II

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Una vieja amistad

Voy caminando en dirección a mi casa pensando en los acontecimientos que posiblemente pueden estar pasando allí, porque es seguro que cuando llegue se armara la segunda guerra mundial, así no sea un problema en específico, mi madre siempre va a encontrar un pretexto para pelear. Alguien se acerca, pero no le presto atención, por ir mirando al suelo. De repente siento que alguien me empuja brevemente.

Despierto de mi pensamiento y veo que Nathan se encuentra a mi lado, provocando que mi piel se erice y se sienta desde la planta de mis pies hasta la punta de mi cabello.

—Hola— me dice él.

—Ho... hola, ¿Cómo estás? — Respondo con voz nerviosa:

— Bien ¿necesitas de mi compañía? — Me quedo pensando por un momento pero luego caigo en cuenta que mi padre se vuelve agresivo cuando me ve sola con Nathan

—N...n...no, sabes cómo es mi padre, pero gracias.

—Bueno, y ¿no me dejarías siquiera llegar a la esquina de la casa contigo?

—No quiero arriesgarme, pero gracias de todas formas.

—Está bien, oye se me olvidaba, mi mamá me dijo que el fin de semana iríamos a tu casa.

—Bueno — le interrumpo ya que me está haciendo demorar, y mi madre armaría un pleito por eso. — Le diré a mi madre que esté lista en estos días, para el viaje.

— Claro... Chao.

—Bye. — me quedo mirando, hacia la dirección a la que se dirige, a veces agradezco a su madre por mudarse tan cerca de nosotros. Ellos viven en otro barrio cerca al de nosotros.

...

— ¡Mamá! ¿Para qué me traes al colegio?

—María vienes a estudiar.

—Pero yo quiero ¡jugar!

— ¡No, María Laila, aquí vienes a estudiar! Pórtate bien y verás que cuando llegues a casa te daré una sorpresa.

— ¡Si!

Entró a la escuela y me ubico en el primer asiento que encuentro. Todos los niños ya se encuentran jugando o hablando, mientras que yo estoy sola, haciendo unas rayas en mi puesto para no sentirme miserable.

—Hola — Me habla de repente un niño pequeño de ojos verdes

—Hola— Le dije ofreciéndole mi mano

—Me llamo María

—Soy Nathan— Me toma la mano.

***

Nuestras madres desde esa época se hicieron amigas, que digo amigas, mejores amigas, desde una vez que la señora Lía defendió a mi madre April de una pelea en el colegio. Nathan y yo estudiábamos en el mismo colegio, fue allí en donde nos conocimos de pequeños, pero después de dos años mis padres decidieron cambiarme porque siempre que llegaba a mi casa llegaba con moretones en la cara.

Sigo mi trayectoria a paso lento, mientras sigo pensando cuál será la novedad de hoy. Voy llegando a mi casa cuando empiezo a escuchar gritos, aceleró el paso y al llegar me encuentro con mis padres muy molestos, lanzándose amenazas sobre el divorcio y decidiendo con quién me quedaré, como si fuera un trofeo o un simple objeto. Yo no digo nada y simplemente empiezo a subir directo a mi habitación, empiezo a sacar mis libros, cuando de repente se abre la puerta, y mi madre entra llorando.

—Tu papá me oculta cosas, una relación se supone que es de dos... Pero él actúa como si yo no existiera, no cuenta conmigo nunca.

No le digo nada, la llamo con un movimiento de cabeza, la hago sentar en mi cama y la abrazo, oyéndole sollozar. Es aquí donde no entiendo, cuales son las razones por las que ella viene a contarme su dolor, ¿por qué refugiarse en mí cuando yo nunca me he podido refugiar en ella? Nunca me tienen en cuenta para tomar una decisión en casa, ni para discutir con quien quiero ir.

Después de unos cuantos minutos en esa posición April sale del cuarto, sin decir nada, dejándome totalmente desconcertada. Me pregunto cuánto dolor llevará en su interior para que se comporte de tal forma.

Me acomodo en mi cama sacando el celular del bolsillo de mi chamarra para mirar redes sociales, como no veo nada importante lo pongo a un lado mientras empiezo a quitar mis zapatos, al momento me llega un mensaje.

Nathan: ¿estás lista para ir al entrenamiento?

Yo: Claro

Todas las tardes él y yo vamos a una escuela de natación, no muy lejos de casa. Es una distracción que utilizo para olvidar los momentos difíciles.

Nathan: Ya paso por ti.

Ni siquiera me deja responder, porque se desconecta. Me quito la ropa rápidamente dejándola organizada en mi armario, alisto mi maleta con la ropa de cambio y el uniforme, abrazo mi maleta para que no suene, me acerco a la puerta sutilmente para después asomarme por el pasillo y mirar si hay alguien, al ver que no hay nadie empiezo a bajar las escaleras a hurtadillas, cuando ya estoy por salir una voz me detiene.

— ¿A dónde vas?— Dice mi padre, con su mirada seria.

—Voy a entrenar con... ¿Nathan?

—Está bien. — Que sorpresa que no haya dicho nada.

— ¿Y mi mamá? — Pregunto para evitar encontrarla por el camino y que después no me deje ir.

El simplemente se va, ignorándome como siempre lo hace. Me resignó su respuesta y abro la puerta lentamente. Al abrir la puerta Nathan se intenta caer ya que al parecer estaba recostado en ella. Pero para fortuna de él lo alcanzó a tomar de los hombros para que no se caiga.

—Uy, pero qué rápida, ¿así eres para todo? — Me dice con un tono de picardía

—Si— Le respondo— ¿Quieres probar?

—Eso me encantaría princesa — lo dice moviendo sus cejas de arriba abajo. Lo cual me hace voltear los ojos.

—Bueno, ¿y qué sería exactamente lo que te encantaría?

— Me gustaría...

—¡¡¡Nathan!!! — Lo interrumpe mi madre, que ahora su estado de ánimo es de euforia.

—¿Cómo estás mi niño? hace mucho que no te veo.

—Bien, hace apenas una semana que no me ve. — Dice él incómodo, ya que le están aplastando sus mejillas.

—Bueno, nos tenemos que ir — Interrumpo el momento desagradable

—Bueno, Nathan me cuidas a mi niña.

—¡¡Mamá!!

—Lo haré— Contestó él — Siempre lo haré.

#TA2021 No creeré en el amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora