueron erradicados con total facilidad, al parecer, este clan era distinto, pues ante las palabras que el chico castaño le dijo, tenían los suficientes recursos para simular ser una familia noble, lo que les daría la posibilidad de hospedarse en el pueblo.

Eso sería un problema.

Sí lograban descubrir la ubicación de la mansión sería un completo caos, no solo el final del aquelarre sería indudable, su vida también corría peligro. Dejando todo pensamiento de lado, se dirigió a su armario y tomó una capa, abrió la puerta de su habitación y se marchó en busca del grupo del señor Mingi.

Sus pasos eran rápidos y firmes, la suela de su zapato resonaba fuertemente haciendo eco en los enormes pasillos de aquel desolado lugar, momentos después su mirada terminó por desviarse hasta la habitación de cierto chico y con un sentimiento de culpa instalándose en sus adentros, se detuvo delante de ella.

¿Debería disculparse?, con esa duda en mente alzó su puño en ademán de tocar la puerta, más un fugaz recuerdo de algunas de las ásperas y secas palabras por parte del chico de mechas plateadas atravesaron su mente.

"– ¿Disculparme? ¡Yo no tengo nada por lo que disculparme!, Su muerte no es mi problema, fue parte de su ineptitud y estupidez lo que ocasionaron su deceso."

De ninguna manera, no se disculpará con ese sujeto que no hace más que mentir y fingir su inocencia, cuando no es más que un repugnante y vil mentiroso que solo busca la satisfacción propia a base de mentiras y engaños, su sola existencia le hace querer gritar de la frustración.

Olvidando aquella acción que quería ejecutar, bajó su puño y se concentró en retomar su ruta, sin embargo, escuchó cómo la puerta detrás de él se abría y cómo esa fastidiosa voz le llamaba por su nombre, ignorando olímpicamente todo llamado que San hacía, Seonghwa siguió caminando y llegó hasta la habitación designada para las actividades que realiza el grupo de caza del señor Mingi.

Tocó firmemente con los puños la puerta, después de escuchar el sonido de una voz autorizando su entrada, la abrió con la misma dureza y miró al de mechas plateadas, con un movimiento de cabeza le indicó que entrara, el chico obedeció automáticamente y ambos entraron al lugar, acercándose a la mesa de la habitación dónde se hallaba su señor junto con otros miembros del grupo de caza.

Seonghwa se apresuró a hablar.

–Mi señor, hay algo que quiero comunicarle. –Comentó, esperando la respuesta del señor.

𝐌𝐚𝐫𝐞𝐚 𝐑𝐨𝐣𝐚 | 𝐒𝐞𝐨𝐧𝐠𝐉𝐨𝐨𝐧𝐠「 𝗘𝗡 𝗖𝗨𝗥𝗦𝗢 」Donde viven las historias. Descúbrelo ahora