CAPÍTULO NUEVE

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Después de aquella mañana del día siguiente a su boda, la vida de Laurel cayó en una aburrida rutina. Sus días estaban ocupados con los detalles finales del proyecto del hotel, estando pronta su apertura al público. Aunque no lo admitiera al principio, tener a Matteo allí con ella aliviaba un montón su trabajo. Vaya fue su sorpresa al enterarse que su querido hermano se quedaba en Estados Unidos, y más allá lo fue el hecho de que fuese su propio padre quien lo había ordenado.

Al día siguiente de la marcha de los D'Angelo de regreso a Italia, recibió una llamada de su hermana menor contándole que su madre al fin se había calmado y que estaba muy feliz porque su padre había comenzado a hacer tratos para buscarle un esposo.

«¡No puedo esperar!» Había sido la exclamación de Beatrice antes de colgar el teléfono. Laurel no podía entender como su hermana podía estar tan emocionada con ello. Sus diferencias no podían ser más notables. Mientras ella había aceptado su matrimonio con Sebastian a punta de pistola —un hombre al que, bueno, malo o regular, ya conocía—, su hermana iba de buena gana aceptando entrar en un matrimonio con una persona a la que ni conocía.

Sentía tristeza de no poder salvar a su hermana de tal destino, y la simple advertencia de su padre de no causar más vergüenzas la cohibía de intentarlo.

Por otro lado, Sebastian era otro de los desaparecidos. Sip, en toda la semana no había visto a su marido más de tres horas en siete días.

Llegadas tardes, llamadas secretas, conversaciones susurradas con los guardias, esas eran las únicas veces que había visto a su reciente esposo.

Algunos dicen que los problemas en un matrimonio comienzan a sentirse a partir de los tres años, pero ellos en menos de veinticuatro horas habían probado que las excepciones se podían dar; y ellos eran esa excepción.

Al octavo día, Laurel no lo pudo soportar más y en cuanto Sebastian atravesó las puertas del ascensor, preguntó.

—¿Dónde has estado? Te he llamado más de diez veces y no contestas.

—Tengo trabajo que hacer —respondió cortante.

—¿Trabajo? ¿Y los días pasados qué?

—No te debo ninguna explicación —su malhumor era palpable

—Soy tu esposa, claro que me debes una explicación.

—Muy bien. ¿Quieres una explicación? —gruñó—. Me estaba viendo con mi amante.

Y así sin más se marchó de la habitación regresando sobre sus pasos y saliendo del apartamento, dejando a Laurel parada allí con la boca abierta sin que un sonido saliera de ella.

Vale, eso no se lo esperaba.

¿Una amante?

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Al menos había hecho un amigo.

En esos días de soledad había descubierto que la actitud de bromista de Nikolai no era solamente para molestar a Sebastian. Había descubierto que ambos hombres eran los mejores amigos y si le dabas un poco de chocolate, Nikolai te contaba todo lo que quisieras saber.

De esa forma había descubierto unas cuantas cosas sobre su esposo, como el hecho de que no existía tal amante y pasaba su tiempo libre en un gimnasio de su propiedad.

Nacido en la MafiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora