El colmo

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Sakura asomó la cabeza una y otra vez mientras parpadeaba para asegurarse de que no estaba alucinando, llevaba diez minutos haciendo lo mismo desde detrás de uno de los muros de la oficina en la que trabajaba.

¿Sería muy tarde para renunciar y regresar a Tokio?

Se dio la vuelta y azotó la cabeza en la pared tres veces antes de frotar el pequeño chichón que seguro ya se le había formado.

¿Por qué ella? ¿Acaso era mala persona?

Bien, se fue de Tokio sin avisarle a su pareja y roomie, huyó de Tomoeda para superar a su mejor amigo.

¡Pero eso no la hacía mala persona!

—¿Sakura? Te están esperando —dijo Chiharu al aparecer en su rango de visión con un gesto de confusión.

—¿Sabes? Olvidé que dejé prendido el horno en Tokio, tal vez deba volver y...

La chica frente a ella le dió una mirada de molestia.

—Te recomendé porque eras la mejor, me vas a hacer quedar mal —espetó en un susurro.

—No entiendes, no puedo entrar ahí —musitó la castaña en tono desesperado al señalar la sala de juntas.

La otra chica entornó los ojos creyendo que era un ligero ataque de pena o intimidación.

—Claro que puedes —aseguró y la tomó del brazo para llevarla fuera de su escondite—. Sé que es repentino, pero ya sabías que se te contrató por la empresa que solicitó el servicio y...

—No, Chiharu, en serio no puedo entrar ahí —insistió Sakura tratando de liberarse del agarre antes de que la persona en la sala alcanzara a verla.

La aludida la vio contrariada, pues su compañera estaba peleando con ímpetu para no entrar, no entendió porqué se negaba a conocer a los nuevos clientes, pero estaba por dejar mal parada a la empresa con personas muy importantes.

Sakura negó varias veces.

—Le explicaré al jefe, dame cinco minutos —alegó y se giró para regresar a la oficina dónde pensaba inventarse un dolor de ovarios para librarse de la amarga presentación.

—¡Tú!

O tal vez podría saltar del ventanal a unos pasos, sí, también era buena opción.

Ojos ambarinos la vieron con furia a lo que ella trató de mantenerse impasible o ya de mínimo, indignada.

—Eres una irresponsable, loca... —exclamó el hombre caminando en su dirección mientras la señalaba.

—¡Oye! Casi me matas, deberías ser más considerado —intervino y cruzó los brazos.

—¡Te lanzaste a la avenida! Ni siquiera tenías el paso —alegó él al pararse a escasos dos pasos de ella.

—El peatón siempre tiene preferencia... —gruñó y lo vio a los ojos.

—¡Ibas en una bici!

—¡Sigo teniendo preferencia!

—Eres una mujer insufrible, irresponsable y...

—Mira quién lo dice, imbécil que iba a gran velocidad.

Se miraron enfurecidos ignorando que tenían audiencia.

—¡Kinomoto!

—¡Xiao Lang!

Pero ambos brincaron y se tensaron al escuchar las voces llenas de enojo.

****

Eso era ridículo, parecía haber regresado a la pubertad al estar sentada afuera de la oficina del director con miedo a su destino. No llevaba ni tres horas trabajando para la empresa y lo más seguro era que la corrieran.

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