Al Extremo (Isabela)

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- ¿Y no sospecharon del sujeto que te atacó? -preguntó Felicia tras escuchar el relato de Argus.

-Ese hombre no era fisiológicamente capaz de hacer eso. Es lo mismo que en los demás casos: esto se trata de un algo, no de un alguien- respondió Dimitri. Nuevamente, el silencio se apoderó de la sala.

-Quizás sea hora de contemplar otra opción- comentó el hombre de ojos carmesí. -O quizás...aceptar algo: ninguno de los presentes en esta mesa es humano. Al menos no del todo- dijo. Ninguno lo negó. Todos lo sabían. A pesar de verse tan jóvenes, todos había vivido por siglos. -Por eso mismo, quizás, al igual que nosotros, la culpa de esto recae única y exclusivamente en algo: magia- expresó.

-Eso explicaría cómo sucedieron tantas muertes tan similares en tan poco tiempo- respaldó Dimitri. -Aún así, es una simple hipótesis. -agregó. Isabela los observaba contemplar todo de forma tan fría y meticulosa. Quizás ellos necesitaban ser como ella de vez en cuando. Dejarse guiar por sus instintos...


*En algún lugar sobre la cordillera del Himalaya. Cuatro días antes de la reunión*

Isabela ajustaba las botas a su snowboard mientras el helicóptero se acercaba a las montañas. Durante meses, estuvo consiguiendo el equipo necesario para hacer lo que nadie había hecho antes: saltar desde un helicóptero en paracaídas para luego aterrizar en la punta de la cordillera del Himalaya y bajarla en snowboard. Algunos la llamarían loca. Otros ambiciosa, pero Isabela se llamaría a sí misma "absolutamente asombrosa".

-60 segundo para el salto- avisó el piloto. Isabela se acercó a la puerta, ajustó su paracaídas, su visor y su casco. -Aun está a tiempo de reconsiderarlo, señorita- advirtió el piloto.

- ¿Y perder la oportunidad de volverme una leyenda del deporte extremo...por quinta vez? Antes muerta- respondió Isabela con la emoción a tope. Una luz comenzó a parpadear, indicando que estaban a punto de llegar a la zona de salto. La puerta se abrió y la helada brisa golpeó el rostro de Isabela, haciéndola sentir más viva que nunca. Preparada para la experiencia, encendió la cámara que llevaba en el casco y suspiró con emoción.

-Tres...dos...uno...¡ahora!- advirtió el piloto. Isabela saltó del helicóptero, sintiendo como sus intestinos se subían hasta su garganta. Cuando las nubes se dispersaron y pudo ver la pendiente de bajada, abrió el paracaídas y comenzó a planear, buscando el ángulo adecuado. Cuando lo encontró, soltó las cuerdas de dirección y desabrochó la mochila que llevaba el paracaídas. Se soltó y se preparó para aterrizar sobre la nieve y comenzar el descenso.

Cuando su snowboard tocó el suelo, sintió como la adrenalina comenzaba fluir. Deslizándose por la nieve, el descenso era excitante. Los ya helados vientos se sentían como pequeñas dagas en su rostro, pero eso sólo la motivaba a seguir. Mientras bajaba, se lució con uno que otro truco al saltar de los relieves que formaban las rocas. Era una niña jugando en la montaña más alta del mundo. ¿Qué le podía salir mal? Deseaba no haberse hecho esa pregunta.

De pronto, una avalancha comenzó a formarse detrás de ella. Quizás por el aterrizaje tan brusco que tuvo, pero eso ya no le importaba. Trató de acelerar para perder la avalancha. Poco a poco, se iba haciendo más y más grande al punto que parecía una tormenta de nieve persiguiéndola. La montaña se le terminaba. A unos metros, estaba una ladera que seguramente era seguida de un vacío de nieve.

Sin embargo, Isabela no tenía pensado morir ahí. Dobló las rodillas para ir más rápido y poder saltar por el risco como una rampa. En cuanto menos lo pensó, ya estaba en el aire, cayendo hacia la ladera que yacía frente a ella, mientras la nieve le pisaba los talones. Como pudo, se sostuvo al filo del risco y se aferró a él mientras veía la nieve caer detrás de ella. Su adrenalina estaba a tope. No se le ocurrió nada mejor que gritar con toda la fuerza de sus pulmones. Escaló y se recostó sobre la helada nieve para quitarse el snowboard. Gracias a la cámara en su casco, ahora tendría algo para respaldar su hazaña.

Comenzó el descenso de la montaña. Trataría de buscar algún grupo de alpinistas y se marcharía con ellos de vuelta a la civilización. Sin embargo, encontró algo distinto. Tras caminar unos minutos, encontró a un sujeto inconsciente sobre la nieve. Estaba totalmente afeitado de la cabeza y llevaba vestimentas budistas, así que asumió que era un monje. La pregunta real era: ¿Qué demonios hacía ahí?

Isabela le tomó el pulso. Apenas estaba vivo. No podía dejarlo ahí. Sabía que el templo del que había venido no debía estar lejos. Cargó al tipo en sus hombros y comenzó a caminar buscando el templo. Sin embargo, a pesar de tanta caminata, no aparecía el lugar. El sol comenzaba a ponerse. Le quedaba poco tiempo. Si el sujeto no había muerto hasta ese momento, la noche del Himalaya seguro lo haría.

Finalmente, encontró el lugar. Parece ser que se había acercado al Tibe sin siquiera saberlo. Al llegar, los monjes la recibieron y le agradecieron el haber rescatado a su compañero. Le ofrecieron alimento y un lugar donde pasar la noche. Eso le daría tiempo de disfrutar su exitosa acrobacia, y claro, ver el video del descenso. Mientras se deleitaba con su propio montaje, la noche cayó sobre las montañas y el frío aumento. Salvo por el rugido de la ventisca, todo el lugar estaba en completo silencio. Al menos así fue hasta que un grito se escuchó a lo lejos. Al igual que Isabela, otros monjes salieron de sus habitaciones para ver qué había sucedido. En la cámara de ceremonias, estaba un joven monje, paralizado ante la imagen de un cadáver abierto como un cerdo en matadero y con las extremidades mutiladas. Isabela apenas pudo contener el asco, pero no sé explicaba que diablos había sucedido. Llevaba consigo un radio en caso de emergencias. Lo encendió de inmediato enlazó con uno de sus agentes y le pidió una extracción por helicóptero tan pronto amaneciera.

Detrás de ella, se escuchó como unas garras golpeaban contra el suelo, como si huyesen de algo. Tan pronto lo escuchó, trató de darse vuelta y buscarlo, pero no encontró nada. Los monjes comenzaron a registrar el templo en busca de la criatura. Isabela regresó al lugar donde dormía para recoger su cámara y todo lo demás. Alzó la vista y al mirar por la ventana, vio algo extraño. Unos ojos amarillos la observaban a la distancia. Sopló la vela que tenía con ella para intentar ver mejor en la oscuridad, pero al volver a ver hacia la ventana, no había nada. Encendió la vela de nuevo, pero sobre su cama, estaba no sólo su cámara, sino un sobre azul zafiro con su nombre escrito en él...

A La Luz de la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora