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Aquella mañana, el duque de Winchester y Katniss dieron un agradable paseo por Hyde Park, que a inicios de primavera y tras las primeras lluvias de abril había florecido como el epítome de la belleza natural. A Katniss le maravillaba el verde excepcional de aquellas hectáreas tan familiares; se conocía cada piedra del camino, y nunca se cansaba de recorrer Rotten Row tratando de adivinar qué nuevo ejemplar arbóreo la esperaría a la vuelta de la esquina. El trino de las alondras anidando o volando lejos de las copas de los árboles, que al filtrarse el sol entre los entramados ramajes recordaban a las celosías verdes del arte nazarí, la trasladaban a un mundo nuevo y hermoso al que solo ella podía acceder y del que jamás desearía privarse: su imaginación. Le gustaba pensar que estaba sola al prestar atención al rumor del agua conforme la tarde moría, o al tomar prestadas las malvarrosas para disecarlas en los libros de su hermana Penelope, adornar el cabello de Megara, o dejar soñar a Briseida con un «me ama, no me ama» que repetía incansablemente pese a noser las mejores flores para dicha tarea, y a no ansiar los desvelos de ningún caballero. El duque la acompañaba con una tranquila conversación a la que ella prestaba atención solo cuando tenía la corazonada de que debía responder. Se sentía terriblemente injusta al ser incapaz de seguir el hilo cuando la charla se prolongaba más de unos minutos, o cuando tomaba caminos que no eran de su interés, mas carecía de la voluntad para concentrarse o fingir fascinación; menos aún cuando un juego de colores vivos se extendía ante sí, reclamando toda su curiosidad y ridiculizando cualquier creación humana de la que deseara presumir su excelencia. No le gustaba pensar que, por su tendencia a la distracción, era estúpida. Odiaba, también, que sus conocidos creyeran que pretendía dar la impresión de serlo, como si así fuera a parecer más interesante a los hombres, o como si esa fuera su mayor preocupación. Solo era demasiado despistada para su propio bien, o quizá algo ingenua, creyendo que los caballeros de su entorno se comportarían como cabía esperar. Claro que el duque no la había tratado mal... Al contrario, sabía que su interés y desesperación por hacerla cómplice de sus deseos, la debía enorgullecer. Penelope no cesaba de repetir que siempre era halagador que un hombre con tantas posibilidades se fijara en ella, y Megara recalcaba a menudo, especialmente en los últimos días, que era la muchacha más afortunada de Inglaterra por estar siendo cortejada por el propietario de un ducado. No obstante, Katniss no lograba encajar con él. Por lo que pudo observar —y esque, siendo justos, Katniss no era una gran observadora—, se trataba de un hombre bien parecido y con unos dedos larguísimos. Eso captó su atención irreversiblemente al principio, en especial cuando le confesó que pasaba largas horas tocando el piano. Sin duda, la música les acercaba, pero, por desgracia, Katniss seguía sintiéndose muy lejos de él. Por este motivo no pudo aceptar su abrazo cuando se lo pidió, aunque, cuando la forzó a recibirlo de igual modo, no se retiró ni le reprochó haber incumplido su promesa. Katniss no soportaba el contacto físico, era algo superior a sus fuerzas, que le agarrotaba el cuerpo y le dolía en el alma. Había aprendido a soportarlo con el paso del tiempo, pero no a devolverlo. Así, no supo como abrazar al duque de vuelta, como desconocía también el arte de hacer participes a sus familiares del amor que guardaba para ellos. De todos modos, y aunque vivía atormentada por aquellos defectos a los que en realidad solo ella prestaba atención, no estuvo pensando durante los momentos posteriores a la cena en su poca delicadeza con Winchester. Estuvo pensando en ella, en todas las propuestas de matrimonio que estaba recibiendo, y en cuán vacía se sentía estando rodeada de damas y caballeros que la alababan con cualquier excusa.

Katniss se sentó frente al tocador y tomó el cepillo, del que faltaban unas cuantas piedras de nácar. Su hermana menor, Briseida, se afanó durante la infancia en arrancarlas y tragárselas, un recuerdo que hacía tensarse a la mayor por las consecuencias que pudo haber sufrido. Sin duda, convenía mantener lejos de la benjamina cualquier utensilio con el que pudiera hacerse daño. Deshizo la trenza que llevaba, buscándose en el espejo. Se vio llevar una mano a un mechón al azar, que acarició con suavidad. Detestaba su melena. Siempre lo había hecho. Era la única distinta a sus hermanas, de melena oscura, castaña clara y color chocolate, respectivamente. Todas de cabello abundante, rizos definidos u ondas perfectas, mientras que ella solo tenía ese  lacio aburrido. Después, sus ojos. Unos ojos que habían recibido halagos de casi todos aquellos que se refirieron a ella en buenos términos, pero que le constaba que habrían sido su perdición en otros tiempos, cuando se quemaba alas mujeres por tener aspecto de bruja. Debía admitir que, a veces, se sentía así. Como una bruja. Sabía que captaba la atención de hombres y mujeres al entrar en el salón. No importaba que no la vieran... Como si tuviese una luz distinta, o un perfume cautivador, lo graban situarla y, entonces, la fiesta parecía empezar. La rodeaban, la agasajaban, la invitaban a bailes, a copas, a paseos y a una vida en compañía... Y ella respondía sin estar allí realmente. Su mente volaba muy lejos del salón, del mismo modo que se había perdido ahora dentro del espejo, en esa segunda Katniss atrapada tras el fino cristal. Unos toquecitos en la puerta la sacaron de sus reflexiones. Volvió la cabeza atiempo para ver entrar a Megara, que la saludó con una sonrisa encantadora. Era tan bella... No; no era solo bella. Era imponente. Una belleza que robaba alientos y se filtraba a través de los sueños para atormentar, incluso en la inconsciencia, a los hombres más fuertes. Su hermosura era demencial, inaudita y tan injusta que Katniss había podido ver cómo los propios observadores se la prohibían para no morir a sus pies.

Ángel o Demonio.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora