La caída de los cristales benditos. Ese día en que cambiaron las vidas de cada uno de los habitantes del reino de Walhold en solo unos minutos.
Cuatro cristales cayeron repartiendo distintos dones poderosos en cada lado del territorio. Muchos por un gran tiempo creyeron estar enloqueciendo por los eventos que siguieron luego de la caída: cada que se cortaban sus heridas sanaban con rapidez, no envejecían y los que ya lo habían hecho ya ni siquiera tenían rastros de arrugas ni manchas; poco a poco también vinieron los dones como los del lado oeste que podían manipular la hechicería y las ninfas que podían manipular la naturaleza como ellas quisieran.
Todo marchaba aparentemente en orden desde ese día en que se declararon inmortales en todo el reino. El único problema era el lado sur, ese lado donde habían encontrado un lacayo del rey despedazado por una bestia, como él mismo lo había declarado. El rechazo hacia esos habitantes del lado sur fue creciendo hasta que se prohibió la entrada y salida de gente en ese lugar.
Los tres territorios más poderosos trabajaban en orden, no se podría decir que en perfecta armonía pero lo intentaban, a pesar de que entre los hechiceros y ninfas se odiaran a muerte.
No se volvió a saber nada del paradero de esos cristales, se decía que habían quedado bajo tierra al impactar cuando fueron lanzados de la nada en el reino. Sin embargo, siempre había alguien demasiado curioso como para conservar solo esa versión.
El hombre se acercó con cuidado ingresando al manantial del lado este. Las aguas eran relucientes y el olor fresco y húmedo inundó sus pulmones. A él no le disgustaba estar en el lado este, incluso se había acostumbrado a estar en él por las circunstancias que lo obligaban.
Se aproximó a la orilla con mucho cuidado y posó su dedo con delicadeza formando una honda que fue llamado directo para que las ninfas aparecieran en el lugar. Todas con lanzas repletas de líquido de estamonio. Él no tuvo de otra más que levantar sus manos en son de paz para que ellas bajaran sus armas y lo dejaran hablar.
Una ninfa estaba más arriba de unas piedras en el manantial. Él la conocía bien, no era la primera vez que la veía, pero era raro que la otra ninfa de cabello verde no estuviera presente.
—Creí que Aurora estaría aquí para darme la bienvenida —indicó él con una sonrisa burlona.
—Aurora odia ver tu rostro así que no se molestó en venir, dijo que yo podía encargarme.
—Que dulce y cobarde Aurora —comentó, las lianas que colgaban de la superficie del manantial se movieron como una silenciosa advertencia, pero el hombre enarcó una ceja haciendo que se detuvieran—. Soy un invitado, Salma, puedes tratarme como tal.
—Donde des un paso más considérate ahogado —dijo Salma haciendo un ademán hacia el agua del manantial.
—Solo vengo para saber de la profecía, ustedes prometieron...
—No prometimos nada —lo cortó Salma con tono de voz firme.
El hombre rodó los ojos.
—Dijiste que los cristales siguen intactos, incluso después de la caída.
Salma casi se tambalea, pero conservó la calma y les hizo una seña a las demás ninfas para que los dejaran solos. Ella todavía conservaba una distancia suficiente para interceder en caso de que el hombre quisiera pasarse de listo.
—¿Qué deseas saber?
—Creí que sería más difícil, por lo general lo otro solo lo escupiste porque amenacé con cortarte el cuello. —Soltó una risa amarga que a Salma no le causó ni una pizca de gracia.
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Cristales benditos: el elegido de las bestias.
FantasíaLa ambiciosa hechicera Holly debe tomar el puesto de caza recompensas de su hermano para cumplir con un mandato del rey. Ella deberá buscar al príncipe Arthur quien ha escapado del castillo, pero no será tarea fácil ya que en el camino se encuentra...