CAPÍTULO DOS

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—Estás bromeando, ¿cierto?

Laurel solo lo miró fijamente en la oscuridad, por lo que no obtuvo respuesta. Sebastian maldijo internamente, a tientas en la oscuridad buscó su teléfono dentro del bolsillo de su saco. Una maldición abandonó sus labios cuando vio que no tenía cobertura. En un mundo tan desarrollado, cómo era posible que no hubiera una jodida línea de cobertura.

—¿Hay algún interruptor por aquí?

—No me digas que le tienes miedo a la oscuridad —dijo Laurel.

En tono para nada jocoso rió.

—Muy graciosilla saliste.

Nuevamente intentó abrir la puerta cuando escuchó la voz Laurel.

—Si sigues haciendo eso vas a romper el cerrojo y nos vamos a quedar encerrados aquí.

En cuestión de segundos sintió que ella se movió y la luz se encendió.

—No eres claustrofóbico, ¿cierto? —preguntó Laurel.

—No —contestó Sebastian—. ¿Algún motivo en específico del porqué la pregunta?

—¿Chocolate? —le ofreció la tableta de chocolate que recién había abierto, ignorando la pregunta de hombre—. Es suizo —especificó.

—Gracias —dijo el ruso en un suspiro, aceptando el ofrecimiento de la chica—. No pareces muy preocupada porque estemos aquí encerrados —apuntó llevándose un trozo de chocolate a la boca.

—Oh, es que ya me sucedió una vez —informó—. Debías de haber visto a mis padres, se pusieron como locos, pensaron que había desaparecido.

—¿Cuando fue eso?

—Un par de años atrás, fue cuando descubrí lo de la puerta —la señala—. Espero que estés cómodo, pueden pasar horas hasta que alguien se digne a venir.

Mierda, pensó Sebastian. Esto no iba a terminar como esperaba.

❈ ❈ ❈

Habían pasado un par de minutos desde que se habían quedado encerrados en la pequeña habitación y lo único que reinaba entre ellos era un profundo silencio. Ninguno de los dos se había atrevido a pronunciar ni siquiera una vocal.

Pero tanto silencio había cansado a Laurel por lo que preguntó:

—Bien, ¿qué era eso que tenías que hablar conmigo con tanta urgencia?

Sebastian se quedó ido momentáneamente. Esa chica tenía cambios de humor bien drásticos.

—¿Por qué huías de mí? Me recuerdas bastante bien, así que no entiendo. Nos solíamos llevar bien.

—Sí, claro que nos llevábamos bien —ironizó—, cuando tenía diez años —era claro que lo que había entre ellos era cortesía, sobre todo por la diferencia de edad que entre ellos había— y no estaba huyendo de ti.

—¿Entonces?

Lo miró fijamente unos segundos antes de contestar. —De lo que huía es de lo que tú representas.

Nacido en la MafiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora