CAPÍTULO SEIS

330 38 3
                                    


Enero 26, 2019.

El sábado llegó y con él, el día en que se llevaría a cabo la unión de ambas familias. En la mansión Markov de los Hamptons todo era un corretaje con tal de tenerlo todo listo para la celebración. En una de las habitaciones del nivel superior, Laurel estaba siendo preparada por todo un equipo de estilistas y maquilladores; un ajuste en la sombra de ojos, otro en el color del labial y arreglando su cabello en un elegante peinado, llenaban la lista de tareas que tenían por realizar.

Todos estaban envueltos en una nube de felicidad, alegría y armonía, menos la novia.

—Alegra un poco esa cara, cariño —dice la mujer que estaba terminando su peinado—. Te vas a casar con el hombre que todas desean cazar, y tú lo tienes en la palma de tu mano.

Si tú supieras, pensó la chica, forzando una sonrisa para complacer a la mujer.

Pocos minutos después, en la habitación entró Antonella seguida de sus dos hijos. Con una vaga oración pidió a los ocupantes que salieran de la habitación.

—Podrías sonreír un poco al menos —sugirió su madre mientras se acercaba a ella.

Incapaz de mantenerse callada, Laurel preguntó: —¿Por qué tenemos que hacer esto? No tiene ningún sentido.

—No podemos echar para atrás seiscientas treinta invitaciones, solo porque a ti no te gustan las fiestas grandes.

—Ya estoy casada —apuntó—. Técnicamente no estamos celebrando una boda.

—Considéralo la fiesta que no tuviste hace dos años —dijo Antonella quitando las manos de sus hombros y abrió el estuche de terciopelo rojo que descansaba sobre el vanity. De él sacó un collar hecho de oro blanco y diamantes rojos.

Si bien Laurel había visto muy pocas veces esa joya, era inconfundible para los Di Marini. Una reliquia familiar.

—Mamá...

—Nada —la mandó a callar—, es el collar de la familia y todas lo hemos llevado el día de nuestra boda.

—Te ves hermosa, hermanita —alagó Matteo a su hermana, dándole un beso en la mejilla y acercándose a su oído para susurrar—. Una lástima que sea con él.

—Tengo el presentimiento a que será mejor con él a con cualquier otro —susurró ella en respuesta.

Una palmada se escuchó en la habitación, los chicos se voltearon a ver a su madre.

—Bueno, no nos pongamos sentimentales ahora, tenemos una boda por realizar, y tú debes ponerte el vestido —apuntó—. ¿Lo han visto? —preguntó a sus otros hijos—. Es una verdadera monada. ¡Paolo! —llamó—. Ya puedes entrar.

—¿Cómo está la novia? —preguntó el diseñador en tono alegre adentrándose en la habitación.

—Encantada —respondió Antonella, a la vez que Laurel decía—. Exhausta.

Paolo decidió que era mejor ignorar ambas respuestas, ya que la madre y la hija pensaban igual, por lo cual tomó el perchero que traía con él y abrió la funda que cubría el vestido.

Con suma delicadeza sacó el vestido de novia, dejando apreciar la exuberancia de tela, olanes y pequeños cristales —esparcidos estos últimos a lo largo de todo el vestido—.

Nacido en la MafiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora