08|Culpabilidad|

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Volví a entrar a la casa en cuanto me calmé y supe que estaba lista para enfrentarme a lo que fuera. Russell subió a ver a Desmond conmigo y en cuanto estuvimos a unos pasos de su cama se me revolvió el estómago al ver sus ojos cerrados pero me enfoqué en su pecho el cual subía y bajaba indicando que aún respiraba así que solté el aire que había estado reteniendo y me acerqué.

Mamá se puso de pie dejándome el espacio en la cama para que yo pudiera sentarme.

—Está dormido. Dice que le duele todo el cuerpo y está sudando frío, también tiene escalofríos y su vista se torna borrosa a ratos. Iré por Stephan para que venga a ayudarle a que se sienta mejor.

—No hay necesidad de llamarlo —habló Russell—. Yo puedo hacer algo.

Fruncí el ceño al igual que mi madre pero a Russell no le importó nuestra desconfianza y tomó asiento a un lado de Desmond. Depositó su mano sobre la frente de mi hermano y cerró los ojos.

Ninguna de nosotras sabía lo que Russell hacía pero en cuanto vimos que el cuerpo de Desmond entró en más calma decidimos confiar en el asesino de ninfas.

—Holly —me llamó mamá con cuidado de no sacar a Russell del trance en que estaban sumergidos tanto él como Desmond. Ella hizo una seña con su cabeza para que la acompañara abajo.

La seguí por las escaleras y ella se dedicó a lavar los paños que usó con Desmond mientras me hablaba. Yo tomé asiento en la silla del comedor.

—¿Cómo lo conociste? —me preguntó refiriéndose a Russell.

La pregunta más temida, ¿qué se supone que debía decirle? ¿Que me salvó del ataque de unas ninfas y que también lo vi torturando a varias de ellas cuando lo seguí? ¿Que él era el asesino de ninfas del que todos en el reino hablaban? No eran unas buenas respuestas teniendo en cuenta que mamá podría echarlo a patadas en cuanto se enterara, pero yo había llegado a mi límite de decir mentiras y no debía seguir mintiendo por él, al fin y al cabo él era el dueño de sus pecados y yo de los míos así que debía dejar de encubrirlo.

—El rey me envió al lado este. —Mamá dejó de lavar los paños y devolvió su mirada aterrada hacia mí—. Lo bueno es que estoy bien pero en cuanto crucé la frontera unas ninfas me emboscaron creyendo que yo era el asesino que anda suelto matando ninfas cada que le place. Russell llegó e hizo unos hechizos para zafarme de las ninfas.

—Nunca lo he visto en las reuniones del concejo de hechicería.

—Lo sé, yo tampoco. Él dice que no le agrada mucho eso así que no va.

—¿Y entonces dónde aprendió a hacer esos hechizos que te zafaron de las ninfas?

Apreté mis labios en una fina línea sin saber qué responder.

—¿Solo? La verdad es que no tengo idea.

—¿Y qué le hicieron esos hechizos a las ninfas?

Cerré mis manos en puños sobre mi falda oscura debatiéndome entre si decirle la verdad a mamá o decir otra mentira con tal de dejar que Russell se quedara para ayudar a Desmond. Ahora lo que más me importaba era Desmond y si había alguien que podía hacerlo sentir con más calma a pesar de encontrarse en aquella situación no iba a dejar que mi madre lo sacara de la casa.

Así que decidí encubrirlo una vez más.

—Solo las petrificó temporalmente —mentí con descaro.

—Pues que bueno que él hubiera estado allí en el momento correcto, gracias a los cristales benditos —dijo soltando un suspiro de alivio. Bueno, al menos se lo creyó—. ¿Qué te dijo Stephan?

Cristales benditos: el elegido de las bestias.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora