04|Manantial de confesiones|

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Creí que si apartaba de mis pensamientos lo que pasó esa tarde la culpa no me mataría, pero estaba equivocada. La imagen de la ninfa seguía en mi cabeza y ahora la escena se repetía conmigo de espectadora, viendo a la Holly de esa tarde haciendo algo que ensuciaría su conciencia para siempre.

Aparecí saliendo detrás de uno de los árboles, ese que tenía sus hojas muertas y sin color alguno. A unos cuantos pasos de mí estaba la ninfa. Esa ninfa herida que botaba demasiada sangre, sangre que podría servirle a mi familia.

Me quedé viendo cómo todo volvía a suceder. Estaba de piedra a unos pasos de la ninfa y la Holly de esa tarde no me veía, solo se dedicaba a acercarse a la ninfa para examinar la gravedad de sus heridas. Lo más extraño era que no tenía cortadas, tenía unos rasguños gigantescos que iban desde sus hombros hacia su abdomen. Las garras se podían ver claramente talladas en esa piel pulcra y brillosa como la de todas las ninfas a pesar de que la sangre color plata salía a borbotones de las heridas.

Me acerqué con precaución y los sonidos de mis pensamientos hacían eco en mi mente.

Está muy malherida —me dije esa tarde al ver a la ninfa llorar frente a mí—. Tal vez si acabara su sufrimiento... No, no puedo matarla, puede que odie a las de su clase pero no puedo hacerlo.

—Ayúdame —suplicó la ninfa con su voz temblorosa.

Es mucha sangre. Ludovic habló sobre los traficantes del lado oscuro, esos que compran y venden sangre de ninfa. Ludovic dice que pagan muy bien... ¡No! No puedes hacer eso, Holly... no puedes aprovechar que se está muriendo.

En mis manos incluso tenía el poder para evitar que le doliera y que la sangre dejara de correr tan desaforadamente, pero los pensamientos que vinieron después fueron más fuertes lo cual me impidió moverme para ayudarla.

Solo es una ninfa más del montón, nadie sabrá nunca de esto... solo tú. Solo pon la sangre en el frasco y mátala para que no haya testigos. Al fin y al cabo está muriendo, no habrá nada que la sane por completo, sería horrible obligarla a seguir sufriendo por más minutos.

—Ayú... —Las palabras de la ninfa se cortaron cuando empezó a botar sangre por la boca.

Me acerqué a ella y sostuve su cabeza. Saqué de mi bolsa esos frascos que mamá me había pedido llevar al mercader de siempre para que los llenara de jalea. No eran muy grandes, pero lo suficiente como para necesitar más sangre para llenarlos por completo.

Saqué el cuchillo de caza que tenía atado a mi pierna. La ninfa vio el filo y empezó a negar mientras tosía.

—Lo siento, pero me sirves más muerta.

Nunca creí que unas palabras podían salir tan crudas de mi boca. Tomé el cuchillo y cerré mis ojos mientras el filo cortaba la garganta de la ninfa.

Me tapé la boca y ahogué un grito al verme esta vez hacer tal atrocidad la cual no fui capaz de ver por cobarde la primera vez.

Puse el frasco y la sangre lo llenó por completo, hice lo mismo con el otro frasco pero este quedó a la mitad así que decidí hacerle otra cortada a la ninfa volviendo a cerrar los ojos para que el cuchillo traspasara la piel de su brazo. La sangre salió disparada y el frasco se llenó.

Sentí mis manos sucias así que las limpié en el césped, pero eso no borraba de mi mente que yo había hecho que esa ninfa muriera. Eso no borraba que en mis manos yacía una vida que yo había arrebatado.

***

Las lianas me soltaron y pude salir a la superficie. Recuperé en una bocanada el aire que había contenido desde que las lianas me habían lanzado al agua.

Cristales benditos: el elegido de las bestias.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora