XXVII: Hikari

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-Hikari... por qué te peleaste de nuevo con esos niños?.- Habia vuelto a ver, en la pequeña de ojos azules, una mancha morada aparecer en su lado izquierdo. Le daba pena ver su rostro tan pulcro, profanado de esa forma.

-Mataron a una rana inocente... la aplastaron y ella no les hizo nada!. No pudo defenderse, asi que yo debía hacerlo.- En sus ojos temblaban las lágrimas que se preparaban para salir, pero las apretaba, dando énfasis a su respuesta.

-A veces siento que yo estoy mal, porque no soy como ellos, no me gusta hacer daño a los demás - Su vocesita se oía dañada, por la desesperanza en la bondad humana. Le rompió el corazon escucharla.

-No, respetar la vida en sus pequeñas formas es ser noble. Ellos no lo entienden ahora, pero se arrepentirán cuando crezcan. - Sentía la necesidad de protegerla del mundo, su inocencia parecía no poder resistir la crueldad. Pero veía algo más en ella, en su mirada. Y cuando miraba así, determinante, a pesar de las lágrimas, tenía la impresión de ver un destello de grandeza, un gran poder en su pequeño corazón.

-¿Por qué? Se supone que es simple, pero ellos se divierten haciendoles mal. - Contestaba indignada.

-Porque... hay personas que buscan herir a los débiles para sentirse fuertes. Pero quién es realmente fuerte, los protegerá, sin importar su tamaño. -

-Eres mi única amiga Genevieve, los demás no saben cuidar al mundo.-

-Podrías enseñarles, así no te sentirás tan mal. Sé la luz que defiende a todas las criaturas vivientes, pequeñas o grandes, si así sientes que debes hacerlo. -

Y a apartir de ese día, Hikari recibió uno de los primeros grandes consejos para sobrevivir en el caótico mundo, la Tierra.

Desde que nací, siempre me sentí responsable por ellos; quienes no tienen voz, quienes lucen diferente, quienes tienen un lenguaje distinto; y, sin embargo se comunican como nosotros, pero no los escuchamos. O al menos, a no todos nos interesa hacerlo.

Pero en todos estos años de rodearme de ellos, de ser educada por ellos, aprendiendo sobre el mundo, desde un bosque alejado de la ciudad en el cuál viví toda mi vida; entendí el lenguaje universal que nos conecta más que cualquier otro medio verbal, el amor. Ese era el verdadero poder, que todos poseemos desde que nacemos, la capacidad de amar. Y a veces, lo que nos enseñan los demás, no es amor sincero, por eso muchos no saben darlo, ni recibirlo, o no quieren compartirlo, sino poseerlo.

Pero no se puede, el amor nos pertenece a todos, y yo estaba decidida a enseñar sobre el amor. Aunque me pasara la vida en ello, quería cuidar de los animales, y protegerlos a toda costa. Porque ellos tienen algo, un brillo puro que los rodea, un pedazo de cielo caído en la mundana tierra. De hecho, muchos nacemos con una luz similar, que vive en nuestros corazones y se alimenta de nuestras buenas acciones.

Habia visto ese mismo brillo en alguien más, al pasar, como si fuera una estrella fugaz, se fue corriendo agitada, con su cabello castaño rojizo. Fueron unos segundos, pero ella me notó, o tal vez fue mi mirada sobre ella la que le hizo voltearse a verme. Ahí sentí un gran pesar azotarme en el pecho, pero también, en aquel dolor, sentí amor. Amor reprimido, como si realmente dentro de su dolencia, se sintiera traicionada, herida por ese amor tan grande.
Juré que la había visto alguna vez, se me hacía familiar. Creo que la he visto en un sueño... por eso le entregué mi lucero, esa caja que llamé " El Llamado del Alba". Sentí que en realidad, yo la había guardado para alguien, y ese alguien era ella, Leila.

El día que nos conocimos realmente, creí que era una chica muy buena, me resultaba fácil sentirme cómoda con ella. Me escuchaba atentamente, cuando los demás se dedicaban a ignorarme, y a olvidar lo que yo alguna vez habia dicho...

Sailor Stars: El Resurgir De La LuzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora