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Katniss no se atrevía a salir de su habitación, y no era precisamente el miedo lo que la retenía entre las sábanas, sino la conmoción. Llevaba horas con los ojos clavados en el techo, el cuerpo tenso y la garganta atorada, irritaciones que seguían sin hacerle competencia a su estado mental. Aún no asimilaba lo que había ocurrido la noche anterior, ni lo que pasó durante la primera, y fuera lo que fuere que estaba por venir, no le cabía la menor duda de que debería prepararse psíquica y físicamente para afrontarlo. Algo tan sencillo como perder la calma la había agotado hasta llegar a la debilidad corporal. Katniss no recordaba haberse sentido así jamás; las sensaciones que la acosaron durante la pelea verbal con Peeta y que la persiguieron durante el resto de la noche eran totalmente desconocidas para ella. Si le hubieran preguntado, solo existían dos emociones, y esas eran la moderada emoción y la profunda tristeza. Nunca tuvo el valor de ponerse en bandeja para aprender sobre las demás, aunque tampoco le dieron en ningún momento la suficiente libertad para experimentar ella sola, ni, ya puestos, motivos de sobra. Ahora acordaba con la inmensa mayoría que era terrible un exceso de intensidad. Discutiendo en la mesa se fue cociendo la ira en su estómago; huyendo de Peeta se había sentido tan viva que no quiso estarlo, y cuando élla agarró, invadiéndola ferozmente con sus indecencias, simplemente...

Katniss presionó los párpados con firmeza, esperando que fuera suficiente para escapar del recuerdo. Sin embargo, lo tenía tan presente que parecía que hubiese ocurrido minutos atrás. «Deseo verte desnuda; ansío descubrir qué hay bajo ese vestido, el color detus pezones, y si eres tan dulce en todas tus partes como tus labios.

Al final de la noche estarías montándome como una amazona, pidiéndome mucho más de lo que tu fragilidad soportaría. Podría reducirte mentalmente con una seducción lenta y cruel que te dejaría exhausta a las pocas horas. »Cada vez que las ardientes palabras se filtraban en su pensamiento, Katniss tenía que contener las hormigas que corrían por sus piernas apretando los muslos. Esa era, cuando menos, la amenaza más grave que nunca le hubieran hecho, aunque ciertamente no era una materia en la que fuese especialista. Jamas le hablaron así, ni tampoco sus hermanas afirmaron que fuese posible que un hombre pudiera llegar a ser tan... «sincero». Katniss sin duda valoraba dicha virtud. Sin embargo, el nudo que se aferraba a su estómago con intenciones de quedarse no le dejaba apreciarla como era debido. Dudaba, pues, que fuera posible interpretarlo como algo positivo,cuando le enrojecía las mejillas y la dejaba sin aliento. Él era un completo salvaje... No sabía cómo tratar a las mujeres, y no podía fiarse de nada que saliera de su boca, ni de sus caricias, porque todo estaba enfocado a sus propios deseos. Ahora bien; al empezar a desvariar de madrugada, inflamada por lo que aquel par de frases hicieron con su cuerpo, pensó que no había pasión más licita y estremecedora que la del hombre... Y que si por casualidad lograba su cometido de reducirla con promesas lujuriosas, moriría por la alarmante impresión de sus efectos en ella.

Estaba tan asustada, confusa e incómoda dentro de su propio cuerpo que Mairin tuvo que tentarla con un día soleado para sacarla de la cama.

—Tiene usted muy mala cara, señora —señaló la joven—. ¿No ha podido dormir bien? —No he dormido nada —confesó. Se entregó por completo a sus cuidados,dejando que la desvistiera y enfundase en un vestido de terciopelo gris, cuello cerrado y polisón.—¿Le gustaría desahogarse? Soy mejor oyente que doncella, se lo aseguro... Katniss negó. Por el momento, prefería reservar el día para la meditación; sí,eso haría, consagrarlo al silencio. No necesitaba darle más motivos a Mairin para que desconfiase de Peeta —sobre el que le encantaba despotricar—admitiendo que le aterraba su faceta de seductor. Había sido capaz de mandarla lejos de su acostumbrada tranquilidad. No podía permitir que sucediera de nuevo, pues sabía que esa sería la grieta que utilizaría para convencerla de hacer su voluntad, y como añadido, detestaba estar a merced de lo que sus manos quisieran hacer.—... por eso he pensado que no me necesita —continuó Mairin—. De ahí que haya buscado personalmente una muchacha que la merezca. Aquello llamó la atención de Katniss. —¿A qué te refieres, Mairin? —El señor Mellark me contrató para el viaje, y aunque me consta que seguiría con usted si se lo pidiera...—¿Quieres volver a casa? —Por Dios, claro que no —masculló, negando con la cabeza. Enseguida miro a Katniss, con la determinación impresa en la expresión—. No quiero volver nunca a ese lugar, señora. Mi objetivo es encontrar un trabajo en Londres acorde con mis ambiciones; quizá como enfermera o voluntaria en un hospital. No estoy especializada en un empleo de este tipo. Apenas conozco la distribución de las enaguas; las mujeres como yo nos conformamos con ponernos una, o dos si es invierno... Y usted no requiere de compañía. Así que, si me lo permite... —le echo una rápida ojeada nerviosa— me iré esta misma noche.

Ángel o Demonio.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora