06|Miedo al agua|

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Las bestias... esas que nunca habíamos visto, pero Russell tenía una idea muy acertada de ellas, ¿y si en verdad había visto una alguna vez y me estaba mintiendo? Eso explicaría que pudiera hacer la ilusión pero ¿y si nunca había visto una? ¿Cómo podía crear una ilusión sin haberla visto antes?

Tal vez los rumores sirvieran pero la explicación más valedera que encontraba era que él fuera uno de los hechiceros más poderosos del lado oeste, ¿pero cómo? Nunca antes estuvo en las reuniones del concejo, ni en las prácticas, ni siquiera lo había visto rondar por el lado oeste antes. Aunque el lado oeste era muy grande, y fácilmente cualquiera podría escabullirse en ese lugar, como Russell quien no estaba registrado en ningún documento del concejo.

Pero había algo más, algo que sabía que ese mentiroso no estaba diciendo. Conocer de hechizos que ni siquiera los del concejo sabíamos, tener conocimiento de las bestias y su gran necesidad por matar a cuanta ninfa se le atravesara... había algo en Russell que no me permitía confiar plenamente en él.

Dejé que mi especie de escudo protector cayera en cuanto noté que la respiración de él iba más lenta lo cual indicaba que se encontraba sumergido en un sueño profundo, así que aproveché para acercarme un poco, con cuidado de no tocarlo ni a él ni a la fogata.

Formé la magia en mi mano y con lentitud hice que se dirigiera a la cabeza de Russell lo cual haría que pudiera caer dormido aún más si era necesario para que no se enterara de lo que yo haría y para que su estado de relajación me permitiera entrar en su cabeza.

En cuanto noté que estaba en posición, me acerqué un poco más, pude ver sus ojos cerrados siendo adornados por sus pestañas largas y oscuras al igual que sus cejas. Formé de nuevo el destello azul en mi mano e hice que cayera en su cabeza con suavidad hasta que me dejó ver la imagen de sus sueños proyectada en el destello cristalino.

Todo era en su punto de vista, sus manos eran las de un niño quien se esforzaba para que no metieran su cabeza en un barril lleno de agua, pero al final sus fuerzas eran iguales a las de un niño y quien sostenía su cabeza pudo hacer que se adentrara en el agua del barril.

Así que por eso odiaba las profundidades...

La escena cambió y luego el niño se encontraba con una mujer. Esa mujer tenía su cabello negro recogido en un moño y ropa de aldeana, una falda larga que le llegaba a los tobillos y su camisa con mangas recogidas, también cargaba una canasta con unas cuantas prendas de vestir. El niño... bueno, Russell y ella caminaban hacia un lago donde él se quedó de pie a una distancia prudente. La mujer tiró de su mano, pero Russell no se movió.

—Anda, ve a nadar un rato —le dijo quién parecía ser su madre. Supuse que se trataba de ella ya que se había agachado para ver a su hijo a los ojos, los ojos de la mujer eran idénticos a los de Russell.

—No quiero —respondió Russell.

—Aquí no está él, puedes sacar la cabeza el tiempo que quieras —insistió su madre, para ese momento ya tenía los ojos cristalinos. Ella luchaba por no dejar escapar sus lágrimas.

—Tengo miedo.

—Lo sé, yo también lo tengo pero te prometo algo. —La mujer tomó a su hijo de las manos tras depositar la canasta en el suelo—. En cuanto lave la ropa nos iremos muy lejos, ¿entiendes? No tendrás que volver a aguantar la respiración.

—¿Lo prometes?

—Lo prometo —dijo la mujer quien se limpió una lágrima que había caído por su mejilla—. Ve, diviértete un rato.

Russell, con algo de miedo, se atrevió a ingresar al lago mientras veía a su madre lavar las prendas. Al final Russell se familiarizó con el agua y dejó su temor atrás, sin embargo, cuando volteó a ver a su madre, notó que las prendas que lavaba estaban botando un color rojo, como el de la sangre que teníamos antes de que los cristales cayeran.

Cristales benditos: el elegido de las bestias.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora