Celo

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Fiat, tan avergonzado como estaba, cerró nuevamente las piernas, queriendo desaparecer en ese instante

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Fiat, tan avergonzado como estaba, cerró nuevamente las piernas, queriendo desaparecer en ese instante. Su menudo cuerpo temblaba sin poder hacer nada por evitarlo. Toda la situación era demasiado que asimilar en tan poco tiempo.

—Tranquilo, gatito —la voz de Leo, en tono bajo, llegó a sus oídos, haciendo que, sin esperarlo ninguno de los dos, un gemido lastimero saliera de su garganta.

Leo no sabía qué hacer, qué decir o cómo solucionar aquel problema. Amaba mucho a su dulce amigo y verlo de esa manera, tan vulnerable estaba matándolo por dentro.

—¿Qué sientes? —le preguntó con cautela.

—Es- —su voz se cortó, dejando salir un quejido mientras se encogía sobre sí mismo —E-es como... —apretó los ojos con fuerza antes de poder volver a hablar —Fuego.

Leo se pasó las manos por la cara, frustrado.

—¿Crees que puedes moverte? —posó una de sus manos en la espalda del chiquillo.

—Uhum —asintió con debilidad.

—Bien, vamos... —se paró a pensar un instante —Eh, vamos a... Voy a... —volvió a pararse para conectar su cerebro a su boca —Quítate la ropa, ¿puedes? —acarició sutilmente la espalda con su dedo pulgar.

Fiat, a pesar de estar sorprendido, asintió. Y con un poco de ayuda, logró quitarse la camiseta para después seguir con los pantalones, dejando únicamente la ropa interior.

Sin mediar palabras, Leo prendió la ducha, y comenzó a llenar la bañera con agua fría. Al menos eso funcionaba cuando tenía sus erecciones matutinas y no le apetecía solucionarlo con su mano.

Un chillido agudo llamó su atención. Fiat no parecía estar más calmado, de hecho, su rostro era de pura agonía.

—¡Está helada! —se quejó, mientras agarraba fuertemente los lados de la bañera.

—¿No te calma el ardor? —le agarró la barbilla para dirigir su rostro y así mirarlo a los ojos.

—Quema más —sus piernas, que estaban apretadas una contra la otra, comenzaron a temblar notablemente y no parecía ser por el agua helada —¡Ah! —chilló de pronto, juntando más sus piernas y llevando sus manos hasta el bajo vientre, tratando de protegerse del dolor repentino —¡Duele mucho! —su voz se rompió en un sollozo.

Leo se alarmó al verlo en ese estado. Cerró el grifo y casi entró en pánico por no saber qué hacer. ¿Una pastilla para el dolor de las que tomaban cuando les dolía la cabeza?

Con angustia en su pecho, y sin pensar, agarró a Fiat en brazos para llevarlo a su cama, dándole igual si mojaba la colcha. Al quedar tumbado en el colchón, adoptó una posición fetal con sus manos entre las piernas y sus ojos cerrados con fuerza, dejando escapar lágrimas de ellos.

Mæw (Leo & Fiat)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora