Lo primero que hice cuando vi a mi hermana caminando hacia el porche de la casa fue correr a abrazarla, y aunque sentí que también me había extrañado, más que nada porque no nos veíamos hace meses, su reacción no fue la que me esperaba. Fue diferente. Ella estaba diferente. Su sonrisa se veía claramente forzada y sus hoyuelos no se asomaron, como cuando contábamos chistes malos o reíamos una y otra vez de las escenas de Son Como Niños, nuestra película favorita.
Mis padres estaban sorprendidos pero alegres de verla, aunque no duró demasiado. Notaron que delante de nosotros no estaba nuestra Beth, en su lugar, había una chica aterrorizada y triste, sus ojos rodeados por grandes ojeras y pequeñas manchas rojas esparcidas por todo su rostro, las típicas que se le formaban cuando lloraba, al igual que a mí. Su piel clara estaba un poco más bronceada por su mudanza a Los Ángeles y sus pecas le daban más color y vida, pero no hacían nada para ocultar el dolor en la cara de mi hermana.
La acompañé para que entrara a la casa pero parecía como si no quisiera. No entendía porque hasta que seguí la mirada de Beth y vi la expresión de mi padre. Era un hombre trasparente, y a quien le costaba controlar su temperamento. Algunas veces me pregunto que fue lo que vio mi madre en él. Stephen Hart no era una persona cariñosa, detallista o empática, y esa tarde me quedó más que claro. No volví a ver a mi padre con los mismos ojos.
Beth se sentó en el sillón mostaza de la sala e intentó hablar aunque inmediatamente empezó a llorar. Mi madre y yo la abrazamos e intentamos consolarla sin saber que pasaba. Eran contadas con una mano las veces que mi hermana había llorado en frente de mis padres.
Parecía como si no fuera a parar hasta que comenzó a hablar sin siquiera mirarnos a los ojos. Yo estaba asustada, imaginaba lo peor y tenía muchas ganas de llorar. Pero no podía. Debía escuchar a Beth y ayudarla sin importar lo que nos tuviera que decir, así como ella siempre lo hacía conmigo.
–Yo, yo no sé cómo decir esto– comenzó.
–¿Todo bien con la universidad cariño?–preguntó mi madre con la ternura que la caracterizaba. Mi padre, en cambio, ni siquiera pestañeaba.
–Sí, aprobé todo en el último semestre, y justamente lo que quiero contarles sucedió el día que tuvimos el último examen y salimos a una fiesta que organizaba una casa de estudiantes–. Su voz temblaba y cada segundo que callaba se sentía como una eternidad.
–¿Qué pasó Elizabeth?–gruñó mi padre, –¿qué fue lo que hiciste en aquella fiesta para que llegaras llorando a casa hoy, sin siquiera avisarnos primero?
–Papá, yo quería pasarla bien y tomé. Al principio fue solo un trago, lo juro, pero no sé qué me pasó, había tenido un día muy estresante y peleé con una de mis amigas que quería relajarme y olvidar lo que había pasado. Y después, no lo sé, solo sé que un minuto más tarde estaba bailando con un chico de primer año y desde ahí solo me acuerdo que subimos a una habitación.
–Beth, él te.. te.. – no pude terminar la oración, pero por suerte comprendió lo que quise decir.
–No Katy, por Dios, él no me hizo nada– se apresuró a contestar –me preguntó si estaba segura y le dije que sí. Yo solo quería experimentar–, susurró avergonzada. Mis padres no podían mirarla. Tan solo esperaba que solo hubiera tenido sexo, no iba a precipitarme e idear cosas. Iban a perdonarla, ella era mayor de edad y no había hecho algo completamente diferente a lo que las chicas de su edad hacen.
–¿Y qué pasó Elizabeth? ¿Tan solo tuvieron relaciones?– dijo mi madre con la voz temblorosa y suplicante– dinos que se cuidaron por favor.
–Si mamá, que yo sepa nos cuidamos, le pregunté si había traído protección y me dijo que sí, pero no sé cómo pasó y yo, yo.. Estoy embarazada– dijo finalmente.
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¿Hasta dónde llegarás?
Teen FictionNada es fácil si te arrebatan a tu persona favorita. Kat es una chica decidida, solitaria y dolida. Para ella, su plan lo es todo y no dejará que nadie vuelva a quitarle lo que más ama. Sean es el capitán de baseball de la Universidad, y aunque su...