—¿Y si no lo hago, qué? —preguntó Laurel mirándolo directamente a los ojos con expresión desafiante.Una sonrisa lobuna apareció en los labios de Sebastian. El actuar de Laurel lo volvía loco.
—Te gusta provocarme, ¿no es cierto?
No esperó respuesta antes de desgarrar el escote del vestido, haciendo que este descendiera hasta la cintura, aún aguantado por las correas de la espalda, revelando un sensual sujetador que no dejaba nada a la imaginación.
—¿Vas a ser una chica buena? —preguntó mirándola fijamente—. ¿Vas a rogarme porque te folle como si no hubiera mañana? —susurró Sebastian en su oído mientras sus manos comenzaban a recorrer el pecho semidesnudo de Laurel—. Quiero oírte gritar mi nombre, tan alto que no quedará duda ni a ti ni a nadie de quien es tu dueño.
—Sigue soñando, eso no pasará.
—Teníamos un acuerdo —apuntó él alejándose unos pasos de ella para verle el rostro.
—El acuerdo se había cancelado —dijo Laurel con sorna.
—El acuerdo nunca se canceló —informó Sebastian volviéndose a acercar peligrosamente a ella.
En un rápido movimiento, Laurel se hizo de la pistola que Sebastian guardaba en su pantalón, apuntándole.
—Venga, dispara —dijo con valentía su esposo—. Acaba con el problema ahora.
Se mantuvo unos segundos así, apuntándole al pecho con el dedo en gatillo.
—No puedes hacerlo —pronunció él con ironía, mientras tomaba el arma de su mano—. No puedes hacerlo porque no eres una asesina.
Laurel se alejó rápidamente de él hasta que sus piernas chocaron contra la cama.
—¿Qué te sucedió en este tiempo? —preguntó con verdadera sorpresa.
—Crecí.
Y no tienes idea de cuánto, pensó la chica.
Viendo su mirada, Sebastian aceptó la respuesta y se retiró, dirigiéndose hacia la estantería que estaba a un costado de la habitación. De allí sacó uno de los vasos y entró en el baño.
Laurel escuchó el agua correr unos segundos antes de que Sebastian volviera a aparecer en el dormitorio.
Él dejó el vaso de cristal con agua en una de las mesas y alcanzó el cuchillo que llevaba oculto debajo de la manga izquierda de su camisa.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Laurel al ver que se cortaba la mano y dejaba caer unas cuantas gotas de sangre sobre el agua.
—Tu familia quiere sangre, muy bien, les daremos sangre.
Agitó el vaso para que se mezclara el agua y la sangre, adquiriendo un tono rojo claro. Una vez estuvo satisfecho del color que tomó, Sebastian metió los dedos en la mezcla de agua y sangre y lo untó en el centro de la blanquecina sábana.
—¿Por qué haces esto? —cuestionó la chica mientras lo observaba.
—Prefiero esperar a que vengas a mí de buena voluntad, a tener una esposa que me odie el resto de mi vida.
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Nacido en la Mafia
ActionEnemigos por naturaleza, amantes por destino. Entre Laurel D'Angelo y Sebastian Markov, la atracción surge desde la primera mirada, pero son demasiados los secretos y mentiras que los separan. Cuando el honor y el deber están por encima de los senti...