02|Sangre plateada|

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Todos me veían como veríamos a una ninfa en nuestro territorio. Sus ojos juzgándome, buscando rastros de mentira. Tanto el rey como el resto de los presentes esperaban alguna reacción de mi parte que me pusiera en evidencia pero lo que ellos no sabían era que eso era verdad.

—¿Un hechicero enfermo busca la ayuda de una ninfa? —preguntó el rey Edric.

—Ahora usted puede entender la gravedad del asunto —agregué dando un paso adelante lo cual causó que los guardias se pusieran alerta. Hice todo mi esfuerzo para romper las lianas que me rodeaban las muñecas y suspiré con más tranquilidad. Las espadas de los guardias salieron y yo reprimí una risa, sí que nos tenían miedo—. Un hechicero jamás pediría la ayuda de una ninfa a no ser que se trate de algo muy grave.

—¿Y cómo sé yo que eso no es una mentira?

—Mi hermano solo intentó faltar una vez, una sola vez en la que se negó a matar a un mercader en su nombre y al final tuvo que matarlo porque usted casi nos mata a mi madre y a mí. ¿Cree que mi hermano faltaría una vez más y justo cuando tiene la carta que confirma su libertad? Está enfermo, la única alternativa era que yo viniera.

—Tu hermano es inmortal, no hay forma de que esté enfermo —replicó el rey poniéndose de pie al perder la paciencia—. Yo no tendré a una bruja como mi caza recompensas jamás.

—Hechicera —corregí entre dientes—. Si quiere comprobar que mi hermano está enfermo puede enviar a uno de sus guardias a comprobarlo aunque dudo que tenga tiempo, según decía la carta era urgente.

—Una bruja no va a venir a exigirme nada cuando solicité la presencia de un hechicero —comentó dando pasos más cercanos a mí—. No podrías hacer el trabajo ni porque se te fuera toda tu vida inmortal en ello.

Mis manos temblaron y eso era aviso de solo una cosa. Los guardias trataron de acercarse pero yo fui más rápida y crucé mis brazos dejando que de mis manos saliera el destello azul zafiro. Los guardias se detuvieron y sus armas cayeron al suelo. Ahora sí lo tenía solo para mí.

Repartí el destello azul a lo largo de la sala con un movimiento delicado bajo la atenta y estupefacta mirada del rey Edric. Solo bastó de unos segundos y el rey trató de huir, pero para él fue tarde. Ya lo había atrapado en mi ilusión.

Las paredes el castillo fueron reemplazadas por las paredes de mi casa y el lugar donde se posaba el trono ahora era la cama de mi hermano. Desmond estaba inclinado vomitando en un balde. Esa imagen era lo que él había pasado la noche anterior y ahora yo se la mostraba al rey.

—Esto debe ser una mentira, ustedes crean estas ilusiones con cualquier cosa que se inventen.

—Solo se crean las ilusiones con lo que ya hemos visto —agregué dando un paso más cerca del rey quien examinaba a Desmond, boquiabierto. El rey nunca hubiera creído que alguien del reino pudiera enfermar—. Solo los más poderosos hechiceros son capaces de crear ilusiones desde su imaginación y, para su fortuna, yo no soy tan poderosa.

La verdad era que mentía. Yo era miembro del concejo y también la mano derecha de Stephan. Podía ser que mi hermano fuera una especie de criminal y que yo hubiera tomado su puesto, pero aun así Stephan era mi amigo y él sabía las necesidades que pasábamos los del lado oeste, no nos culpaba por elegir ese trabajo que nos beneficiaba. Stephan sabía que yo era una de las hechiceras más poderosas del lado oeste y por eso yo era su mano derecha, lo que quería decir que él y yo habíamos perfeccionado los hechizos de la mejor forma posible, claro, nos guardamos los más peligrosos para nosotros pero nunca los usábamos.

Dejé que la ilusión dejara de mostrarse. Todo poco a poco fue volviéndose de lo tonos y el espacio del castillo. El rey admiró su trono y luego volvió su mirada hacia mí. Él dudaba entre creerme o no así que yo di un paso más al frente.

Cristales benditos: el elegido de las bestias.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora