Bondad (Romina)

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-Escuché de ese caso en las noticias, pero no pensé que era tan serio- comentó Argus en la sala mientras los demás estaban en silencio.

-La parte del águila y la carta ya es un poco más extraño. Bueno, más extraño dentro de este contexto, pero aún así, me resulta familiar- comentó Romina. Su voz parecía la de una ardilla comparada con la seriedad en la voz de Dimitri y la fuerza en la voz de Argus.

-Corríjanme si me equivoco, pero, estoy seguro de que todos ustedes recibieron una carta en un modo similar- comentó Dimitri. El silencio y las expresiones demostradas por los presentes daban a entender que tenía razón.

-La pregunta es: ¿Quién diablos haría esto? -preguntó Isabela rompiendo la tensión de golpe. -Es evidente que no se da cuenta que tenemos mejores cosas que hacer. O bueno, al menos yo- espetó. Nadie de los presentes parecía sentirse ofendido por el comentario, excepto una persona: Felicia.

-Disculpa, querida. ¿Qué te hace pensar que TUS asuntos podrían ser más importantes que mi compañía? -cuestionó Felicia con su muy marcado acento inglés. Era notable que había discordia entre los presentes. O al menos, así lo veía Romina. Siempre buscaba que la paz reinara en su entorno, pero pocas veces lo conseguía...


*Riviera Maya, Quintana Roo. Cuatro días antes de la reunión*

El sol y el calor eran abrazadores, pero por alguna razón, Romina se sentía increíblemente fresca. Mientras ella y su asistente Paolo tomaban un descanso de su viaje desde el aeropuerto Internacional de Cancún hasta Tulum en la Riviera Maya.

-Me habías dicho que el calor era intenso, pero no me dijiste que era tan intenso- comentó Paolo mientras esperaba recargado en el auto echándose aire con un abanico. Romina rio ante el comentario y después, rio aun más al ver que iba vestido con ropa negra y zapatos cerrados, mientras que ella iba vestida con unos minishorts marrón y una blusa de tirantes verde, con el cabello amarrado en una coleta y sandalias de calzado.

-Iré por algo de beber. Mientras, intenta no derretirte- dijo Romina mientras reía. Dejó a Paolo junto al auto mientras se dirigía a la tienda cerca de donde estaban. Al lado de la tienda, había una mujer con un niño pequeño en brazos. El corazón de Romina se retorció dentro de su pecho. Se acercó a la señora y se arrodilló. Al ver al pequeño niño y lo delgado que se veía, Romina hizo lo que tenía que hacer. -Señora, ahorita quiero que entre a la tienda y pida lo que usted quiera o necesita. No se preocupe por el dinero, yo pagaré- dijo la chica. La señora sonrió agradecida y entró a la tienda. Salió de ahí con varios paquetes de pañales, leche en polvo, agua, comida enlatada y papillas para el bebé.

La señora miró a Romina con ojos de amor y ella la miró de vuelta de la misma forma. Una vez que la señora salió con sus compras, Romina regresó a la tienda a buscar lo que había ido a buscar. Compró varias botellas de agua frías, un par de refrescos y una cerveza para ella. Al llegar al mostrador y dejar las cosas, sacó su cartera y sonrió al empleado.

-¿Podría cobrar esto y también las cosas de la señora? -pidió ella amablemente. El empleado asintió y empezó a pasar todo por el escáner de precios, pero se detuvo cuando llegó a la cerveza.

-Disculpe, señorita...-dijo el empleado y tratando de no verse muy directo, señaló la cerveza. Romina rio levemente. Acto seguido, sacó su pasaporte, su licencia de conducir y su identificación donde decía que tenía treinta y tres años. Siempre le pasaba lo mismo. ¿Será por las pecas? ¿Por sus ojos? ¿O porque todo su cuerpo era como de una niña de trece años?

Tras salir con sus compras y despedirse de la señora, que ya se veía mucho más contenta, regresó con Paolo, quién milagrosamente, seguía sin derretirse. Retomaron el camino y llegaron al hotel donde Romina se debía reunir con algunos empresarios con los que había tenido algunos "desacuerdos".

Una vez en el hotel, se cambió y se puso el vestido más formal y más fresco que tuviera. Antes muerta que tener que usar un atuendo de elegancia absoluta en Quintana Roo. Una vez lista, bajó a la sala de reuniones donde ya estaban todos. Hombres viejos y con cara de gruñones. Todos sentados ahí casi a la fuerza, fruto del empresario instinto asesino de Romina.

-Caballeros, muchas gracias por venir- dijo Romina en cuanto entró a la sala, seguida de Paolo. -Lamento estarles quitando su valioso tiempo, pero tenemos un importante asunto que discutir- comentó ella mientras caminaba por la sala.

-No se haga la inocente, Srta. Destri. Está aquí para nuevamente convencernos de que cesemos con nuestros proyectos de construcción en el Golfo. No va a pasar- dijo uno de los empresarios con una voz algo desagradable.

-Entienda, por favor. Estos proyectos representan inversiones multimillonarias para todos nosotros. Aunque quisiéramos, no podemos pararlos- dijo un segundo. Romina negó con la cabeza y rio algo incrédula.

-El Golfo de México es uno de los hábitats naturales más importantes del mundo. Las construcciones no autorizadas, los materiales peligrosos que utilizan y la poca concientización de su fuerza laboral, todo eso será factor. Según los cálculos de mi compañía, si esos proyectos continúan y finalizan, el daño causado será casi el mismo que los derrames de petróleo de hace diez años. Y no puedo permitir que eso pase -respondió Romina. Los susurros de los sujetos presentes denotaban que no la estaban tomando en serio. Cuando uno de ellos estaba amagando con irse, Romina golpeó la mesa con fuerza, generando un abrumador silencio en la sala. -Yo no quería llegar a esto, pero no me dejan alternativa. Si no desisten de este proyecto, me veré obligada a pasarle a la prensa y a las autoridades los verdaderos reportes de seguridad e impacto ambiental. Y veremos que tan seguros de su plan están cuando eso se haga público- amenazó ella.

-¿Es una amenaza? -preguntó uno de los hombres poniéndose de pie. Romina lo miró directo a los ojos con fuego en la mirada.

-No...es una promesa- respondió ella. Los presentes captaron el mensaje de que, por más apariencia de niña que tuviera, ella no se andaba con jueguitos. Tras la conferencia, Romina salió del hotel a dar un paseo por la playa. El sol ya había comenzado a bajar y le daba al verde color del mar un brillo espectacular. Mientras caminaba, recordaba todas las veces que caminó por aquella playa en el pasado. Cuando los Mayas poblaban aquella costa y pescaban una amplia variedad de peces. Algunas especies ya extintas. Era una pena que nadie vivo actualmente, excepto ella, pudiese recordar la majestuosidad de la playa cuando aun era respetada.

Ese hermoso recuerdo fue interrumpido por los graznidos de unas gaviotas. Había demasiadas en un mismo lugar. Al poner más atención, vio que todas se estaban agrupando sobre algo detrás de un montón de arena. Al acercarse, vio el horrible panorama: las gaviotas comiendo lo que sea que quedaba de un cadáver abierto por la mitad como un jamón en Navidad. El olor que emanaba era desagradable y la imagen era grotesca. Romina no pudo verlo mucho tiempo antes de darse la vuelta y regresar. Tras contarle la situación a Paolo, dijo que él lo manejaría y le pidió a Romina que se quedara en la habitación a descansar. Tras tomar un baño de agua helada, Romina salió de la habitación con una pijama holgada de tirantes mientras exprimía su cobrizo cabello. Y como si el cadáver en la playa no fuese lo suficientemente raro, pasó algo incluso más raro. Dirigiéndose hacia el balcón, había un cangrejo araña caminando como si nada. ¿Qué diablos hacía un cangrejo araña tan lejos de las costas japonesas?

Cuando el cangrejo finalmente llegó al balcón y desapareció de la vista de Romina, ella dirigió su atención a la cama y vio un sobre marrón con una inscripción color verde jade: decía su nombre.

A La Luz de la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora