Levanté una vez más la mirada hacia el cultivo de trigo marchito frente a mí. La caída de los cristales nos había dejado al lado oeste una de las peores partes: la pérdida de la cosecha. Anteriormente, el lado oeste contaba con un territorio de siembra bastante abundante, sin embargo, cuando el cristal de la hechicería cayó en nuestro lado de Walhold, nos obligó a tener que depender de las ninfas.
Esas asquerosas ninfas. No les bastaba con tener un territorio fértil lleno de cosecha solo para ellas, por supuesto que no, ellas tenían que venir a reclamarle a Stephan en la frontera cada vez que el verano caía para pedir un prado más amplio en nuestro lado. Pero en cuanto el verano terminaba, ellas dejaban que los pocos cultivos que hacían con tal de evitar la escasez se secaran y murieran, así como ese cultivo de trigo.
Nunca había querido conocer el territorio de las ninfas, ese lugar lleno de armonía, cantar de pájaros y brillo por toda parte no era lo mío, pero estar en su frontera podía ser beneficioso. Casi tanto como para poder llevar bastante comida a casa.
Dejé de lado el trigo marchito y seguí mi camino hasta llegar al lado oscuro del territorio de hechicería, el lugar del que Ludovic me había hablado.
Me acerqué con discreción y el tronar de las ramas partidas a mis pies me hizo dar un escalofrío que me recorrió la médula. Ese lugar era aterrador, lleno de oscuridad, ni un solo rayo de sol alcanzaba a escabullirse. Para poder guiarme, el camino hacia ese lugar solo contaba con la iluminación de la magia en unas cuantas ramas de los árboles. Si no hubiera sido de esa forma ni siquiera me hubiera atrevido a entrar.
Vi al hombre con la cicatriz en el rostro cuando me adentré en esa oscuridad, lo poco que distinguía era gracias a la iluminación de la magia. Me pregunté por qué la tenía, por lo general nuestras cicatrices sanaban con rapidez, incluso las viejas que teníamos antes de la caída de los cristales hace trescientos años sanaron. Ese hombre no me daba muy buena espina, pero de todas formas me acerqué.
Al fin y al cabo era un traficante, por algo no daba buena espina.
—Una miembro del concejo —dijo el hombre con una voz gruesa y aterradora—, creí que nunca llegaría un día como este.
—¿Cuánto ofreces por un frasco? —le pregunté, directa, sin ponerle trabas al asunto. Quería escapar de ese lugar con el dinero de una vez.
El hombre se encontraba jugando con una gota de luz color zafiro que tenía en la mano. Era el hechizo más simple, el primero que logramos aprender, de hecho.
—Cien monedas de plata.
Vaya, era una paga considerable pero no lo suficiente que necesitaba.
—Tengo dos frascos, creo que podrías aumentarlo a trescientas. La sangre de ninfa no es fácil de conseguir —mascullé.
El hombre de la cicatriz dejó sus manos quietas y la luz dejó de iluminar el espacio entre ambos. Solo por la luz de la magia en el árbol cercano logré ver el ceño fruncido que acentuaba la forma de su cicatriz. Parecía que unas garras se le hubieran clavado en el rostro.
—¿Acaso eres tú?
—¿De qué habla?
—Esta semana han desaparecido muchas ninfas, Stephan dio el reporte.
—Las desaparecieron porque son insoportables, yo no tuve nada que ver con eso, lamentablemente —contesté con simpleza.
En el lado oeste odiábamos a las ninfas. No era solo el hecho de que se llevaran la cosecha solo para ellas, también eran insoportables, manipuladoras y engreídas. Cada que tenían la oportunidad nos echaban en cara sus dones y el maravilloso lado de la frontera con el cual fueron bendecidas. Yo siempre respondía que vivir en un mar de azúcar era más una maldición cada que me las encontraba, pero ellas tendían a sacar a relucir el hecho de que las brujas no somos capaces de ser fértiles, ni nuestras tierras, ni nosotras.
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Cristales benditos: el elegido de las bestias.
FantasíaLa ambiciosa hechicera Holly debe tomar el puesto de caza recompensas de su hermano para cumplir con un mandato del rey. Ella deberá buscar al príncipe Arthur quien ha escapado del castillo, pero no será tarea fácil ya que en el camino se encuentra...